Velí Rine
Siempre tuve sueños y deseos que se esfumaron al ver que no se podían cumplir, porque hubo gente que no fue digna de estar en esos sueños míos. Soñé con tener una familia y alguien a quien amar con todo mi corazón.
Hasta que llegó el amor de mi vida y supe que él sería el único hasta mi último respiro. Tuve sueños brutales donde él y yo éramos los protagonistas de todo.
Pero hubo uno que siempre me llenó de ilusión, hasta que de verdad se me dio. Cuando compró nuestra casa, me sentí tan feliz… todo se veía tan hermoso. Siempre quise despertar en nuestra cama, con esa paz, sin miedos, con seguridad. Pero hoy no fue así. Me levanté con un miedo brutal y unas ganas locas de salir corriendo.
Porque yo no debería estar aquí. Ahora mismo debería estar en Francia, alejándome de él, para que pudiera estar a salvo.
Voy de un lado para otro por la sala como una loquita, agarrándome la cintura y la barriga. Tomo la decisión de coger el teléfono fijo y llamo a abuela. Después de cinco intentos no me contesta, así que llamo pa’ la casa.
—Buenas tardes —responde la nana.
—Hola, nana —digo—. ¿Está la abuela en casa?
—Mi niña, está arriba —avisa—. Te la paso ahora.
—Dale, gracias.
Espero un ratito mientras voy a sentarme en el sofá.
—Mi pequeña, ¿qué pasa?
—Abuela… ¿sabías que Min me iba a encerrar aquí en la casa pa’ que no me fuera? —pregunto, con la voz toda entrecortá.
—Sí, lo sabía —admite—. Pero no estuve de acuerdo, porque sabemos cómo tú eres y lo mal que ibas a reaccionar si te llevaba mientras dormías.
—Por favor, habla con él y dile que me deje ir, abuela.
—Sabes cómo es tu esposo… pero haré lo que pueda.
—Gracias…
Cuelgo sin más y dejo el teléfono en su sitio.
La muchacha que Min contrató para ayudarme con todo me mira desde el marco de la cocina como si yo fuera a hacer algo malo y ella tuviera que estar al pendiente.
Entro a la cocina y todas me miran, dejando lo que están haciendo.
—¿Necesita algo, señora? —pregunta Dalí, con esa sonrisa suya que nunca se le va.
—Sí, prepárenme algo, please. Tengo un hambre que no me aguanto. —Asiente y va a la nevera—. Y llamen a su señor, quiero verlo aquí en media hora porque me estoy volviendo loca.
—Pero no contesta y no sé qué hacer —responde Han.
—Llama a la empresa y mira si está allí, porque lo necesito aquí ya.
Asiente y se va rápido.
Agarro una manzana, le doy tremenda mordía y me la llevo a la boca. Tengo hambre de verdad y quiero comer lo que haya al frente mío. Cojo una uva con la última mordida.
Agarro una pera y me la devoro, y cuando me traen unas tostadas con camarones empiezo por ahí. Crujiente por fuera, suavecita por dentro. ¡Una cosa brutal!
—¿Me puedes pasar dos yogures?
Asiente y me los pone junto al plato.
No sé si son antojos, pero estoy mezclando las frutas con las tostadas y ¡mano! Sabe riquísimo. Cuando tomo el primer sorbo del yogur, no puedo parar. Todas me están mirando.
Lo último que queda en el envase me lo bebo con unas uvas del frutero. Recogen todo y subo a mi cuarto. En el ascensor me limpio las lágrimas que quieren salir.
Me encierro en la habitación sin poner seguro en la puerta. Me siento en la cama y no aguanto. Suelto to’a mi ira llorando con coj...
Soy una esposa horrible. No debería estar casada con Min. Por mi culpa está en peligro y le puede pasar algo. Ya han querido matarlo dos veces y yo lo único que he hecho es llorar como una estúpida que no hace nada, que solo piensa en alejarse.
Pero él me encierra aquí, sabiendo que estar conmigo puede costarle la vida. Yo le juré a Jorge que si le hacía algo a Min lo iba a matar. ¿Y qué hice? Nada. Solo lo amenacé como una cobarde de porquería.
Debería ir a buscar a Jorge y matarlo, pero en vez de eso, me paso llorando y queriendo huir. Pero no puedo, porque si le hago algo a ese cab... puede que alguien mate a Min y todo sería por mi culpa.
Trato de calmar mi respiración, pero el aire no me entra de tanto llorar. Tengo que tranquilizarme, por mis hijos, por su salud.
La puerta se abre y la figura de Min hace que corra a sus brazos. Tengo que asegurarme de que está bien, que no le pasó nada.
Él me mira mientras me limpia las lágrimas.
Me ayuda a sentarme y se arrodilla frente a mí. Tiene esa mirada de culpa porque sabe bien lo que hizo y sabe que me dolió que me trajera sin yo querer, rompiendo una decisión que tomamos juntos.
—No llores, por favor…
—Esto no tiene perdón de Dios, Min Do. Habíamos quedao en algo y hoy, en vez de estar en casa del padre Arthurt, estoy aquí, en la nuestra.
—Lo siento… tomé esa decisión sin preguntarte porque fue algo del momento —toma mi mano—. Cambié de opinión… y de aquí no te vas ni aunque me maten, porque te quiero aquí. En tu casa, mi casa… nuestra casa, linda. Aquí es donde tú y los niños deben estar.
Tiene razón… pero no debe ser así, por más que lo deseemos.
—Min, yo no quiero quedarme sin mi esposo, sin ti. Si te pasa algo, no me lo voy a perdonar nunca —suelto, apretándole la mano—. ¿Tú quieres que nuestros hijos crezcan sin su papá, sin alguien que vele por ellos, que esté pa’ ellos? Porque no solo me van a necesitar a mí, te van a necesitar a ti también, como su papá.
—Y yo no me lo perdonaría si te dejo ir con ellos. Ustedes son mi familia, lo más grande que tengo —una lágrima le baja por la pestaña—. Por eso quiero que nos vayamos lejos. Tú y yo, con nuestros hijos. Sé que no vas a querer, pero piénsalo. Comencemos de nuevo, desde cero. Yo dejo to’ esto atrás por ustedes… quiero que tú también lo hagas.
Niego al instante, ni lo pienso. No. No puedo.
—Eso es muy arriesgao. Tal vez al principio to’ se vea bien, pero si nos encuentran y te matan, yo no lo voy a resistir. Y si me pasa algo a mí también… nuestros hijos se van a quedar sin papá y sin mamá, ¿entiendes?