Estaba en el bosque, siguiendo un aroma que le resultaba inquietantemente familiar. Los hombres que lo acompañaban caminaban a unos dos metros de distancia, no entendía bien la razón por la que lo hacían, pero ahí estaban, como siempre. Eran cuatro, pero ninguno parecía entender la urgencia con la que él se movía.
Se había demorado más de lo que había planeado. Había pasado casi una hora desde que inició el rastreo y sentía, en lo más profundo de su ser, que Arturo estaba desesperado. Lo sentía, como un nudo apretado en su garganta, una presión constante que no podía ignorar.
Después de un largo trecho, llegó detrás de un árbol enorme. El aroma estaba mucho más fuerte, y su mirada se fijó en las ramas altas. Ahí estaba él, el responsable de esa desagradable sensación que recorría todo su sistema. Su presencia lo irritaba, lo incomodaba, le provocaba una molestia instantánea, una furia que lo invadía con solo verlo.
Como siempre, se encontraba acompañando a la luna. Era él quien la había estado observando desde su primera mañana aquí, sorprendiéndose cada vez más por lo que hacía. A pesar de ser humana, su habilidad para la caza era notable, sus tácticas de combate eran tan pulidas que incluso los más experimentados debían admirarlas. Él lo hacía. La veía con respeto, pero no sin un dejo de inquietud. Esa mujer era impredecible.
Él y tres hombres más la seguían a una corta distancia, siempre atentos a cualquier amenaza. Sin embargo, de repente, se detuvo frente a un árbol. Su mirada se alzó hacia las alturas, y en ese preciso momento, un aroma diferente le llegó, uno que hizo que su rostro se retorciera en una mueca de desdén.
Vampiro. Pero no uno común. No era uno de los que pertenecían a la mansión del Alpha.
Inmediatamente comenzó a correr hacia ella, pero al llegar, algo lo descolocó. Se detuvo en seco. Frente a él, la luna estaba sonriendo, pero no era una sonrisa cualquiera. Era amarga, soberbia, una sonrisa que no le había visto antes. Y, por algún motivo, esa expresión le causó un escalofrío. Había algo en ella que era inquietante, incluso aterrador.
-Será un placer alimentar a mis hermanos contigo, Drack -dijo, mientras aquel ser descendía del árbol frente a ellos.
Él no podía intervenir, no debía hacerlo. Era una orden directa del Alpha. Sólo podían acompañarla, pero no intervenir durante la caza. Esa era la condición que la luna había establecido para que la acompañaran en su búsqueda de presas.
"¡Mierda!" pensó. Si algo le sucedía, él estaría muerto. Pero al mismo tiempo, no podía quedarse allí parado. Algo en su interior lo empujaba a actuar, a defenderla, a protegerla de ese ser, aunque estuviera bajo las estrictas órdenes del Alpha.
Observó cómo Max, uno de los hombres que lo acompañaban, se acercaba hacia él, pero decidió ignorarlo. Una sonrisa cínica se dibujó en su rostro mientras lo observaba. El vampiro se acercaba más, y la tensión en el aire aumentaba.
-Será un placer alimentar a mis hermanos contigo, Drack -dijo, repitiendo las palabras de la luna con irritación.
El vampiro bajó del árbol, quedando ahora frente a él, y una oleada de recuerdos lo golpeó con fuerza. Esa sonrisa descarada, esa forma de creerse superior a todos, era como una daga clavada en su pecho. Sin pensarlo, apretó los puños con tal fuerza que las uñas se enterraron en la palma de sus manos.
Recordó todo lo que ese ser había hecho, todo el daño que había causado. La rabia lo consumió, y por un momento, no pudo evitar pensar en lo que le gustaría hacerle. "Disfrutaría tanto matarlo...", pensó, mientras sus ojos se llenaban de una furia incontrolable.
Pero no podía hacerlo. No aún. Si algo pasaba, la luna tenía que ser la prioridad. Pero ese pensamiento, ese odio profundo, no iba a desaparecer fácilmente.
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Editado: 12.05.2025