Mi Alpha Protector ( #1 )

Capitulo 49 - Karen Romanov

Entré en los territorios del castillo principal del clan vampírico. Varias figuras oscuras se movían por los pasillos, todos ellos vampiros que custodiarían las entradas y las habitaciones más importantes. A pesar de la presencia de tantos, nadie me dijo nada cuando me vieron pasar. Ningún movimiento hostil, ni un solo gesto de incomodidad. Lo único que hicieron fue hacer una ligera reverencia al pasar, como si me reconocieran, como si ya supieran quién soy, pero sin atreverse a detenerme o a interrumpir mi camino.

La oscuridad del castillo era opresiva, y el frío de las paredes de piedra aumentaba la sensación de aislamiento. Me dirigí hacia la cocina, el lugar que conocía como mi punto de entrada en este laberinto de secretos. Allí, me esperaba la respuesta que tanto había estado buscando: la verdad. Esa persona que finalmente me daría la claridad que necesitaba para entender todo lo que estaba ocurriendo.

Cruzando el umbral de la cocina, pasé por las habitaciones vacías, cada una tan llena de ecos de historias pasadas. Finalmente llegué al salón principal del castillo, un espacio elegante, pero sombrío. El suave crujir de la madera bajo mis pies rompió el silencio, y fue entonces cuando la vi. Francheska estaba sentada en el sofá, abrazándose a sí misma mientras lágrimas caían sin sonido de sus ojos. Algo me recorrió el cuerpo al verla en esa condición, tan frágil, tan diferente a la imagen imponente que solía proyectar. ¿Cómo podía ser? Siendo una vampira pura, ¿cómo podía estar llorando?

Me acerqué lentamente, casi como si no quisiera interrumpir su dolor. La escena me resultaba completamente ajena. Se suponía que los vampiros como ella no podían sentir de esa forma, no podían mostrar vulnerabilidad. Pero allí estaba ella, rota en su propio sufrimiento.

—Fran...cheska —susurré, apenas un murmullo que se perdió entre el aire frío del castillo. Ella levantó la vista rápidamente, y al verme, se levantó con rapidez y corrió hacia mí. Antes de que pudiera reaccionar, me abrazó con desesperación.

Me quedé inmóvil por un momento, desconcertada ante su reacción. ¿Por qué me abrazaba con tanto ímpetu, como si estuviera buscando consuelo?

—Mamá... —dijo entre sollozos, su voz quebrada por el dolor. La escuché con atención, y algo en mí se tensó al oír esa palabra.

“Ya lo sabe”, pensé nerviosa, una sensación incómoda me invadió. No podía evitar acariciar su cabello, un gesto instintivo, como si dentro de mí hubiera una necesidad de protegerla, aunque no sabía por qué. Algo profundo, enterrado muy dentro de mí, me decía que debía hacerlo.

—Tranquila, bebé —le dije en tono automático, como si no hubiera otra respuesta posible. Pero dentro de mí, una tormenta de emociones se desataba: asco, furia, miedo.

Francheska me miró a los ojos, su rostro mojado por las lágrimas, y en un susurro, me abrazó aún más fuerte.

—Perdóname, mamá —dijo, ocultando su rostro entre mi cabello.

No pude evitar estremecerme al escuchar esas palabras. ¿Qué había sucedido para que ella, tan fuerte y decidida, llegara a este punto? ¿Qué la había quebrado?

—No te preocupes por eso. ¿Dónde está Grayson? —le pregunté, más por inercia que por curiosidad. Aún no podía asimilar toda la situación.

—Está en el jardín... —respondió con un sollozo ahogado. Asentí lentamente, y sin decir nada más, le besé la mejilla y me dirigí hacia el patio. Allí encontraría las respuestas que tanto necesitaba.

Recorrí el castillo de principio a fin. Cada paso parecía pesado, como si el aire estuviera impregnado con la oscuridad de siglos de historia. Llegué a la puerta que daba al jardín y, al abrirla, un recuerdo me golpeó con fuerza. Un ardor intenso se extendió por mi estómago, un dolor visceral. Allí estaba ella.

La mujer que, hace siglos, había sido mi amiga, la misma que me mató, la misma que destruyó a mi familia. Teresa.

Frente a mí, Grayson estaba a punto de lanzarse sobre ella para acabar con su vida, para vengar todo lo que había hecho. Pero ella me vio y, al igual que yo, su rostro se transformó al instante. Sus ojos se abrieron como platos.

—Se supone que te maté, querida —dijo, su voz cargada de ironía y desprecio. Grayson, al escuchar su voz, me miró, pero yo solo solté una risa fría.

—Pues ya ves que no... —respondí, acercándome lentamente a ellos. Mis pasos eran lentos pero firmes, cargados de una furia contenida que solo necesitaba un pequeño impulso para desatarse. Cruzando los brazos frente a mi pecho, la miré fijamente, desafiante. —¿Qué te trae por aquí, Teresa? —pregunté con calma, aunque mis palabras estaban llenas de veneno.

Teresa soltó una risa baja y cínica antes de responder.

—Terminar lo que empecé. —Rodé los ojos, casi sin ganas de escucharla. Pero algo en el aire cambió, y de repente, algo detrás de ella llamó mi atención. Eren. Mi hijo. Estaba tirado en el suelo, con una herida profunda en el hombro derecho. El dolor me golpeó como un tren.

—¡Eren! —grité, corriendo hacia él, pero antes de que pudiera dar un paso, Grayson me sujetó de la mano, impidiéndome acercarme. Me debatí entre sus brazos, gritando que me dejara ir, mis ojos ardían de furia y desesperación. La mujer, por supuesto, se rió en voz alta, disfrutando del sufrimiento que había provocado.

—De nuevo no pudiste hacer nada —dijo Teresa con una sonrisa burlona.

—¡¿Por qué?! —grité, llena de rabia, mi voz temblaba, y mis ojos destellaban con odio. No podía entenderla, no podía aceptar lo que había hecho.

—¡Lo quería para mí! —gritó Teresa, sus ojos brillando con una locura palpable. —¡Solo necesité pintarme el pelo y ya no me reconoció! Eran tan ilustres ambos... ¡Quería pasar la página, dejarlos en paz, dejar que fueran felices! Pero no pude... ¡No podía dejarlo... No a él! ¡No a Henry! —gritó, su obsesión clara como el agua.

—¡Estás loca! —le grité, forcejeando en los brazos de Grayson, que me retenía con fuerza.




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