Mi amada escolta

Capítulo 28. Momento eterno

Velí Rine

Saco el perfume que agarré de las cosas de Min, inhalando ese tufo fuerte que me hace sentir que lo tengo aquí a mi lao. Lo extraño con cojones, y eso que estamos a minutos de distancia... ¿Qué va a ser de mí cuando se me vaya pa’ Francia o pa’ Inglaterra?

Ayer no vino como siempre hace, y hoy tampoco ha aparecío. Y yo loca por ver a mi esposo, aunque sea un chin, abrazarlo, besarlo, que nuestros nenes lo sientan, tú sabes…

Agarro mi perfume y el de él, y lo rocio sobre las fotos en la pared. Las que están en la mesa las pego en forma de corazón. Bien cursi, pero me nace.

Han Ní pasa por ahí y escribe "Feliz cumpleaños" en chino. Ella es la dura pa’ eso, sabe cómo se escriben esos garabatos, así que le dejo ese tostón.

—Señora, aquí está su traje —avisa Dalí desde la puerta.

—Te lo agradezco, mami. Déjalo en la cama —le contesto con una sonrisa.

Asiente y lo deja allí como quien no quiere la cosa. Saca una hoja del escritorio y escribe “Puede empezar a lanzar los billetes si desea” en chino también. La agarro y la guardo en la gaveta de la mesa de noche. Va a ser un fiestón, aunque yo esté más preñá que nunca.

No sé ni cómo voy a bailar con esta barriga que tengo que ya ni me deja respirar, pero el punto es que se sienta especial hoy. Uno nunca sabe cuándo va a ser la próxima, así que esta tiene que ser pa’ la historia.

Con todo seteao, le echo un último vistazo a la habitación y cierro con llave. Bajo a la cocina a montar el bizcocho de chocolate —su favorito. Dalí y Han Ní están al pie del cañón, ayudando como siempre. Sacan todo de la bolsa, y hasta encontraron un molde en forma de corazón. Perfecto.

—Estuve llamando al señor —dice Han Ní— pero no contesta. Llamé a casa y ni por allí ha pasao desde ayer, según dicen las muchachas.

—Seguro fue a la empresa —respondo tratando de ser positiva—. Y esta noche va a venir, tiene que hacerlo.

Ella asiente, con fe.

Me pongo a preparar las cremas en tres bols, y Dalí mete el bizcocho al horno. Cada una tiene su tarea y empezamos a batir como si se nos fuera la vida en eso. Quiero que esto quede brutal, sin errores, flawless.

Este hombre se pasa dándome lo que necesito sin pedírselo, siempre pendiente, siempre ahí. Y yo quiero devolverle algo de eso, hacerlo sentir querido, que vea cuánto vale pa’ mí. No se lo digo todo el tiempo, pero él sabe.

Me acuerdo cuando me pasaba la noche antes de su cumple corriendo de tienda en tienda, buscando qué regalarle. Le dejaba sobres debajo de la puerta, regalos sin nombre… y el cabrón ni las gracias me daba. Seguro ni sabía que era yo.

Saco los chocolates y decoro el bizcocho como se debe. Queda bellísimo, con las letras en el medio y todo. Lo meto en la nevera y nos ponemos a recoger el desmadre que hicimos.

—Gracias por la mano, chicas —les digo con una sonrisita—. Son las duras.

—No es ná, señora —responde Dalí—, me gusta ayudar.

—A mí también —añade Han Ní.

Me da una risa de esas que te calientan el alma. Salgo de la cocina y me encuentro con Emiliano y Luoana en la sala. Él se me pega y me da un abracito, un besito en la cabeza.

—¿Cómo te sientes? —pregunta Luoana.

—Creo que bien —respondo, sobándome la panza.

—¿Ya merendaste? —me interrumpe mi hermano—. Son las seis ya.

—Sí, lo hice como a las cinco. Mientras estaba arriba. —respondo—. Te estás tomando muy en serio eso de vigilarme, ¿ah?

Él se echa a reír y me mira el vientre. Parece que tengo ocho meses, pero apenas tengo siete. Ya ni puedo bajar sola las escaleras, y Min tiene a todo el mundo encima mío hasta cuando ronco. No me puedo quejar, me siento cuidá como una reina.

—Claro que tengo que hacerlo, nena —dice él, agarrándome la mano—. Son mis sobrinos y tú eres mi hermanita, ¿qué tú crees?

Le sonrío, y me despeina como cuando éramos chiquitos. Después me lo acomoda otra vez, con cariño.

—Luoa —me dirijo a mi cuñada—, ¿has hablado con Min?

—La verdad es que no… Él no me ha llamao ni ná.

—Gracias igual —murmuro bajito.

Emiliano me levanta el mentón.

—No te me pongas triste —me dice como si mandara—. Se nota que lo extrañas, pero vas a ver que viene por ti.

Solo asiento.

Camino hasta la mesa a buscar el cel que dejé hace rato. Me quedo un rato en la puerta viendo el jardín, cómo las rosas bailan con la brisa. Quiero bajar, pero en el primer escalón me doy cuenta de que no puedo sola.

—¡Emiliano! —grito, pero es Andrés, uno de los de seguridad, quien se me acerca.

—¿Necesita ayuda, señora? —pregunta él.

—Mi hermano, ¿tú crees que esa pregunta hace falta? —le digo con un flow sarcástico y él se echa a reír.

Me da la mano y bajo escalón por escalón, resoplando. Cuando llego al jardín le doy las gracias, y él vuelve a su puesto.

Me siento junto a la fogata, en el columpio, acariciando esta panza gigante que me tiene toda chabá, pero feliz porque dentro de mí tengo lo más lindo de la vida. Mis hijos y el amor de Min.

Busco su número y lo llamo. Nada. Cinco llamadas y ni una respuesta. Lo dejo así. Me quedo mirando al portón, esperando que sea él el que lo cruce. Pero no aparece. La abuela, las chicas, mis cuñados están por ahí, pero de él ni la sombra.

Subo con ayuda de Andrés, ceno sin ganas, y me subo a darme un baño. Al salir, ahí está: Min, sentado en la cama con mi vestido en las manos. Me brillan los ojos al verlo, y cuando me acerco, me recibe con sus brazos. Una lágrima se me sale.

—Perdona por no venir estos días —me dice suavecito, rozando mi mejilla—. ¿Cómo se han portao nuestros nenes? ¿Me extrañaste? ¿Estás molesta?

No le digo nada. Mis hijos responden por mí con pataditas.

—No solo yo te extrañé. Ellos también —le contesto.

Se arrodilla y besa mi vientre. Suavemente. Lo acaricia como si fuera frágil.

—¿Y a mí no me vas a besar también? Tienes dos días sin darme ni un besito —le reclamo.



#1711 en Otros

En el texto hay: romace, trianguloamoroso, guardaespaldas

Editado: 31.08.2025

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