Mi Alpha Protector ( #1 )

Capitulo 30

-¿Cómo demonios no han sabido nada de ellos? -dijo el padre en tono molesto, su voz llena de furia contenida-. ¡Han pasado cuatro semanas! -casi gritó, la rabia transformando cada palabra en un rugido sordo.

-Lo siento, señor -respondió un hombre, temeroso ante la furia de su superior-. No hemos encontrado rastro alguno de ellos...

-¿Padre? -La voz de Francheska irrumpió en el despacho. El tono de su voz era bajo, pero cargado de ansiedad.

-¿Qué pasa? -dijo el hombre, ya algo agotado, mientras giraba hacia ella.

-Es Eren -dijo la joven en un susurro ahogado, su garganta cerrándose por el estrés-. No sé qué le ocurre, está aturdido y no puede respirar. -Se quejó, notando que su propio cuerpo comenzaba a temblar mientras intentaba mantener la calma.

El hombre se levantó rápidamente de su escritorio y salió de su despacho, seguido por Francheska, con su expresión endurecida, aunque por dentro no podía dejar de preocuparse por el bienestar de su hijo. Eren, su hijo, al que había perdido de vista más de lo que quisiera. Y en ese instante, más que nunca, le inquietaba el hecho de que aquella niña de cabello azul, que inexplicablemente había tomado su mundo entero, pareciera estar involucrada en todo esto.

Al llegar junto a su hijo, lo encontró tirado en el suelo, su cuerpo débil y tembloroso.

-¡Eren! -gritó el padre, desesperado. -¡Llama a la hechicera del castillo, rápido! -ordenó a su hija mientras se acercaba a su hijo, tratando de sostenerlo.

Francheska corrió al instante fuera de la habitación, dejando a su padre con Eren. Mientras tanto, el joven, con la mirada llena de furia y frustración, susurró unas palabras con esfuerzo, casi sin poder respirar:

-Grayson... hijo de... puta... -las palabras se arrastraban por su garganta mientras las fuerzas lo abandonaban poco a poco. -Tú mataste... a Lorena, y a los padres de Karen...

El padre frunció el ceño, sin comprender cómo el chico sabía esas cosas. Nadie, salvo Arturo, debería haber conocido esos detalles. Estaba claro que había algo más en juego. Algo que no lograba entender.

-¿Cómo sabes eso? -preguntó el hombre, casi sin poder articular las palabras debido a la confusión y el desconcierto que lo invadían.

Eren, con su cuerpo completamente agotado, apenas levantó su mano y aferró el brazo del hombre, un gesto de desafío y desesperación al mismo tiempo.

-Teresa... -dijo, con una voz rasposa, pero cargada de dolor y rabia.

El hombre, al escuchar ese nombre, sintió una oleada de preocupación atravesarlo. Si Teresa sabía, las consecuencias serían más graves de lo que jamás habría imaginado.

-¿Estuvo aquí? -preguntó, una pizca de angustia en su voz, mientras Eren asintió débilmente.

-Ella... vendrá por ti -continuó Eren, su rostro contorsionado por el dolor, pero con una sonrisa ladina que no logró disimular del todo-. Juro matarte... luego a nosotros... -Se detuvo, mirando al hombre con una intensidad maliciosa. -Y Karen... ella... la quiere a ella.

El hombre, con los nervios disparados, dio un paso atrás, casi tropezando con su propio pie. Estaba claro que la situación se había desbordado, que las piezas del tablero de ajedrez comenzaban a moverse sin que pudiera controlar el flujo de los eventos.

-Mierda, se ha dado cuenta... -murmuró, angustiado. En ese momento, la puerta se abrió con brusquedad y Francheska volvió a entrar, acompañada por una mujer de cabello rojo, que parecía irradiante en su seriedad.

-Déjenme revisarlo -dijo la mujer, acercándose rápidamente a Eren. El padre se apartó, dando paso a la experta, y se dirigió de nuevo hacia su despacho, sabiendo que, en ese instante, su mente solo podía pensar en un único objetivo: encontrar a Teresa antes que ella lo hiciera. Si no, las consecuencias serían más catastróficas de lo que jamás habría imaginado.

Una vez dentro de su despacho, el hombre sacó su teléfono móvil, marcando el único número que conocía, el único que confiaba para estos casos desesperados.

-¿Qué? -contestó una voz femenina al otro lado de la línea, con un tono cansado pero alerta.

-Teresa ya sabe todo... -soltó el hombre, el desespero claro en su voz mientras comenzaba a caminar de un lado a otro por la habitación. -¡Ella escapó!

-¡¿Cómo demonios?! -reclamó la mujer al otro lado del teléfono. -¡Se supone que tú debías evitar esto! -La rabia de su tono era palpable, las palabras venían rápidas, como una avalancha que no podía detenerse. -¡¿Cuándo pensabas decírmelo?! ¡¿Cuando ella estuviera reclamando lo que, según ella, le pertenece?! He trabajado demasiado para que tu estupidez lo arruine todo. ¡Debiste matarla junto con sus padres!

El hombre, al escuchar los reproches, apretó los dientes, ya harto de sus constantes recriminaciones.

-¡Es mi problema! -respondió, su voz cargada de cansancio y agotamiento. -¡Necesito que la encuentres! ¡Y me digas dónde está, para traerla de regreso antes que Teresa...!

La mujer al otro lado de la línea no pudo evitar soltar una risa amarga, como si toda la situación fuera un juego cruel al que él ahora se había unido sin querer.

-¡Ella hará lo que se supone harías tú! -contestó, despectiva. -¡¿Eso te preocupa?! La encontraré, pero solo porque me afecta a mí. No me importa en absoluto esa maldita mocosa. -En ese instante, colgó el teléfono sin dar espacio a más palabras, dejando al hombre en un mar de ansiedad y frustración.

El hombre guardó el teléfono y, con una calma que no sentía, se dirigió hacia un pasadizo secreto en su despacho. Abrió una puerta oculta en la pared, revelando un túnel oscuro que descendía lentamente hacia lo más profundo de la mansión.

Al final del pasillo, encendió una antorcha, la luz titilante iluminando el espacio sombrío a su alrededor. Avanzó con pasos lentos, hasta llegar a una pequeña sala, donde colgaba un cuadro inmenso enmarcado con detalles intrincados.

El retrato mostraba a una mujer, de cabello azul brillante que caía en suaves ondas hasta un poco más abajo de sus hombros. Sus ojos, de un verde con destellos rojos, parecían casi inalcanzables, y su piel, pálida como la luna, contrastaba con la oscuridad que la rodeaba. Su sonrisa, llena de misterio, mostraba unos dientes perfectamente afilados, y dos colmillos, que la hacían parecer aún más enigmática.




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