Mi Alpha Protector ( #1 )

Epílogo (parte tres)

Estoy en el despacho de Lucas, esperando a que termine de revisar unos documentos sobre lo que sucedió recientemente. La tensión es palpable en el aire, y yo solo puedo concentrarme en la cadena que llevo en el cuello, mis dedos apretando con fuerza el amuleto. Siento cómo la ansiedad recorre mi cuerpo, como una corriente constante que no me deja en paz. La puerta se abre, y al instante me levanto de la silla con rapidez, como si el asiento estuviera quemando mi piel. Lucas entra al despacho con paso firme, pero su mirada está cargada de algo que no consigo descifrar. La atmósfera se vuelve pesada, llena de una tensión incómoda entre nosotros. Por un momento, no sé qué decir, no sé cómo comenzar a explicar lo que siento, lo que he descubierto, lo que ya no puedo callar más.

Finalmente, decido romper el silencio. Mi voz sale casi en un susurro, temblorosa, pero decidida.

—Me enteré el día que me encontraron en el bosque —le digo de golpe, sin pensarlo dos veces. Lucas me mira, sus ojos se abren como platos, sorprendidos, incrédulos, como si lo que acabo de decir no tuviera sentido alguno para él. Mi pecho se aprieta al ver su reacción, pero no me detengo—. Ese día, todos los recuerdos de mi vida anterior llegaron a mí como una avalancha de nieve. Era como si me sumergiera en ella, incapaz de salir... —mis palabras se enredan mientras mis ojos se humedecen—. No sé cómo pasó todo esto... No entiendo cómo estoy viva, cuando se supone que morí hace casi un siglo... —mi voz se quiebra un poco, y la tristeza comienza a teñir cada palabra que sale de mis labios—. No sé cómo terminé teniendo hijos con el hombre que llegué a odiar con todo mi ser, pero al final, no pude odiarlo por completo.

Lucas abre la boca para decir algo, pero lo interrumpo, el peso de todo lo que tengo dentro me obliga a hablar rápido, a desahogarme, a sacar de mi pecho todas esas palabras que me han estado carcomiendo por días, por semanas, por meses.

—Déjame terminar, por favor —le pido, mi voz temblando y las lágrimas resbalando por mis mejillas—. No sé cómo se supone que debo ser el soporte de los cuatro hijos que están en nuestra habitación, mientras todo esto se desmorona. No sé cómo se supone que debo seguir adelante, con todo este dolor que se acumula y no me deja respirar... Y no sé cómo sacar a mi pequeña de esta pesadilla —me quito el collar del cuello con un gesto doloroso y lo dejo sobre la mesa—. Pero lo que sí sé, es que no puedo dejarlos solos. Tengo que estar allí para ellos. Para los cinco. No importa lo que pase mañana o dentro de un año, lo que estoy viviendo ahora va a ser peor... Y aunque te amo, Lucas —mi voz se quiebra al pronunciar esas palabras, y mi corazón se llena de un dolor tan grande que me cuesta seguir hablando—. También sé que esto es mucho para ti, que necesitas tiempo para asimilarlo, para comprenderlo. Si no quieres que esté aquí, me iré al castillo con los niños... Pero quiero que sepas que, de corazón, te agradezco por haber sido parte de mi vida, por haberme mostrado que puedo ser amada, que también puedo amar... —hago una pausa, mi pecho pesando como una losa—. Gracias por ser mi Alpha Protector —concluyo, mi sonrisa es amarga, casi rota, y me giro para salir del despacho, dejándolo solo, con todo lo que acabo de decir flotando en el aire entre nosotros.

La puerta se cierra suavemente detrás de mí. No me detuvo. No dijo nada. Y con eso, me hizo entender que no podía aceptarlo. No podía aceptarme.

Entro al cuarto, y los cuatro niños están allí, conversando entre ellos, pero al verme, todos se quedan en silencio. Es como si el aire en la habitación se volviera más denso, como si ellos también pudieran sentir lo que acaba de suceder. Trato de mantener la calma, pero mis emociones me traicionan. La puerta se cierra con suavidad, y me deslizo por ella hasta el suelo, mis piernas flacas no respondiendo, mientras mi cara queda entre mis rodillas. Las lágrimas caen sin control, el llanto es profundo, doloroso, como si no pudiera contener más la carga que llevo dentro. No quiero que me vean débil, pero no puedo evitarlo. Estoy rota.

—¿Estás bien? —me pregunta Laura, con una voz suave y llena de preocupación. Levanto la cabeza lentamente, y sus ojos me miran llenos de esa angustia que solo una madre puede entender. Los otros tres niños se acercan también, y me rodean, sus rostros marcados por la incertidumbre. Me limpio las lágrimas, trato de sonreírles, aunque me cuesta más de lo que jamás imaginé. Sé que ellos también sienten la tensión, la incomodidad. Pero no quiero que vean mi dolor. No quiero preocuparlos más de lo que ya lo están.

—Sí... —respondo, mi voz quebrada, pero intento que suene firme. No quiero que ellos me vean débil, pero sé que no puedo seguir ocultando lo que siento—. Tenemos que regresar al castillo.

—¿Pero y Lucas? ¿Y Zack? ¿Y Marissa? —pregunta Arturo, su tono lleno de dudas. Puedo ver la confusión en su rostro, el intento por entender lo que está pasando. Yo también me siento perdida, pero trato de mantener la calma para ellos.

—Cierto... —digo, mirando a Arturo con una pequeña sonrisa triste. No quiero dejar que se quede con más preguntas—. Bueno, Laura se quedará con Zack, y Arturo, es tu decisión si te quedas con Marissa... Yo... no puedo quedarme aquí —mi voz se quiebra al decir esto, como si mis fuerzas se agotaran de repente.

—¿Mamá, qué pasa? —Francheska habla, por primera vez, con una mirada penetrante. La preocupación en su voz me llega al corazón, y sé que ella ya lo ha entendido. Ya sabe lo que está sucediendo—. Es el alpha que te llevó, ¿cierto? Eres su mate, y él no asimila nada... Y te echó —deduce, y aunque su tono es suave, su comprensión es clara. Niego rápidamente con la cabeza, no quiero que piensen que todo está perdido.

—No, claro que no —le respondo rápido, con firmeza, aunque mi corazón duele por dentro—. Él no me ha echado. Solo... necesita tiempo para asimilarlo. Y yo le daré ese tiempo, todo el que necesite. Ahora, nos vamos —digo, levantándome del suelo con un suspiro, mientras ellos me siguen con la mirada, pero no me detienen.




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