Estaba en mi cuarto, el silencio pesado envolvía todo el castillo. Los lobos, aquellos licántropos que habían llegado al castillo hace poco, ya se habían ido, dejando tras de sí un vacío extraño. El eco de sus presencias, su agitada energía, parecía haberse desvanecido en el aire.
Extrañaba el aroma de Karen, su perfume delicado que siempre estaba presente y que, de alguna forma, me traía algo de calma. Me levanté de la cama, impulsado por una necesidad inexplicable, como si un sentimiento lejano me estuviera llamando.
Caminé por el pasillo de mármol, mis pasos resonando en el vacío mientras me dirigía hacia la cocina. Ese lugar siempre estaba lleno de ella, de su esencia, de su tranquilidad... pero ahora todo estaba desolado. No había rastro de su presencia, y el silencio se volvía cada vez más pesado.
Su fragancia era débil, como si estuviera a punto de desvanecerse por completo. La percibía en el aire, una sombra de lo que solía ser, pero era insuficiente para calmar la inquietud que me invadía. Decidí buscarla, aunque no sabía realmente qué buscaba. Mis pasos fueron rápidos, casi frenéticos, recorriendo cada pasillo, cada rincón del castillo, cada habitación. El lugar parecía más grande y vacío sin ella. Ni siquiera en los pasadizos secretos, aquellos espacios en los cuales a veces se ocultaba, no pude encontrar señales de su presencia. Era como si se hubiera desvanecido.
Finalmente, me dirigí al jardín. Tal vez, solo tal vez, estaría allí, disfrutando del aire fresco. Pero, en lugar de encontrarla, me topé con Francheska, sentada en la fuente, perdida en sus pensamientos. No era la visión que esperaba, pero aún así me acerqué a ella, mis pasos llenos de duda.
-¿Has visto a Karen, Arturo o Laura? -le pregunté, con más tensión en la voz de la que esperaba.
Ella negó con la cabeza, mirándome desde abajo, como si el agua de la fuente fuera lo único que la interesara. La observé, desconcertado. Algo en su actitud me incomodaba. No era común en ella estar tan callada, tan distante. Algo no encajaba.
-Qué extraño... -murmuré, frunciendo el ceño, mi mente en guerra con las sensaciones que se apoderaban de mí. -Gracias -dije, aunque mis palabras sonaron vacías, sin la sinceridad que normalmente habría puesto en ellas.
Francheska asintió, pero su comportamiento seguía siendo raro, demasiado tranquilo, demasiado lejano. Algo no estaba bien.
-¿Qué te pasa? -le pregunté, sin poder evitar la frustración en mis palabras.
Ella levantó la mirada, sus ojos verdes con tonos carmesí vacíos y perdidos en pensamientos lejanos. Pasaron unos segundos antes de que hablara.
-Solo pienso... -dijo finalmente, su voz apagada, como si estuviera sumida en un mar de pensamientos oscuros. -¿Crees que es correcto tratar así a Karen?, Digo, no es que me caiga bien ni nada de eso, pero... -sus palabras se cortaron por un momento. -Si a mí me tratasen así, me hubiera escapado o suicidado... Papá solo la molesta, incluso casi la viola. Si no fuera por Laura... -una pausa cargada de desesperación-. Ella perdería todo. Solo le queda su virginidad... Su alma se romería...
La dureza de sus palabras me golpeó como un puño, dejándome sin aliento. Cada palabra de Francheska parecía arrastrarme a una verdad que no quería enfrentar, pero que sabía que estaba ahí. Mi estómago se retorció, y el nudo en mi garganta me impidió reaccionar inmediatamente.
-Creo que tienes algo de razón... -respondí finalmente, mi voz grave y apagada. -Pero, ¿qué podemos hacer a estas alturas? -me quejé, cruzándome de brazos, incapaz de hallar una salida a este laberinto de dolor y confusión.
Francheska se levantó, mirándome con una determinación que nunca antes había mostrado.
-Busquémosla y disculpémonos. Dile lo que sientes por ella y por qué la molestas -dijo sin mirarme directamente, como si tuviera claro lo que debía hacer, como si ella ya lo hubiera resuelto en su cabeza. Pasó junto a mí sin darme tiempo para responder, y su presencia me arrastró, guiándome a seguirla sin cuestionarlo.
-¿Cómo sabes? -pregunté, mi curiosidad ardiendo, aunque ya estaba demasiado envuelto en la situación para detenerme.
-Por la diosa sangre, se nota desde lejos... -respondió, su tono indiferente y directo. -Pero ella piensa que la odias... Muévete.
Francheska tenía razón, pero sus palabras no dejaban de rondar mi cabeza mientras la seguía, sin poder hacer más que mirar al frente, sin un rumbo claro. Nos dirigimos de nuevo hacia la casa, buscando en cada habitación, cada rincón, pero no había señales de ellos. Ninguno de los chicos, ni sus cosas. La inquietud se apoderó de mí, y un escalofrío recorrió mi espalda.
-Escaparon... -dije en voz baja, una sensación extraña apoderándose de mi estómago. Algo no estaba bien, y no podía ignorarlo.
Corrí hacia el despacho de padre, sin pensar más en lo que dejaba atrás. Al entrar de golpe, la puerta se cerró con un estruendo, haciendo que mi padre me mirara sorprendido desde la ventana del balcón.
-Padre, no están... -dije, mi voz alterada y apurada, sin poder ocultar el pánico que comenzaba a invadirme.
Mi padre me miró fijamente, frunciendo el ceño, claramente confundido.
-¿Quiénes? -preguntó, con un tono de voz que dejaba claro que no entendía la gravedad de la situación.
-Los chicos -respondí rápidamente, ignorando su confusión-. Karen, Arturo y Laura no están... Tampoco sus cosas... -mi corazón latía con fuerza, la desesperación y el miedo comenzaban a nublar mi mente.
Él me miró fijamente, y pude ver en sus ojos que no estaba tan tranquilo como intentaba aparentar. Su expresión se tornó más seria, más tensa, mientras se acercaba rápidamente.
-¿Cómo? -preguntó, su voz llena de molestia.
-No lo sé, los estuve buscando con Francheska y no están en ningún lado. Sus aromas desaparecen... -respondí, mi voz quebrada por la confusión y la angustia.
Mi padre se acercó a mí rápidamente, apretando sus puños con fuerza, como si estuviera tratando de contener algo más que su ira.
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Editado: 16.03.2025