velí Rine
Me siento en el sofá, en la oficina de Min, observando cómo trabaja. Se ve tan guapo cuando está así de concentrado en lo que hace. No me cohibo de apreciarlo como se debe.
La forma en que sus músculos sobresalen de la tela, el sudor baja por su cuello y su cabello esconde sus ojos verdes, lo son todo. Su rostro sereno y labios en una mueca poco visible.
Decido encender el aire acondicionado para bajar un poco el calor que hace en su oficina. Él no quiere que salga, y sé que es porque cree que al estar fuera tomaré la decisión de irme o algo. Por lo que elijo estar junto a él para no preocuparlo.
La reunión de ayer lo cansó mucho y hoy decidió quedarse en casa por nosotros.
Me preocupa que Jorge no haya empezado con sus amenazas, y más cuando me tiene más vigilada que nada. Pero me alegro de que no lo haga, aunque en el fondo, siento algo de curiosidad por lo que está planeando ahora.
No sé qué más esperar de ese infeliz...
—¿En qué piensas, linda? —inquiere, haciendo que vuelva a la realidad.
—No es nada, amor —niego con una sonrisa.
—Pequeña mentirosa.
Río.
Vuelve a sus papeles y le agradezco porque no quiero hablar de Jorge.
Visualizo mi plato vacío y decido recogerlo, junto a su taza de café. Le sirvo un vaso de vino y lo dejo en su escritorio antes de salir. Se lo entrego a una de las chicas y observo lo que cocinan.
Dios mío, mis hijos se convertirán en camarones. Todo el embarazo solo eso se me ha antojado, así como las cosas dulces y agrias. Pero ahora mismo los camarones superan.
La boca se me hace agua, por lo que tengo que tragar para no terminar babeando en toda la cocina. Esos camarones en el arroz lo son todo. Quiero, necesito y deseo probarlo ahora. No voy a poder esperar hasta la hora del almuerzo.
Voy a An ǎí y pido un plato, aunque sea uno pequeño, para aliviar mi antojo masivo por los camarones. Me siento en la isla, a lo que ella me lo deja enfrente y puedo ver cómo le han agregado camarones de más. Les doy una sonrisa a todas las que me observan antes de empezar a devorar.
Mientras entablamos una conversación, sin que dejen de lado sus deberes y yo de comer. Termino demasiado rápido, por lo que decido dejarlas para no acabar con toda la cocina.
Mi camino a la oficina de mi esposo se detiene cuando lo veo salir, mientras habla con Han Ní. Me quedo en la sala, a lo que él termina de hablar.
Se acerca a donde estoy, diciéndole algunas cosas a la mujer que se termina de ir por la cocina.
—Te tardaste mucho en llevar las cosas —se queja, rodeando mi cuerpo.
—Estaba comiendo algo muy delicioso.
—Me imagino que habían camarones.
Asiento con una sonrisa.
—Lo sabía.
Deja un beso en mi coronilla.
—Es lo único que tus hijos me hacen comer a toda hora —digo con una sonrisa.
—Y te encanta.
Asiento.
—Tengo que ir a reunirme con alguien, regreso en media hora —avisa, revisando su reloj.
Lo miro algo dudosa, pero no pregunto nada.
—De acuerdo. Estaré en casa, baby.
Me responde con una sonrisa y un asentimiento, para tomar mis labios dulcemente.
Subimos a la habitación, donde se cambia a una camisa de mangas cortas. Se vuelve a despedir y sale de la habitación.
Voy a la terraza, viendo cómo sale de la casa junto a alguno de los hombres. Dibujo una sonrisa en mi rostro al ver la que me dedica al estar fuera.
Me quedo observando el paisaje. Las hojas de los árboles se mueven con el aire de la naturaleza, al igual que las flores del jardín se mueven en un baile deleitante. Me gusta.
Soy interrumpida por el sonido de mi teléfono y un toque en la puerta. Mi vista viaja al hombre que acaba de salir de la casa.
Primero abro la puerta, con el ceño fruncido y el desconocimiento por la persona.
—Señora.
—Dalí —digo—. ¿Quién es la persona que acaba de salir?
—Acaba de traer esto —muestra la caja en sus manos—. Para usted. Los de seguridad ya lo han revisado.
Asiento con algo de duda y lo tomo en sus manos. Dejo que se retire y cierro la puerta. Me encamino hasta la cama para abrir la caja y revisar el contenido.
La caja cae de mis manos con lo que hay dentro, solo con verlo.
Mis hijos no. Otra vez no, no sucederá de nuevo, no puedo permitir esto. Mis ojos arden de tristeza, furia, impotencia y desconcierto a la vez.
Busco mi teléfono por toda la habitación, escuchando que ha vuelto a sonar. Lo llevo a mi oreja.
—¿Viste mi regalo? ¿Qué te parece? —es lo primero que sale de su boca—. Vi que esta era una buena oportunidad al verlo salir. Parece que no te importa tanto tu marido, y a él menos. No creo que quieras pasar por lo mismo otra vez, ¿o sí?
—¿Qué diablos quieres? ¿Por qué me enviaste esas ciruelas venenosas? Quieres volver a hacerlo, eso es.
—Sí, eso quiero —afirma—. Lo hice una vez y no importa hacerlo una segunda, y lo sabes. Tienes hasta esta tarde para irte.
—No te amo y no estaré contigo aunque termine con Min —suelto furiosa—. No estaré contigo, nunca.
Una carcajada ronca es lo siguiente que obtengo de su parte, hasta que vuelve a hablar:
—Si no eres mía, no eres de nadie. Te lo dije una vez.
Tomo aire y alejo el teléfono para tomar asiento en el sofá. Mi mente vuela por segundos y cuelgo, llamando a Zander de inmediato.
—Señora Zhao.
—Hola, Zan. ¿Podrías, por favor, venir por mí? —pido en un hilo—. Quiero salir de la casa.
Luego de preguntar razones que le explico, me indica que prepare todo y lo espere. No tardo en empezar a preparar mi maleta entre lágrimas y sollozos, queriendo acabar con ese infeliz. No quiero causarle este dolor a mi esposo, pero son mis hijos y mi embarazo los que corren cualquier riesgo.
Busco un lápiz y papel, escribiendo una carta a Min Do. Cuando termino, llamo a una de las chicas para que me ayuden a llevar las maletas al elevador, dejándolas en la sala. Todas me observan sentada en el sofá.