Velí Rine
Tres meses después...
Dejar al amor de tu vida realmente no es fácil, pero siempre llega un momento en que aprendes a vivir con eso y ya no hay vuelta atrás.
Hay que dar pasos y pensar en el futuro para así dejar el pasado como lo que es: pasado. No debemos aferrarnos a eso, porque solo terminará doliendo como nunca y no es justo para nadie.
Por eso, desde que estoy aquí y desde que mis bebés nacieron, solo me aferro a que mi esposo me haya perdonado, porque no es, y jamás será, mi pasado, sino mi futuro y el de mis hijos. Puede que no pueda ser mi presente, pero siempre está en mi corazón.
Termino de guardar mis cosas con la ayuda de Lía y cargo a Emil en mis brazos, mientras Han Ní carga a Lílienní y Aarón se encarga de Miniel. Salimos del hospital y subimos al carro que ya está en el estacionamiento esperando por nosotros.
Min se ha encargado de nosotros desde Puerto Rico, pero aunque quisiera tenerlo aquí, para que vea a nuestros hijos y el parecido que tiene con Lílienní… son dos gotas de agua.
Me pregunto si él se hubiera parecido a Emil.
Suelto un suspiro y miro la vista a través de la ventanilla, mientras sostengo a mi bebé. Duerme tan plácidamente en mis brazos… En el mes que hemos estado en el hospital, me di cuenta de que le gusta dormir más en mis brazos, y eso me encanta. ¿A alguno de ellos le gustará dormir en los brazos de su papá? Seguramente.
La ciudad desaparece y entramos entre los árboles. Como quería, tengo mi casa rodeada de árboles y muchas flores.
—¿Tenemos vecinos? —pregunto al ver una casa frente a la nuestra mientras nos acercamos.
Desde que nos mudamos, no hemos visto a nadie en esa casa. Es muy solitaria.
—Sí, se mudaron hace un mes —responde Aarón.
Asiento.
El carro se estaciona y soy la primera en bajar. Me quedo en la entrada, mirando lo linda que es la casa frente a nosotros. No es tan grande como la nuestra, pero me gusta mucho. No sé por qué no elegí esa para mudarnos. Ah, ya sé… fue porque mi esposo la eligió junto a mi hermano.
En uno de los ventanales se ve una figura masculina; no muy clara, pero visible.
Entramos a nuestra casa y Dalí nos da la bienvenida junto a An ǎí. Veo el festín que han preparado en la mesa del salón y se me hace agua la boca.
Saludo a las chicas y decidimos llevar a los niños para dormir. Pido que lleven la cuna de tres a mi habitación. Aún están muy pequeños y no quiero que duerman solos. Además, es más fácil estar pendiente de ellos.
Dejo a mi pequeño en su cuna y su boquita se abre levemente en un suspiro, para luego cerrarse y acurrucarse para seguir durmiendo. Miro a mis otros dos bebés y no puedo evitar sonreír.
Abro un poco las cortinas para que entre la luz de afuera. Miro la casa de enfrente y hay una habitación frente a la mía que deja ver todo lo del otro lado. Es un cuarto masculino y tiene buen gusto.
La imagen de mi esposo viene a mi mente y lo extraño.
¿Seguirá molesto conmigo por aquella decisión?
Resoplo y bajo a la sala. Antes, me coloco los sacaleches en los senos y voy a comer. Les pido a todos que se sienten, porque ellos no solo trabajan en la casa, sino que son como mi familia en estos momentos.
Charlamos un poco mientras comemos y me avisan que Min ha llamado para saber cómo estamos. Pero la noticia que me hace sonreír como nunca es saber que salió de prisión y que mi hermano vendrá a visitarnos pronto. Es muy importante poder tener a mi hermano conmigo.
—¿Qué ha pensado sobre el bautizo de los trillizos? —pregunta Dalí.
—Saben mi respuesta: quiero que él esté presente en ese momento, igual que mi hermano y todos —digo, jugando con el vaso de agua.
—Entiendo.
Le doy una sonrisa y termino de comer para ayudar a recoger los platos. Reviso si se han llenado y coloco el primero en el biberón, para seguir con el otro. Me vuelvo a colocar uno de los sacaleches. Tengo que preparar los tres biberones de mis niños.
Llevo el biberón vacío junto a los dos que ya tienen leche y el sacaleches a mi cuarto. Los dejo en la mesita junto a las cunas.
Al dar la vuelta, encuentro un pequeño tulipán morado sobre mi cama. Lo tomo en mis manos y no puedo evitar inhalar su dulce olor. Lo dejo en un pequeño florero.
Decido ordenar la ropita en mi armario mientras ellos duermen plácidamente. Me siento tan feliz de poder hacer esto. Creo que voy a ser una madre muy sobreprotectora.
—¿Cómo está la madre más hermosa de esta casa?! —la voz desde el umbral me hace brincar del susto.
—¡Me asustaste! —chillo, golpeando su hombro—. Y no grites, que los niños están durmiendo.
—Oh, perdón, Princesa —dice, bajando la voz. Deja ver el ramo en sus manos y lo extiende hacia mí—. Es para ti.
—Muchas gracias.
Las recibo y las huelo. El olor de las rosas es dulce y ligero.
Se auto-invita al cuarto y pasa a mirar a los niños en su cuna. Puedo ver lo maravillado que queda mientras los observa. Me acerco junto a Isaick y su mirada se pierde en Lílienní.
—Se parece mucho a él —murmura, sin dejar de mirarla.
—Sí, se parece mucho.
Sonrío sin poder evitarlo.
Dejo las rosas sobre la cama y salgo a la terraza con Isaick. Desde que llegué aquí, él ha sido un buen amigo y compañero para nosotros. Siempre está pendiente de nosotros, aunque no nos conocemos mucho, y eso se lo agradezco. Es buena persona. Lo considero mi confidente.
Nos sentamos en uno de los sofás y no puedo evitar mirar la casa de enfrente.
—¿Sabes que tengo vecino? —comento.
—Oh, sí. Lo vi la última vez que vine.
—¿Crees que sería buena idea ir a conocerlos? —pregunto, mirando la casa.
Lo piensa un poco y luego asiente.
—Sí.
Le doy una sonrisa y nos quedamos en un largo silencio. Suelto un suspiro y susurro:
—¿Sabes?
Asiente.
—¿Qué sabes?