Estaba en mi cuarto, abrazada entre las sábanas, cuando el sonido de golpes empezó a retumbar por toda la casa, sacudiendo el aire y mi tranquilidad. Me levanté rápidamente, el corazón acelerado. Los ruidos se oían cada vez más cercanos, más intensos, como si alguien estuviera intentando abrir la puerta de Arturo a la fuerza. Me dirigí hacia el pasillo, confundida y tensa, tratando de entender qué estaba ocurriendo. El cuarto de Arturo estaba custodiado por los perros de Lucas, pero algo en su postura me hizo fruncir el ceño: algo no estaba bien.
-¿Karen no ha regresado? -preguntó uno de los hombres mientras me veía, inquieto.
Su voz estaba llena de temor, y el mal presentimiento comenzó a calarme los huesos. Sin pensarlo, corrí hacia afuera, buscando alguna pista, cualquier respuesta que me dijera qué había sucedido. Mi mente se desbordaba de dudas, y un nudo en el estómago me apretaba con fuerza. Corrí alrededor de la casa, entre las sombras del atardecer, mis pies apenas tocando el suelo mientras mi respiración se volvía más agitada. Pasaron cinco minutos, tal vez diez, antes de que encontrara a uno de los hombres de Lucas, claramente agitado, temblando, con los ojos desorbitados por algo que no lograba comprender.
Me acerqué, y al verme, se puso en posición defensiva, el miedo grabado en su rostro.
-¿En qué le ayudo, señorita? -preguntó, intentando calmar su respiración, pero su voz traicionaba su pánico.
Mi garganta ardía, el cuerpo me pedía algo que no quería aceptar. La necesidad de sangre se hacía más fuerte, más insoportable. Me tragué la ansiedad con esfuerzo y, al fin, logré preguntar:
-Mi hermana... ¿dónde está?
La respuesta fue rápida, pero cada palabra cayó como un peso muerto en mi pecho.
-En la cocina -dijo, con una calma que no hacía justicia al caos que le rodeaba-. Regresó allí después de ir con su hermano.
El alivio inmediato fue solo un espejismo, y una nueva ola de ansiedad me golpeó con más fuerza. Sentí la presión en el pecho, como si me fuera a desmoronar, pero me alejé de él lo más rápido que pude. Mi mente no paraba de dar vueltas, de cuestionarse, mientras corría hacia la cocina, cada paso más pesado que el anterior.
Al entrar, vi el cuerpo de Drack sobre la mesa, y al instante mi estómago se revolvió, el miedo se apoderó de mí. Karen estaba de pie frente a él, mirando el cadáver sin expresión alguna, como si estuviera ajena a la escena. Yo, en cambio, no pude contener las lágrimas que comenzaron a correr por mis mejillas, calientes, pesadas.
-¿P...pe...pero cómo? -mi voz temblaba, las palabras se caían de mi boca sin sentido, tropezándose unas con otras mientras mis recuerdos se desbordaban como una corriente imparable. Cada rincón de mi mente estaba inundado de imágenes, de sensaciones. La angustia de ver a Drack, de recordar lo que había hecho... lo que aún podía hacer.
-Laura, yo... -dijo Karen, y la miré, intentando comprender, pero mi mente solo estaba llena de caos. Me aparté, casi perdiendo el equilibrio, y caí al suelo. Las lágrimas no paraban de salir, y mis sollozos se ahogaban en el aire.
Karen se acercó rápidamente, envolviéndome en sus brazos con fuerza, y aunque en mi mente todo era confusión, su abrazo me calmó un poco. Me acarició el cabello, besó mi frente y susurró con suavidad:
-Shhh, shhh, calma. Yo te cuido.
Sus palabras me envolvieron, pero mi mente aún luchaba con la rabia, la desesperación, y la sensación de estar atrapada en algo que no podía controlar. Estaba devastada, pero la necesidad de sangre me estaba devorando por dentro. Karen parecía saberlo.
-Sé que vienes por lo que necesitas... -dijo, separándose de mí y tomando un cuchillo con una mano. Con la otra, cogió un vaso de la isla de la cocina y, sin dudar, se cortó la muñeca. Su sangre comenzó a caer lentamente en el vaso, y aunque mi cuerpo reaccionó al instante, el miedo de beber sangre de alguien cercano me paralizó.
-No, Karen, no hagas eso -le supliqué, mi voz quebrada por el terror.
Karen levantó la vista, sonrió de manera suave y cercana, como si todo fuera parte de algo normal, algo que no estaba haciendo nada fuera de lo común.
-Tranquila, Laura. La verdad es que siento que tengo demasiada en mi cuerpo -dijo mientras se ponía de rodillas frente a mí, mirándome con intensidad-. Recuerda que antes, Grayson me vivía dejando seca. Por una vez que lo haga por ti, no me voy a morir... -Se acercó más, extendiendo el vaso con una sonrisa cálida-. Además, no dejaré que ingieras sangre de ese maldito. Tómalo, por favor.
La tensión en mi cuerpo era insoportable, pero lo que me detuvo fue el brillo en sus ojos. La seguridad con la que me miraba me transmitió algo. A regañadientes, tomé el vaso y lo llevé a mis labios, dejando que el sabor metálico de su sangre me invadiera. Mientras lo hacía, Karen se levantó con una sonrisa tranquila.
-Espera un momento mientras acabas -dijo, y salió de la cocina dejándome sola con el cuerpo de Drack, cuya presencia seguía siendo aterradora a pesar de su inerte quietud.
Me quedé allí, mirando el cadáver con los ojos llenos de lágrimas. No entendía cómo Karen había soportado tantos años viendo a mi padre, soportando lo que él le hacía, y aún así, podía sonreírle con normalidad. Yo solo había sido víctima de una ocasión, una sola vez en la que él casi me viola, y a pesar de eso, aún me aterraba ver su cadáver. Pero Karen... había sido mucho peor para ella. Aún no entendía cómo ella podía mirarlo a los ojos, aún podía enfrentar sus demonios sin desmoronarse, sin sucumbir. Yo... no lo podía comprender.
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Editado: 12.05.2025