Hace dos semanas que se fueron del castillo. Aún no puedo creer lo mucho que la echo de menos.
Cada rincón de esa vasta propiedad parece vacío sin ella, como si la misma piedra que la construyó estuviera lamentando su ausencia.
El castillo, que alguna vez fue un refugio de gritos, risas y planes entre ellos tres, ahora se siente como una gigantesca sombra de lo que fue. Las paredes de piedra, cubiertas por siglos de historia y la hiedra que se entrelazaba como una capa natural, guardaban secretos, pero ahora solo susurran su nombre, como si las mismas piedras clamaran por ella, como si cada rincón de este lugar exigiera por ella.
A veces, cuando me quedo mirando el paisaje desde las altas torres, siento que la niebla se lleva sus recuerdos, pero siempre está ahí, en el aire, en las grietas del suelo, como un eco inalcanzable.
La falta que me hace Karen es insoportable. Es como si algo se hubiera arrancado de mi pecho y ahora me dejara vacío, suspendido en una sensación de incompletitud. Los días parecen arrastrarse lentamente sin su presencia, y eso me llena de rabia.
¿Cómo pude ser tan tonto?, ¿Cómo pude tenerla tan cerca durante todos esos años y no decirle lo mucho que la apreciaba, lo mucho que significaba para mí?
Cada día desde que se fue, me azota la misma reflexión una y otra vez: "¿Qué demonios hice?". No tenía ni idea de lo que sentía por ella. No en el sentido completo, no en la profundidad en la que lo entendí solo ahora. Todo lo que hacía por ella, las veces que la protegí desviando la atención de padre de alguna manera sin pensar en las consecuencias, el constante querer estar cerca sin saber realmente por qué...
Todo tenía un propósito inconsciente, un hilo que me unía a ella de una forma que no comprendía.
Y es que, en mi defensa, no sabía que lo hacía. Nunca lo supe hasta que se fue. Todo era tan natural, tan... instintivo. Mis pensamientos se enredaban cuando ella estaba cerca, pero nunca los entendí. Su mirada, su forma de caminar por los pasillos del castillo, a veces tal altiva, otras como si quisieras esconderse en cualquier rincón camuflándose entre las sombras, algunas ocaciones tan llena de vida y luz, otras tan apagada que tenía que en esa ocasión padre sí hubiera podido romperla, romper su alma, su determinación.
Nunca me parecieron algo que pudiera perder. Sabía que siempre estaría allí, pero nunca imaginé que la ausencia de esa presencia tan familiar me haría sentir tan... perdido.
A veces me encuentro de pie frente a la ventana, mirando cómo el sol se pone detrás de las colinas que rodean el castillo. La luz dorada que tiñe el cielo me hace recordar los días en los que ella se sentaba en ese mismo lugar, mirando el horizonte con esa expresión pensativa, casi como si ya supiera que el destino estaba jugando con ella de alguna manera.
En esos momentos, cuando el viento mueve las cortinas y parece susurrar su nombre, siento que puedo verla, que está justo allí, a unos pasos de mí mirándome con molestia, incluso con odio, como si el tiempo no hubiera pasado y todo estuviera en su lugar. Pero al girarme, solo encuentro el vacío.
El castillo mismo parece estar sufriendo por su partida. Las habitaciones que antes se llenaban de risas y conversaciones bajas ahora se sienten frías, desordenadas, como si la energía que antes las habitaba hubiera desaparecido.
Los pasillos, con sus paredes cubiertas de tapices antiguos, parece que susurran en voz baja, como si aún pudieran sentir su presencia, como si el lugar recordara lo que fue. La sala principal, que solía ser el corazón del castillo, ahora está vacía. Las antiguas lámparas de candelabros, que alguna vez brillaron con el calor de las conversaciones interminables y los planes secretos, ahora parpadean de manera intermitente, como si también sufrieran de alguna especie de melancolía.
Me encuentro recorriendo el castillo en silencio, sintiendo cómo mis pasos retumban contra los suelos de piedra, y me pregunto si alguna vez volverá. Si alguna vez podré decirle lo que nunca le dije. Las veces que la veía sonreír, aunque esas sonrisas jamás fueron para mí, la forma en que se cruzaba en mi camino sin querer.
Ahora esos momentos se sienten tan lejanos, como si todo hubiera sido una fantasía.
¿Cómo pude ser tan estúpido?
A veces, cuando me encuentro mirando sus fotografías, esas que robe a escondidas de sus habitaciones durante los años que compartían en este lugar, me doy cuenta de lo tonto que fui al no haberle mostrado lo que sentía.
Sabía que la quería, claro. Pero no sabía que era más que eso. ¿Era necesidad?, ¿Era pasión?, ¿Era esa conexión que nunca había experimentado con nadie más?.
Ahora todo eso se siente como un sueño roto, algo que se escapa entre mis dedos sin que pueda retenerlo.
Los recuerdos de ella me atacan sin previo aviso. El sonido de su risa llena los vacíos del castillo, la imagen de sus ojos brillando bajo la luz de las velas del comedor, la forma en que se apoyaba en la barandilla de la torre, mirando hacia el horizonte, perdida en sus pensamientos... y yo ahí, sin atreverme a acercarme más, temeroso de lo que podría pasar si admitía lo que sentía. Siempre temí perderla, aunque no entendía cómo ni por qué. Y ahora, aquí estoy, con la sensación de que la perdí de una forma irreversible.
El castillo, como yo, sigue esperando. A veces creo que también se lamenta por su partida. Los ecos de su voz resuenan en las habitaciones vacías, y cada rincón parece reflejar la falta de su presencia.
Mi mente corre en círculos, recordando cada pequeño gesto, cada mirada furtiva, cada ceño fruncido cargado de desaprobación y desprecio, cada vez que me encontraba cerca de ella y no hacía nada.
Mi corazón late más fuerte cuando la recuerdo, pero también me llena de tristeza, sabiendo que el tiempo no se puede recuperar, que las palabras no dichas ya no pueden pronunciarse. Y que las palabras dichas no pueden retractarse.
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Editado: 12.05.2025