Mi Alpha Protector ( #1 )

Epílogo (parte dos)

Estoy en la cocina, abriendo el estómago del venado que acabo de cazar, el olor metálico de la sangre se mezcla con el aire pesado de la noche. El animal está tendido sobre la mesa, y yo, casi sin pensar, comienzo a destazarlo con rapidez, mis manos moviéndose por costumbre. Llevo años haciendo esto, pero cada vez se siente más distante, como si mis propios movimientos fueran ajenos a mi cuerpo. Mientras lo hago, me esfuerzo por no pensar en lo que estoy sintiendo, en lo que está pasando en la casa, en la manada, pero es inútil. Mi mente se distrae con los recuerdos de lo que ocurrió con el hombre que fue, por mucho tiempo, la base de todo este caos.

Hago una pausa cuando escucho el crujir de la carne y veo cómo la sangre se acumula en las jarras. He llenado dos, y luego decido llenar una más. Las coloco sobre una bandeja, junto a cuatro vasos limpios. No quiero pensar en nada más por ahora, solo en cumplir con lo que tengo que hacer. Si puedo concentrarme en esto, quizás me olvide, aunque sea por unos minutos, de lo que está sucediendo dentro de la casa.

Subo al cuarto, y cuando abro la puerta, la veo. Laura está despierta en un rincón del cuarto, abrazándose las piernas, casi encogida. Cuando entro, su mirada se fija en mí, y siento que se tensa, como si el aire entre nosotros se volviera denso. Un vacío inexplicable se forma dentro de mí. Dejo la bandeja sobre la mesita de noche, y me acerco para servirle un vaso de la sangre, olvidando por completo que ella, estando embarazada, necesita consumir más. Quizás sea licántropo, pero no cambia el hecho de que necesita alimentarse más que antes.

—Toma, princesa, calma —le digo con voz suave, mientras le entrego el vaso.

Laura lo toma rápidamente, y yo no puedo evitar notar cómo su mano temblorosa lo sostiene. La miro, culpándome por haber olvidado algo tan importante.

—Lo siento, princesa, lo había olvidado... Con todo lo que está pasando.

Ella niega con la cabeza, y me devuelve el vaso vacío.

—¿Quieres más? —le pregunto, y ella asiente, con una mirada vacía.

Voy a la mesa de noche, tomo la jarra y la lleno de nuevo. Se la doy, y esta vez Laura lo toma más lento, disfrutando del contenido, como si cada sorbo le trajera algo de consuelo. La observo en silencio, queriendo decir algo, pero no sé qué. Todo lo que pasa por mi mente es un batiburrillo de confusión, frustración y una creciente sensación de asco que no puedo deshacerme. Asco de esta situación, asco de la fragilidad humana y, en parte, asco hacia Francheska y Eren, que aún parecen tan perdidos y dependientes de mí. Necesitan algo de mí, algo que ni yo misma entiendo.

De repente, la voz rasposa de Eren me hace saltar. Me giro hacia él, que está acostado en la cama, mirando hacia el techo con los ojos abiertos, pero sin ver realmente nada. Su voz, rota y débil, me desconcierta aún más.

—¿Mamá? —pregunta, y su tono me estremece un poco.

Me levanto rápidamente y me acerco a la mesa de noche. Tomo otro vaso, lo lleno y me dirijo hacia él. Eren lo agarra con manos temblorosas, y no puedo evitar ver en sus ojos esa mezcla de vulnerabilidad y miedo. Es extraño. En un momento, me siento sobrepasada por la cantidad de emociones que me invaden.

—Toma —le digo, intentando sonreír.

Él toma el vaso y lo bebe, y el silencio se extiende entre nosotros. Los otros dos vasos vacíos esperan a que Francheska y Arturo se despierten, pero por ahora no me importa. El tiempo parece detenerse cuando Eren me mira con esos ojos inocentes, pero profundamente tristes.

—¿Pa...pa? —su voz es quebrada, casi imperceptible.

Yo me quedo en silencio, tratando de formar una respuesta, pero todo lo que siento es confusión. ¿Qué puedo decirle? ¿Cómo le explico lo que ha pasado? El dolor en mi pecho se intensifica al pensar en él, al ver cómo su vida y la de todos están marcadas por esa tragedia que nunca pedí.

—El... Teresa... —balbuceo, pero las palabras no salen de mi boca. Ni siquiera sé cómo formar la oración.

En ese momento, la voz de Arturo, rasposa y fría, interrumpe el silencio. Me gira hacia él, y su mirada es indiferente.

—Está muerto, Eren —dice con un tono extraño, como si estuviera hablando de algo ajeno, sin ninguna compasión.

Lo fulmino con la mirada. Su actitud me revuelca por dentro.

—¿Qué? —dice, mirando a Eren con una especie de curiosidad inocente.

El rostro de Eren se transforma en una mezcla de horror y desconcierto. Sus ojos se llenan de lágrimas, y su voz tiembla cuando repite la misma palabra una y otra vez.

—¿Mu...ri..ó? —pregunta, y sus ojos se llenan de confusión y dolor. Es como si no pudiera comprender lo que acaba de oír.

—Sí, Eren —le respondo, mi voz temblando ahora, mi mente tratando de procesar todo lo que está pasando. —Murió. Se fue. Durmió eternamente. Llámalo como quieras... Después de todo, solo nos judió la vida a todos nosotros... —mis palabras salen más frías de lo que pretendía, y siento el peso de lo que estoy diciendo como si me estuviera ahogando.

Arturo toma uno de los vasos con indiferencia, como si nada de esto le afectara. Me dan ganas de gritar, de hacerle entender lo que estoy sintiendo, pero en lugar de eso, lo miro fijamente.

—Arturo, si no cierras esa linda boca, atente a las consecuencias —le digo con firmeza, controlando la rabia que se está acumulando en mi interior.

Él se disculpa con una mueca de desdén.

—Lo siento, "mamá" —dice, rodando los ojos, y siento que una chispa de furia recorre mi cuerpo.

Suspiro, profundamente agotada. Es increíble cómo la gente puede ser tan insensible en medio del dolor. Pero, en fin, nada me sorprendería ya.

—Esto será difícil —pienso para mis adentros, como una advertencia en mi mente.

Arturo, aparentemente ignorando el ambiente tenso, se acerca a mí, y, con voz baja, me dice:

—Soy Karen, tu hermana... Si no quieres llamarme mamá, por mí no hay problema. Solo, no la agarres conmigo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.