Regreso en mí, pero el peso de la confusión y la tristeza no me deja en paz. Mis ojos están hinchados, como si hubiera llorado durante horas, pero la sensación de vacío persiste, como un eco lejano en mi pecho. La realidad comienza a hacerse más clara a medida que mis sentidos se agudizan, y me doy cuenta de que estoy en brazos de Eren. Él me sostiene con una fuerza que parece inquebrantable, su cuerpo tembloroso y caliente contra el mío. Llora junto a mí, como si su dolor se fusionara con el mío, como si nuestras almas se hubieran conectado en ese abrazo. Sus lágrimas caen sobre mi hombro, empapando mi piel, pero no me importa. El dolor compartido nos une, nos envuelve en una burbuja de angustia y consuelo.
Lo miro, pero no puedo evitar sentirme perdida. Todo esto… todo lo que ha sucedido… no tiene sentido. No entiendo por qué estamos aquí, ni cómo llegamos a este punto, ni por qué él está tan afectado. Pero algo en su abrazo me tranquiliza, algo en su fragorosa necesidad de aferrarse a mí me hace sentir como si estuviera luchando por mantenernos en este mundo, como si nuestra unión fuera lo único que pudiera salvarnos.
—Perdóname, mamá —susurra en mi oído, y esas palabras me atraviesan el alma. "Mamá". El eco de esas palabras me golpea con una intensidad indescriptible. Su voz, quebrada por el llanto, me quema por dentro, porque no sé qué he hecho para merecer tal perdón. No sé qué ha pasado, qué hemos perdido, ni qué hemos hecho mal, pero de alguna manera, siento que hay algo que debo entender, algo que me corresponde a mí.
Mi mente sigue dando vueltas, y no sé por qué, pero mis brazos, casi de manera automática, lo abrazan también. Mi cuerpo reacciona antes que mis pensamientos. Es como si una parte de mí supiera que debo estar allí para él, que debo sostenerlo, aunque todo dentro de mí esté lleno de dudas. Él llora más fuerte, y yo lo aprieto contra mí, como si mi abrazo pudiera calmarlo, como si al envolverlo en mis brazos pudiera encontrar alguna respuesta a todo lo que está pasando.
Su llanto resuena en mi pecho, y lo único que puedo hacer es seguir abrazándolo, sin comprender del todo lo que significa ni por qué lo siento tan intensamente. Mis manos lo acarician de forma involuntaria, y todo lo que quiero es que deje de sufrir, aunque no sepa por qué está tan roto, por qué me pide perdón. No hay palabras que puedan explicarlo. Hay algo en el aire, una verdad a medio descubrir, que me hace sentir como si todo fuera una pesadilla, pero al mismo tiempo, quiero creer que esto es real, que hay un propósito en todo lo que estamos viviendo.
Mis lágrimas caen también, se mezclan con las de él, y aunque estamos sumidos en el dolor, hay una extraña sensación de conexión, como si nuestra tristeza compartida fuera lo único que realmente entendemos en este momento.
"— Mamá —dice Eren abrazándome, su vocecita tan suave y reconfortante, como un lazo de amor que me mantiene anclada a esta realidad, aunque todo lo demás se desmorone a mi alrededor. —Te amo, mami… —continúa, sus palabras llenas de inocencia, de una dulzura que parece pedir que todo esté bien, como si sus pequeños brazos pudieran sanar todas las heridas del mundo.
—Yo también, amor —respondo, mi voz temblorosa, pero con todo el cariño que mi corazón puede ofrecerle. Lo sostengo con fuerza, sus manitas aferrándose a mí, mientras mis pensamientos intentan organizarse, pero se derrumban una y otra vez.
En ese momento, la puerta se abre y veo entrar a Francheska y Laura corriendo hacia mí, seguidas de Arturo, quien está hablando animadamente con Grayson. Todos parecen tan... felices, tan ajenos a la tormenta que está a punto de desatarse.
—¡Mami! —grita Laura, corriendo hacia mí con una sonrisa que ilumina su rostro, acompañada por una niña de cabello rubio, un poco más pequeña que Laura. La otra niña se ve de manera distorsionada, como si algo intentara evitar que la vea. Su presencia, casi borrosa, me desconcierta aún más.
—Hola mamá —saluda Arturo con voz suave, acercándose para dejarme un beso en la mejilla, seguido de Francheska, quien también me besa, su expresión tan tranquila, tan familiar, como si nada malo pudiera tocar nuestro pequeño mundo.
Yo solo observo, tratando de comprender, intentando asimilar lo que está pasando. El ambiente está lleno de risas, de palabras animadas, de una normalidad que me parece ajena. Pero, en el fondo, algo no está bien. Todo en mí grita que algo está fuera de lugar, y no sé cómo encontrar la pieza que encaje en este rompecabezas.
De repente, el tono cambia, como si alguien hubiera apagado la luz en un instante. Todo se vuelve sombrío y opresivo. La calma se rompe cuando una mujer pelirroja aparece, lanzando un hechizo hacia la mujer que se parece a mí, la mujer que sostiene a Eren. De alguna manera, puedo sentir que es ella, aunque mis recuerdos de esa imagen son confusos y fragmentados. La mujer es atacada, y sus cuatro hijos, junto a la niña rubia, son encerrados en lo que parece un amuleto encantado. Todo sucede con una velocidad vertiginosa, como si el tiempo hubiera decidido volverse borroso, fugaz, como una película que avanza demasiado rápido.
Grayson entra corriendo, sus pasos resonando con fuerza. La mujer pelirroja la ataca, y yo la veo, con horror, empuñando una daga de plata. La daga se hunde en el abdomen de la mujer. La escena es tan brutal, tan dolorosa, que un grito de angustia y rabia escapa de Grayson. El sonido retumba en mis oídos, y el caos parece envolverse en una espiral sin fin.
Un grito. Un desgarrador grito de dolor. Grayson reacciona de inmediato, atacando a la mujer pelirroja, lanzándola lejos. Ella, sonriendo cruelmente, se aleja, como si la tragedia que acaba de desatarse fuera solo un juego para ella. La mujer le entrega a Grayson el amuleto, y le dice algo que no alcanzo a entender, sus palabras se desvanecen en el aire, como si se las hubiera llevado el viento. Grayson, ahora completamente deshecho, llora mientras sostiene el cuerpo sin vida de su esposa.
#114 en Fantasía
#18 en Paranormal
#5 en Mística
fantasia amor infidelidad dolor, vidas pasadas y reencarnaciones
Editado: 12.05.2025