Estoy en el cuarto de la manada con los chicos. Lucas se quedó en el castillo recogiendo algunas cosas de mis niños, para que se queden aquí conmigo en la manada.
Eren está dormido en nuestra cama, —que Lucas mandará a quemar luego, o eso me dijo él—. Laura se durmió en el pecho de Arturo, en el sofá del cuarto, mientras que Francheska está junto a Eren, sentada en una silla, tomando su mano y esperando a que despierte. Y yo...
Bueno, yo estoy en el balcón, observando el interior de mi cuarto, viendo a mis cuatro hijos destrozados, mientras intento recordar a mi conejita. Es lo único que recuerdo de ella... Ese extraño apodo que le puse, algo que me ayudara a saber quién era. Deduzco que era la otra niña que aparece borrosamente en mis memorias pasadas, la rubia. Pero de ahí, no recuerdo nada más. Otro embarazo o algo parecido.
No sé cómo, pero era humana. Y le gustaban las zanahorias, por eso le decía conejita. Acaricio el amuleto que tenía Henry mientras observo a mis hijos en el cuarto.
La sensación de desconcierto me invade, un vacío en el pecho que no logro llenar. Cada vez que trato de recordar más sobre ella, un nudo se forma en mi garganta. Todo lo que tengo son fragmentos dispersos y, a pesar de que mi mente intenta agruparlos, no puedo encajar las piezas.
Siento la presencia de mis hijos en la habitación, su tristeza, pero algo dentro de mí me hace sentir un leve asco.
—¿Por qué siguen aquí?— Mi mente grita, pero mis labios se sellan.
Francheska, tan inquieta como siempre, se muestra a sí misma en todo su esplendor: sentada junto a Eren, aferrada a su mano como si fuera lo único que la mantiene cuerda. Siento que su dolor y su dependencia me sofocan un poco, un ligero asco recorriéndome por dentro. No es que la odie, no. Es solo que... el peso de su desesperación, su vulnerabilidad, me resulta una carga incómoda. Su llanto, su necesidad constante de protección... todo se vuelve opresivo, como una sombra que no puedo sacudirme.
Eren, en su cama, tan pálido y frágil, como un niño pequeño que no sabe lo que está pasando, o tal vez no le importa. La confusión sobre lo que sucedió con él, sobre por qué todo está tan desmoronado a su alrededor, me hace sentir repulsión. No sé si es por lo que me ha tocado vivir, o por la fuerza de lo que sucedió. Mi mente se resiste a asimilar que estos dos pequeños son parte de mi vida. De alguna manera, no sé si puedo lidiar con ellos.
Laura, por otro lado, me parece más manejable, más comprensible, pero Eren y Francheska... esos dos, con sus llantos y necesidad constante de estar a mi lado, hacen que algo dentro de mí se revuelque. Es como si todo lo que me quedara de humanidad me estuviera siendo arrancado poco a poco, mientras ellos se aferran a mí como si yo fuera su salvación. No me malinterpreten, quiero cuidarlos, pero a veces me siento como si estuviera arrastrándome por un terreno que no me pertenece.
Suspiro pesadamente mientras me coloco la cadena de nuevo. El color naranja predomina en esta, desde abajo hacia arriba. Entro al cuarto a cambiarme para salir a cazar. Ahora tengo cuatro a quienes alimentar, y ellos necesitan llevar una vida "normal", en lo que cabe, para que puedan vivir bien aquí.
Me meto al closet y salgo con una nueva ropa: un buzo negro, una camiseta del mismo color, y una chamarra encima. Con la cadena puesta, salgo de allí y me dirijo hacia la puerta del cuarto.
—¿Mamá?— me llama Francheska, la veo y se está frotando los ojos somnolienta.
—¿Mmm?— me limito a decir, mirándola apenas.
—¿A dónde vas?— dice, mirándome fijo.
—Voy a cazar. En unas horas amanecerá y necesitan alimentarse... Así también despejaré la mente. No dilato. ¿Bien?— le digo en tono tranquilo. Ella asiente, y me acerco a ella para besarle la coronilla.
—Ya no les pasará nada... No si yo puedo evitarlo.— Ella comienza a llorar.
—Perdón, mamá.— Dice restregándose los ojos. Aparto sus manos de su cara y beso sus mejillas.
—Todo quedó en el pasado, bebé.— Le digo suavemente. —Nada les pasará... Te lo prometo... Esta será la última vez que les suceda algo mientras estén conmigo.— Beso su frente con cariño. —Me voy.
—Cuídate, mami...— dice ella, y yo río suavemente mientras salgo de la casa.
En la entrada está Max. Parece que le tocó vigilancia esta mañana.
—Hola, Luna.— Me saluda con una sonrisa.
—Hola, Max.— Digo cerrando la puerta de la casa y saliendo completamente.
—¿Saldrá?— me pregunta, frunciendo el ceño.
Asiento.
—Voy a cazar, pronto amanecerá y Eren tendrá que recuperar mucha energía después de lo que pasó.— Le digo, en tono serio.
—Te acompaño.— Me dice, siguiéndome.
—Bien.— Respondo, simple, mientras me adentro al bosque, seguida de él. Empiezo a olfatear el aire, buscando qué podría llevarles para que recuperen fuerzas.
No sé qué pasará mañana. No sé qué ocurrió hace unos años, ni qué sucederá en unas semanas o meses... Lo que sí sé es que nada será fácil a partir de ahora...
Un aroma a vampiro y hechicero me llega, frunzo el ceño y corro tras esos rastros. Max corre detrás de mí, intentando seguirme el paso.
Acelero mi marcha al sentir que esos aromas se desvanecen. Llego hasta las orillas de la manada, en el lado oeste.
—¡¿Por qué mierda los rastros de respuestas terminan en esta maldita línea?!— Grito, molesta. Una rama cruje tras de mí. Me volteo rápidamente, gruñendo, y es el lobo de Max, jadeante.
—¿Pero qué mierda...?— Digo, sorprendida, mientras me fijo alrededor y noto que estoy demasiado lejos de donde me encontraba antes.
Sigo mi camino recorriendo las orillas de la manada, buscando esos aromas de nuevo, mientras también trato de encontrar algo para que mis chicos coman.
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Editado: 12.05.2025