Mi amada escolta

Capítulo 15. Eco de inseguridades

Velí Rine

Es como si hubiera ido al cielo y visto a mis padres.

Creo que fue un sueño, pero el más hermoso que he tenido en toda mi vida desde que ellos se fueron.

Los extraño tanto...

Siento que dormí una eternidad. Ese día salí enojada, con Min Do siguiéndome desde lo lejos, hasta que perdí la consciencia después de estrellarme con algo que ni recuerdo bien.

Visualizo a los dos hombres en la habitación de un hospital cuando abro los ojos. Jadeo por el dolor en mi cabeza. Siento el vendaje cuando lo toco y trato de no provocarme más dolor.

Min Do me tiene la mano agarrada y mi hermano mayor está recostado en el sofá frente a la cama. No puedo evitar sonreír al verlo al fin. Quisiera correr a abrazarlo, pero se ve tan cansado que no quiero despertarlo.

Acaricio el rostro de mi novio por un momento, pero luego quito mi mano suavemente y me mantengo observando cómo duermen.

Lo que pasó la noche del accidente se proyecta en mi mente. No sé cuánto tiempo he estado aquí, pero espero que no hayan sido muchos días.

No me gustó haberle reprochado a Sheily, aunque ella se lo buscó. No tenía que ser tan maleducada solo por querer defender a Jorge.

¿Por qué se tuvo que encariñar tanto con ese idiota?

Él tuvo que venir a acabar con la poca paciencia y paz que tenía.

Me arrepiento de haber decidido mandarla con su padre, pero ella quería irse con Jorge. Pues que su papá le dé el permiso y ya...

Mi hermano se acerca y me da un abrazo suave, cuidando de no lastimarme. Pero soy yo quien lo aprieta con fuerza, sonriendo con felicidad al tener su aroma invadiendo mis sentidos.

—Te extrañé mucho, mi estrellita —musita, tomando mi rostro entre sus manos para dejarme un beso en la mejilla.

—No parece que me extrañaste —cruzo los brazos—. Nunca me llamaste ni respondiste mis mensajes.

—Lo siento... tuve un problema con mi teléfono —confiesa, sincero.

Asiento y lo vuelvo a abrazar.

—Voy con los demás. Están preocupados. Eres una mujer problemática.

—Lo siento.

Entran y no tardan en abrazarme y revisarme como si me faltara un brazo o algo. Me hacen sentir como una muñeca rota.

Busco a Min Do, pero ya no lo veo.

—Al fin despertaste. Nos tenías con el corazón en la boca —dice mi abuela, volviendo a abrazarme.

—Perdón... solo quería tomar un poco de aire.

—No te preocupes, lo importante es que ya despertaste —musita Dhane—. ¿Te sientes bien?

—Un poco... pero no hay de qué preocuparse.

Abrazo a mis chicas y no tardan en acariciar mi rostro, dejándome besos en ambas mejillas. Luego, mis cuñados me saludan con cariño. Pero sigo sin ver a Min Do.

—Debes guardar reposo.

—Lo haré...

Cuando todos salen, me dirijo al baño. No puedo evitar revisar las cicatrices y moretones en mi cuerpo.

Ahora mi cuerpo y mi rostro están llenos de cicatrices y marcas que tal vez nunca desaparezcan con el tiempo.

Me dejo caer en el suelo, abrazando mis piernas. Las lágrimas no dejan de caer. Siento ese mismo dolor en el pecho de cuando era insegura y tenía miedo al rechazo.

Mis inseguridades están volviendo... y me odio por sentirme tan débil otra vez.

El llanto se vuelve más profundo. Quisiera gritar, pero no quiero que los demás me oigan.

No soy fuerte. No soy la mujer dura que todo el mundo cree. Soy esa niña de catorce y quince años que luchó contra sus inseguridades a puertas cerradas.

No quiero volver a eso...

El tacto de unas manos en mi rostro me hace alzar la mirada, aunque sigo llorando. No dudo en abrazarlo y él me corresponde de inmediato.

—¿Qué te pasa, linda?

No respondo y él solo me abraza.

Lloro con todas mis fuerzas, hundiendo el rostro en su pecho.

—Por favor, deja de llorar —me toma del rostro—. Dime qué sucede, te vi observando tus cicatrices.

Niego sin querer decir algo. Me limpio las lágrimas.

—Bueno. Deja que te lleve a la cama.

Asiento.

Me ayuda a ponerme de pie, pero en cuanto siente lo débil que están mis piernas, me carga con tanta delicadeza que me dan ganas de volver a llorar. No soy débil y tampoco quiero que me vea como una. Soy fuerte.

Me deja en la cama, pero no se aleja. Nuestros rostros quedan tan cerca que siento su aliento chocar con el mío. Sus ojos bajan a mis labios y una sonrisa se dibuja en los suyos.

Se inclina y sus labios rozan los míos, con tanta suavidad. Una lágrima es lo siguiente que hay en mi mejilla.

Deja pequeños besos en mis labios y acaricia mi mejilla con el pulgar.

—Después de cinco días, por fin puedo volver a probar tus labios —susurra, dejando otro beso.

—¿Cinco días?

—Sí, hoy ya serían seis días en coma si no hubieras despertado.

Junta nuestras frentes, tomo su rostro entre mis manos y rozo nuestras narices.

Nuestro momento se interrumpe por la enfermera que viene a cambiarme el vendaje.

Me siento en el borde de la cama para que pueda hacer su trabajo. No me quejo ni en lo más mínimo.

—¿Cuándo podré irme? —pregunto cuando está por terminar.

—Eso lo decide la doctora encargada de su recuperación.

—¿Y quién es ella?

—La doctora Peña.

—Cuando termines, ¿podrías preguntarle de mi parte?

Lo duda, pero al final asiente con una sonrisa.

No quiero quedarme aquí. Puedo cuidar de mis heridas yo misma, no necesito ayuda con eso. Solo quiero salir de este hospital. No estoy enferma y mucho menos me estoy muriendo.

La enfermera sale y otra entra con una bandeja de comida.

Agarro la gelatina y bebo un poco de jugo sin esperar más, tengo mucha hambre y eso no es novedad para nadie. Me termino casi toda la bandeja antes de que siquiera la enfermera pueda durar tres minutos fuera.

Dejo la bandeja a un lado y me quedo en la cama, aburrida.

Al momento, la abuela entra con una pequeña sonrisa.



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En el texto hay: romace, trianguloamoroso, guardaespaldas

Editado: 24.08.2025

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