Mi amada escolta

Capítulo 27. Decisión que duele

Velí Rine

Tener al hombre que amas debatíendose entre la vida y la muerte... eso es lo peor que una puede vivir. Pensar que los doctores no van a salir de esa sala con buenas noticias... te quema el alma, te arranca la esperanza del corazón y la tira al piso como si no valiera nada.

Cuando escuché las palabras “hicimos todo lo posible por salvarlo”, mi mundo se vino abajo. Sentí que el corazón se me detuvo con solo esas cinco condenadas palabras. No me imaginaba mi vida sin él... y mucho menos con él muerto. Eso sería acabar con la mía también. Mi vida solo funciona teniéndolo a él a mi lado, porque solo él me da esa felicidad que necesito pa’ seguir cada día.

Cuando me dijeron que estaba vivo, respiré de nuevo. Pero todo volvió a nublarse cuando supe que no despertaba... que solo de él dependía volver a abrir los ojos. Entré a la habitación y verlo ahí, tendido en esa cama de hospital, sin abrir esos ojos verdes que tanto amo... fue como morirme un poquito por dentro.

Parecía que estaba esperando oír mi voz para poder despertar y regalarme esa sonrisa suya, tan simple y tan linda, que solo tiene para mí. Despertó, gracias a Dios. Ahora está aquí, en casa, con nosotros, con su familia. Aunque no podrá usar su brazo por mucho tiempo... y hasta corre el riesgo de perderlo.

Pero hago todo lo posible para que no se lastime más, para que se cuide como debe ser.

Preparo el botiquín y espero a que salga del baño. Se seca, se pone solo su ropa interior y un short. Se sienta en la cama y le quito el apósito anterior, empiezo a limpiarlo con algodón y un poquito de alcohol. Sé que le duele, pero no dice nada, ni se queja.

Trato de ser lo más suave posible, para que no le duela tanto como antes. Hago todo rápido, sin presión. Le pongo los apósitos y después que se viste con un polo shirt, le coloco el cabestrillo con mucho cuidado. Tiro lo usado, guardo lo demás y cierro el botiquín para meterlo en el armario.

—Gracias, linda —dice levantándose de la cama.

—Tengo que hacerlo —respondo forzando una sonrisa—. Soy la culpable de que estés así —murmuro bajito, solo para mí.

Me acerca y me envuelve con su brazo sano, acomodando el otro como puede.

—Estoy bien, de verdad. Y más ahora que te tengo conmigo.

Toma mi mentón, me besa con una sonrisa. Su pulgar se desliza suave por mi mejilla, y me pide que le sonría.

Levanto un poco las comisuras de mis labios para complacerlo. Se inclina con una mueca de dolor, besa mi vientre y lo acaricia despacio. Me devuelve la calma... pero él, al contrario, sigue sintiendo dolor. Lo sé. Está sufriendo, y todo esto es por mi culpa. Aunque no diga nada, aunque lo aguante todo, sé que está molesto.

—Voy a bajar a ver unas cosas en la oficina. ¿Vas a hacer algo?

Niego con la cabeza.

—Estaré abajo, ¿de acuerdo? —me dice.

Asiento.

Me mira con duda, luego toma mis labios y me besa con ternura antes de salir. Me deja sola en la habitación.

Las lágrimas se me escapan mientras miro el jardín desde el balcón. Me abrazo el vientre con las manos y me siento en el sofá. No quiero dejar a mi esposo. No puedo. Pero tampoco quiero que mis hijos se queden sin su padre. Él los ama más que a su propia vida. Y yo... me siento tan egoísta. No quiero dejarlo, pero tampoco quiero alejarlo de sus hijos. Solo lo quiero vivo... respirando... porque eso es lo que necesito.

¿Por qué me está pasando esto?

Jorge ya ha cumplido sus amenazas dos veces. Y a la tercera aseguró que lo perdería, que lo mataría... y esta vez no fallaría. Yo no puedo tomar esta decisión, porque es como arrancarme el corazón en vida. Eso es lo que él quiere... dejarme sin nada. Por segunda vez, alguien me ama sin condiciones. Y por segunda vez... me quieren separar de él.

Se me tranca la garganta. Tengo que toser para poder respirar. Entro al cuarto, tomo un vaso de agua y respiro hondo... como si eso fuera a devolverme la fuerza.

Velí, tienes que tomar una decisión. Por él, por ti, por los nenes. Una sola. Y no hay vuelta atrás, por más que te duela. Ya la tomaste... y la tomaste porque lo amas. Y nadie tiene idea de cuánto.

Me seco la cara. No puedo dejar rastros de llanto. Me miro al espejo y salgo del baño. Él está ahí, apoyado en el marco de la puerta, observándome.

Voy a él, nos sentamos en el sofá. Me pasa el pulgar por la mejilla. Mis ojos arden. Siento la garganta cerrarse en cuanto intento hablar.

—¿Qué pasa? —pregunta con esa voz suave. pero con ese tono ronco—. Háblame, linda.

—Yo... —mis ojos se llenan de lágrimas—. Quiero hablar contigo de algo muy importante.

—Te escucho, mi amor —musita, frunciendo el ceño, limpiando mis lágrimas—. ¿De qué se trata?

Tomo su mano, la pongo sobre mi vientre. Yo misma acaricio su rostro. Él sonríe. Le respondo con más lágrimas, pero no le dejo limpiarlas. Necesito llorar.

—Es sobre nosotros —susurro casi para mí—. Pero primero... necesito que te calmes. No te alteres, por favor. Hazlo por los nenes. Déjame explicarte todo, solo eso te pido.

Asiente.

—¿Recuerdas la primera vez que te dispararon? —él vuelve a asentir—. Fue Jorge. Y esta vez también... igual que cuando te enojaste porque estuve en el hotel Soledad. En verdad... Fui porque él me citó ahí...

No hay sorpresa en su cara. Ni enojo. Y sus palabras me lo confirman:

—Ya lo sabía. Me lo dijo cuando fui a aquel penthouse con Laiana. Me enseñó el video donde te amenaza. No me molesta que no me lo hayas contado... me duele más que hayas intentado protegerme cuando ese debería ser mi trabajo. Yo soy quien debe cuidarte... a ti y a los nenes.

Lo sabe todo... y no puedo reprochárselo. Yo también callé.

—Entonces sabes lo que tiene que pasar pa’ que no te pase nada... ¿verdad? —le sonrío entre lágrimas—. Por eso me dijiste todo aquello. Ahora todo me cuadra.

Asiente.

Vuelvo a ver nuestras manos juntas. Lo miro de nuevo.



#1711 en Otros

En el texto hay: romace, trianguloamoroso, guardaespaldas

Editado: 31.08.2025

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