Zhang Lan
No puedo negar que nos sacamos la loto con estas mujeres. Son bellas con cojones y sin comparación, cada una es única y perfecta a su manera. No podría ser mejor.
Tengo la certeza de que hicimos las elecciones correctas con ellas. Tengo fe en que esta vez tendremos una relación buena, como debe ser y con las mujeres indicadas, sin metidas de pata ni mierdas.
Dhane es una mujer hermosa, atrevida y, a la vez, bien sensible. Aunque tiene un montón de otras cualidades que la hacen más inigualable todavía.
—¿Me quieres besar? —se lame los labios descaradamente— No lo pienses tanto.
Suelto una risa, ladeando la cabeza.
Acerca su rostro a milímetros del mío, sus ojos bajan a mis labios por un leve segundo. Pienso que va a besarme, ya siento su respiración pegada a la mía, pero en el último segundo gira el rostro y vuelve a su café con una sonrisa burlona. La cabrona me dejó con las ganas.
—Te vas a arrepentir de esto —le advierto, señalándola con el dedo—. Recuérdalo bien.
—¿De qué o qué?
Asiento, sabiendo que no se la voy a dejar pasar.
Deja su taza en el platillo y el mesero viene a recoger las tazas y algunos de los platos vacíos.
Pruebo el plato de frutas, mientras la miro de reojo. Veo cómo sonríe, pero no le va a durar tanto esa sonrisita. Se peina el cabello de lado y cuando me ve clavarle la mirada, su sonrisa se tambalea. Yo también sonrío, pero en mi mente estoy luchando contra las ganas de agarrarla por el cuello y darle un beso con todo el descaro del mundo.
Unas chicas en la mesa de al lado me sonríen, y les devuelvo un asentimiento. La más blanquita me guiña el ojo, pero esta vez no le sigo el juego. En su lugar, miro a Dhane. Ya no tiene la sonrisa en los labios y veo clarito que está a punto de matar a esa mujer con la mirada.
Qué bendición.
Lo hermosa que se ve.
Ahora soy yo el que sonríe, porque ni tuve que planear nada. Solito se me cumplió lo que le advertí.
Llamo a uno de los meseros y le pido que les lleve algún aperitivo a las de la otra mesa. Él asiente y regresa a su puesto. Minutos después, las tipas reciben el plato y me sonríen en agradecimiento. Yo solo asiento.
Dhane no lo soporta más. Agarra su bolso, se lo cuelga al hombro y se larga de la cafetería. Pido la cuenta, pago y salgo detrás de ella sin pensarlo. Ya está en el carro, sentada en la parte de atrás con una cara de pocos amigos.
Entro y me acomodo a su lado. Apenas me siento, me suelta:
—Esto es indignante, Zhang Lan —me sorprende que me llame por mi nombre completo—. Te pasaste, cabrón.
—No es culpa mía. Tú querías jugar y yo solo te seguí —digo.
Creo que la cagué bien cabrón.
—¿En serio? cómprales la cafetería completa —está prendía en fuego—. ¡Detén el auto, Diego!
—No lo hagas —ordeno.
—¡No jodas conmigo, Lan!
Me reta con la mirada, lista para explotar. Tiene un carácter del diablo, y eso es de las cosas que más me gustan de ella. No le tiene miedo a nada y sabe cómo doblegar a la gente con solo una palabra.
Sonrío, tratando de atrapar su mirada y encontrarme con esos ojos negros que me matan. Pero ni se inmuta. Mira a través de la ventanilla, ignorándome por completo.
No me aguanto más. Le agarro la barbilla y la obligo a mirarme, aunque no quiera.
—Lo siento, ¿de acuerdo? —Le sostengo el rostro entre mis manos—. No fue mi intención, cariño.
—¿Y quieres que me lo crea? —dice, quitándome las manos de encima—. Si de verdad no hubiera sido tu intención, ¿sabes qué hubieras hecho? No les hubieras devuelto la sonrisa a esas tipas. Y mucho menos les hubieras mandado un aperitivo a tu nombre.
Me mira fijo, con una rabia cabrona.
No espera ni a que el auto termine de estacionarse. Se baja rápido y entra a la casa hecha una furia.
Me paso la mano por la cara, soltando un largo suspiro. ¿Cómo carajo me dejé llevar por mis impulsos para hacerla enojar así?
Cuando entro a la casa, mis hermanos están en la sala mirándome como si fuera un caso perdido. Me dejo caer en un sillón frente a ellos.
—¿Qué pasó ahora? —pregunta Min Do.
—Consejo de hermano mayor: nunca se dejen llevar por sus impulsos.
Les cuento todo. Desde cómo Dhane me dejó con las ganas hasta cómo le seguí el jueguito, pasando por lo de las tipas de la otra mesa y los aperitivos. Cuando termino, mis hermanos se miran entre sí y empiezan a aplaudir.
—Muy bien, Lan —dice Min Do.
—Te felicito, hermano —añade Lin, aplaudiendo como un imbécil.
Las mujeres bajan las escaleras en ese mismo instante, con caras de pocos amigos.
—¡¿Está muy bien lo que hizo, Zhao Min Do?! —explota Velí.
—¡¿Lo felicitas, Zhang Lin?! —sigue Jhan.
—¡Dime que es un chiste! —dicen mis hermanos al unísono.
Se cruzan de brazos y Dhane llega tras ellas, tomando la misma postura.
El sonido de las palmas de las tres impactando contra nuestras caras resuena en toda la casa.
Nos dejan ahí, dándonos la espalda antes de subir las escaleras con una coordinación impecable.
Min Do suelta:
—Mira en lo que nos metiste ahora, Lan.
Me sobo la cara, todavía sintiendo el ardor.
—Lo siento…
—Acepto tu disculpa, pero hay que arreglar esto —dice Lin, masajeándose la nuca.
—No lo dudo.
Nos ponemos de acuerdo y subimos las escaleras. Pero el problema es que no sabemos en qué habitación están.
Se acerca a la primera puerta que es la de Velí y trata de abrirla. Pero nada. La cabr
Tocamos la puerta un rato, pero ni caso. Solo se escuchan murmullos adentro.
Nos sentamos frente a la puerta, esperando… y esperando.
Dos horas después, siguen sin abrirnos.
Maldigo el momento en que decidí poner más celosa a esta mujer.
Qué problema este.
—Dale, ábreme, mi amor —Min Do sigue tocando la puerta con paciencia, pero ya se le nota la desesperación—. No seas tan mala, hay que hablar, linda.