Velí Rine
—¿Dónde está mi teléfono? ¡Joder! —revuelvo la habitación con inmensa frustración.
No lo encuentro por ninguna parte. No recuerdo haberlo usado desde que estuve en la oficina de Min Do, así que solo puedo haberlo dejado allá. Si se me pierde, no compraré otro hasta que vuelva a Puerto Rico.
Salgo de la habitación y camino directamente a la de Min Do. Toco la puerta y él la abre de inmediato. Entro, masajeando mi sien con irritación.
—¿Qué pasa? —pregunta al notar mi fatiga.
Respiro profundamente antes de responder.
—No encuentro mi teléfono. Estoy estresada.
—Lo rompí sin querer. Mañana tendrás uno nuevo —dice con absoluta tranquilidad.
Parpadeo varias veces, intentando procesar lo que acaba de decir.
—¿Cómo que lo rompiste?
—Lo siento mucho.
Exhalo despacio, tratando de calmarme.
—Está bien…
Min Do me rodea con sus brazos en un abrazo cálido.
Nos separamos y salgo de la habitación. Bajo las escaleras hasta la sala de estar, me sirvo un poco de agua y me dejo caer en el sofá de terciopelo.
Mindo baja poco después, ahora vistiendo una camiseta.
—Estás molesta conmigo, ¿no es así? —pregunta, sentándose a mi lado.
—No, no estoy molesta contigo.
Solo irritada.
La verdad es que el teléfono ya estaba en las últimas. Con tantas caídas, sabía que en algún momento no aguantaría más. A mí los teléfonos nunca me duran más de una semana sin estrellarse al menos tres veces.
Toma mis manos entre las suyas y las besa suavemente, antes de acercarme a su pecho.
—Recibiste una llamada de un tal Jorge mientras dormías —levanto la vista en su dirección. Tenía que ser él—. Me enoje mucho por su llamada y de la furia lo rompí. Discúlpame, ¿Sí?
—No te preocupes, ya cuando regrese a mi casa me compro uno nuevo.
Niega.
—Yo lo rompí y ya te lo envíe a comprar —dice tomando mi rostro.
—Bueno. Pero no era necesario.
Me acerco a él y aspiro su aroma embriagante. Me atrae hacia su pecho fornido, tan firme que parece acero. Mis manos, casi instintivamente, se deslizan hasta su abdomen marcado.
—¿Te gusta lo que tocas? —susurra en mi oído con voz ronca.
Asiento, sintiendo cómo el rubor invade mis mejillas.
Él suelta una risita divertida.
Lo miro con una ceja arqueada y me alejo, poniéndome de pie con intención de subir las escaleras.
Pero Min Do me detiene.
Me atrapa por la muñeca y me jala contra su cuerpo, atrapándome en su calor. Su mirada intensa me atraviesa, cargada de deseo.
Intento zafarme, pero él es más fuerte y más alto que yo. Podría apartarlo de un solo puñetazo… si no fuera porque es mi hombre.
De repente, me carga sobre su hombro como si fuera un saco.
—¡Suéltame, Min Do! —exclamo, pataleando en el aire.
Ignorándome por completo, entra en su habitación y me lanza sobre la cama sin esfuerzo.
—¿Estás loco? —grito, incorporándome sobre mis rodillas.
—Sí, lo estoy, linda —responde con una media sonrisa.
Se quita la camiseta y se acerca a mí, tomando mis manos y colocándolas sobre su torso firme.
—Sigue tocando. Sé que te gusta.
—Parece que al que le gusta es a ti —le doy una sonrisa divertida.
Mis manos recorren lentamente su piel cálida, subiendo y bajando con suavidad. Mindo se queda observándome con intensidad.
Mis dedos exploran sus músculos, firmes y definidos, y los aprieto con mis manos pequeñas en comparación.
Me deslizo fuera de la cama y lo empujo suavemente hasta hacerlo caer sobre el colchón. Me subo sobre él y empiezo a besar su pecho y su abdomen, sin apartar la mirada de la suya.
No me detengo, fascinada por la forma en que disfruta cada caricia.
Lamo su piel, sintiendo el sabor de su cuerpo, mientras mis manos siguen explorándolo.
—Joder… —masculla entre dientes.
No me detengo.
Mis besos, mis lamidas y mis caricias se vuelven más intensas. Finalmente, muerdo su pecho con fuerza, dejando una marca roja y haciendo que una gota de sangre escape. Sin pensarlo, la lamo.
En un movimiento brusco, Mindo me gira y me deja atrapada bajo su cuerpo.
Pero mis manos no se detienen.
Hunde sus labios en los míos en un beso profundo y desesperado. Su gran mano aprisiona mi cuello con firmeza, sin hacerme daño.
Gimo suavemente cuando su otra mano se desliza bajo mi top y atrapa mi seno con fuerza.
Mis dedos se aferran a su nuca, mientras los otros aún trazan líneas sobre su piel, alimentando el deseo que arde entre nosotros.
Min Do baja hasta mi cuello, besándolo y succionando con delicadeza.
—Me encantas —murmura contra mi piel.
—Lo sé…
Lame mi cuello lentamente y me mira con una sonrisa traviesa.
Muerdo su pecho otra vez y dejo un beso en sus labios.
—Marca mi cuerpo cuantas veces quieras —murmura con seguridad.
Me sienta en su regazo, sus manos firmes en mi cintura.
—¿Para qué quieres que te marque? —arqueo una ceja—. ¿Para que cuando te acuestes con otra vea las marcas?
Min Do me observa, confundido por un instante, y luego suelta una risita.
—Podría ser.
Mi mandíbula se tensa.
Asiento lentamente, pero antes de que pueda reaccionar, me levanto de su regazo de un tirón. Intenta detenerme, pero le propino un golpe certero en la entrepierna. Se dobla con un gruñido de dolor y yo aprovecho para largarme.
Llego a mi habitación y cierro con seguro.
—Muy bien, Min Do, muy bien —mascullo con impotencia, sentándome en la cama con la respiración agitada.
La rabia me consume.
—¡Eres un imbécil! ¡Espero que te caiga un rayo! —grito con todas mis fuerzas.
¿Qué clase de descaro es ese? ¿Decirme en mi cara que me quiere marcada para que otra lo vea? ¡Pues que se acueste con quien le dé la gana!
—Velí, por favor, ábreme —su voz resuena del otro lado de la puerta—. Ni siquiera termine de hablar, linda. Quise decir: podría ser, pero no tengo necesidad.