Velí Rine
Mi pequeño bebé está sentado en el sofá a mi lado, mordiendo su manzana. Fue uno de los
primeros en despertarse y en encargarse de hacer lo mismo con todo el mundo. No se ha querido ir para su casa, y a mí me encanta tenerlo aquí.
Esta tarde llegan Jhan y Dhane, y las estoy esperando con ansias.
—¿Todavía están peleados? —pregunta Lan a mi lado, al ver que no le he hablado a Min Do en estos días.
—Si. Además, él no se puede quejar —lo miro, seria—. Le dije que si no aceptaba mis explicaciones, se podía olvidar de hablar conmigo.
—Deberían dejar los malentendidos y el orgullo.
—No sé… quiero hacerlo, pero a la vez no —suelto, mirando de reojo a mi novio—. Lo amo, pero él tiene la culpa de todo. José Antonio es solo un hermano pa’ mí, y él lo tiene que entender.
Asiente, dándome una palmada en el hombro y se va con sus hermanos.
Los ojos de Min Do se encuentran con los míos varias veces, y siento un impulso enorme de ir y besarlo. Pero no me dejo llevar.
Lo veo tomando al niño y jugando con él. Le dice algo al oído, y el pequeño me mira con una sonrisita pícara. Frunzo el ceño por unos segundos antes de llevarme la taza a los labios y volver a sentarme.
Llamo a Dhane y espero un buen rato hasta que por fin contesta. Me avisa que ya están de camino y me emociono al saber que casi podré ver a mis mejores amigas.
Cuelga después de enviarme un beso. Busco a los que estaban conmigo hace un rato, pero no veo a ninguno.
Subo a mi habitación y me tiro en la cama, cerrando los ojos.
Minutos después, unos toquecitos en la puerta me hacen abrir los ojos. Veo entrar a Miguel Ángel con una caja de chocolates en las manos. Con mi ayuda, sube a la cama y se sienta a mi lado.
—Te mandó mi tío, madrina —balbucea el niño.
—¿Cuál de todos? —pregunto curiosa.
—Nin Do —balbucea, y no puedo evitar soltar una risa al ver que no sabe pronunciar bien su nombre.
Dejo los chocolates en la mesita de noche y acurruco al niño conmigo. Sus bracitos me envuelven con ternura.
La imagen de Min Do inunda mi mente, y no puedo negar que quiero tenerlo abrazado así mismo, como al niño.
No quiero seguir enojada con el hombre que amo tanto.
Siento una lágrima deslizarse por mi mejilla, y la limpio sigilosamente. Llevamos tres días ignorándonos, y ya no aguanto más estar lejos de él.
Pasaron horas desde que me encerré en mi habitación a derramar lágrimas por Min Do.
Decido bajar, dejando al niño dormido, acomodado en mi cama.
—¡Surprise! —exclaman al unísono.
Y wow, sí que es tremenda sorpresa la que me dan Jhan y Dhane en el gran salón.
Me abrazan con fuerza, y yo no me quedo atrás.
Volvemos a estar juntas después de dos años, que para mí fueron más que eternos. Saltamos por toda la casa como niñas chiquitas, gritando como locas por más de tres minutos.
—Si siguen gritando así, van a quedar roncas —bromea la abuela desde el sofá.
Nos calmamos y respiramos hondo, pero luego soltamos un último grito y nos reímos como tontas antes de abrazarnos otra vez.
Las llevo a mi habitación, y empezamos a desempacar las maletas. Les entrego sus regalos y ellas me dan los míos. Luego, bajamos para que le den sus regalos a la abuela y a las chicas.
Todas están felices, igual que cuando yo les di los míos.
Nos sentamos en el gran salón, en el suelo, con algunos cojines, y nos ponemos a hablar de todas las cosas que nos han pasado y que todavía no nos habíamos contado.
Les presento a Lan, Lin, Luoana y a Min Do...
Noto la conexión entre Lan y Dhane, y no puedo evitar sonreír. En eso volvemos arriba para ponernos más al día.
—Velí, te tengo que decir algo... —Dhane habla con la voz temblorosa, mirando de reojo a Jhan, quien le asiente dándole luz verde—. Terminé con Cristóbal.
Me tapo la boca con las manos y abro los ojos como platos.
¡Es que no lo puedo creer! Le hicimos de todo para que abriera los ojos y viera que ese cabrón no la quería, que la tenía de relajo. Le puso los cuernos y ella seguía ahí. Y ahora, después de cuatro años de sufrimiento y solo uno de amor... se acabó.
Vuelvo a Dhane y la veo llorando en los brazos de Jhan. Me tiro sobre ellas y la abrazo con todas mis fuerzas. Entiendo demasiado cómo se siente, porque sé que no quería hacerlo, pero lo hizo.
—Por favor, no llores, por favor —le ruego, y aunque me cago en la madre de tener que suplicar, esta vez me vale—. Te entiendo...
—No saben lo feo que se siente verlas así —Jhan habla al lado de nosotras, con la voz llena de impotencia—. Esos cabrones no saben lo que perdieron... pero otros sí lo van a saber.
—¿Qué se podía esperar de ellos si son hermanos? —escupo con rabia—. Pero lo vas a superar, igual que yo. Solo tómate tu tiempo, nena.
Dhane me agarra con una fuerza cabrona. Llora con tanta pena que juro que me da miedo que caiga en depresión.
No puedo evitar llorar de rabia e impotencia. Solo nos quedamos mirando al vacío. Desde que dejamos de llorar, no hemos dicho ni una palabra, ni siquiera entre nosotras.
Miguel Ángel, que había estado roncando todo este tiempo, se despierta y corre derechito a mis brazos. Lo alzo sin pensarlo dos veces.
—Madrina.
Me abraza con su cuerpecito y se acurruca con nosotras. Luego, con esas manitas suaves, nos acaricia las mejillas con una ternura que, aunque sea por un momentito, me calma.
Me da tanta paz...
Bajamos de nuevo a sala sin nada de ánimos solo porque la nana nos lo pidió.
Nadie sabe qué carajo decirnos en este momento.
—La cena ya está lista, pueden pasar a la mesa —avisa Ana María, mirándonos desde el sofá—. Ustedes también, vengan a comer algo.
Nos miramos entre nosotras y solo asentimos sin decir nada. Nos levantamos y Min Do se lleva al nene en brazos. Yo entrelazo mis dedos con los de Dhane y Jhan, y caminamos juntas hasta la mesa, sentándonos en el mismo lado.