Mi amada escolta

Capítulo 34. Sección De Fotos.

Zhao Min Do

—Veli, no te lo voy a repetir.

—Deja de gruñir como animal, Min —espeta en voz baja.

Me paso una mano por el rostro tratando de nos frustrar me con ella.

—Lo siento, linda —me disculpo y dejo un beso en su mejilla—, ¿Puedes por favor abrir tus piernas?

Rueda los ojos y se acomoda, abriendo sus piernas. Paso mis manos manos por sus piernas y las abro un poco más para colocarme entre ellas. Me inclino un poco y dejo un beso en su cuello.

—No me abras tanto las piernas que me duelen, recuerda que tengo una cesárea —dice.

Me lo pienso un segundo y luego la observo, saliendo de entre sus piernas.

—Cambiemos la posición, ¿Sí? —asiente—. Entonces, párate.

Se levanta, sentado se en la cama y yo me coloco donde estaba ella hace rato, acostado sobre mi espalda. Alzo mis manos en su dirección y dejo que suba sobre mis cuerpo, sin dejar de sostener su cintura.

Se acuesta en mi pecho y deja una de sus piernas en medio de las mías.

Dezliso mis manos desde su cintura, hasta bajarla a tomar su culo redondo y lleno. Lo acaricio y dejo un beso en su frente. Extrañaba mucho esto, poder tenerla en mi pecho y sentir su respiración contra mi cuerpo.

—¿Estás cómoda?

Me da un sonido afirmativo y deja un beso en mi torso. Su cuerpo de desliza un poco más sobre el mío, para estar un poco más arriba. Su rostro queda en un espacio de mi cuello.

La observo acostada sobre mí. Ella está muy concentrada en la película, fue mi idea verla, pero después de que quise acostarme y tener mi rostro sobre su viente y estar entre sus piernas, solo quería tocarla y sentir su calor corporal contra el mío.

—¿Te duele mucho? —inquiero, tomando la de los muslos.

—Medio.

—¿Qué te parece si te hago un masaje?

Asiente de inmediato y levanta un poco su cabeza.

—Extraño tus masajes.

—Y yo extraño darte masajes —murmuro en su oído, estirando la piel entre mis dientes.

Un pequeño jadeo abandona sus labios.

Sus dedos se contornean sobre mi abdomen suavemente, con una radiante sonrisa sensual que adorna sus labios rosaditos. Le doy una pequeña sonrisa y la tomo desprevenida, cambiando los papeles.

Ella se desliza un poco arriba quedando debajo de mis labios. Sus brazos rodean mi cuello y mi otra mano queda a lado de su cabeza para poder sostenerme y, no aplastarla.

Dejo un beso en su mejilla, luego paso a la otra, su nariz, su barbilla, pasando a su frente hasta quedar en sus labios, donde mi lengua la paso suavemente, dejando un beso suave y lento.

Veo su intención de alargar el beso, al igual que yo, pero me contengo, levantando me de la cama.

Busco en la gaveta de su tocador, donde debería de estar el aceite. Y si, ahí está, junto a algunas cosas de uso personal. Regreso a la cama y la toma de los tobillos, arrastrandola hasta el borde. La acomodo un poco y dejo su espalda en las almohadas, así puede estar más cómoda.

Observo la cuna de nuestros hijos unos segundos y luego a ella. Tomo sus piernas para colocarlas sobre mi regazo.

Dejo un poco de aceite en mis mano y comienzo a masajear donde le duele; desde su rodilla para abajo. Al principio mis movimientos son suaves para que no le duela más.

Mis manos se deslizan de arriba abajo, con precisión y sin mucho apuro.

—Min...

Levanto mi vista en su dirección y le doy una pequeña sonrisa, con un asentimiento, esperando a que siga.

—Tengo una duda, amor.

—¿Cuál?

—¿Cómo es que aprendiste a dar tan buenos masajes? —pregunta con una ceja levantada.

Suelto una carcajada y me mira dudosa.

—¿No recuerdas? —inquiero y ella niega rápidamente—. Bien, es normal que no recuerdes, apenas y tenías cinco añitos y aunque no tenga que ver con tu pregunta, eras una niña adorable.

Sonrío ante el recuerdo de la infancia y la me pierdo en sus ojos un rato.

—Una vez habías dicho que cuando tu esposo o futuro esposo tenía que saber dar masajes y entonces nos pusiste a Emiliano y a mi a aprender a hacer masajes -le recuerdo sin dejar de mirarla fijamente a los ojos-. También dijiste; si mi futuro esposo no sabe darme masajes ustedes tendrán que hacerlo, así que aprendan bien.

Su sonrisa crece un poco más, mostrando sus dientes. Sus ojos brillando como si recordara algo.

—Recuerdo algo si, había un curso de masajes para niños y entonces les obligue inscribirse, pero al principio no querían y lloré por un día completo. No quise hablar con ninguno y mucho menos jugar, hasta que se inscribieron y ese día estaba tan feliz —cuenta con su amplia sonrisa.

—Un drama, solo por ver una caricatura donde el chico le daba n masaje en los pies a su novia.

Suelta a reír, tapándose el rostro, algo sonrojada. Pasa su cabello detrás de su oreja y me observa aún conteniendo las ganas de seguir riendo. Me encanta su risa, es realmente contagiosa.

—Encontraste un buen marido que te haga masajes cada que lo desees —hablo al cabo de unos minutos.

—Si, me encanta.

Mis pulgares se presionan en su piel a medida que masajeo la zona y no dejo de observarla y, ella mira mis movimientos atenta. Al cabo de un tiempo termino y voy al baño para poder lavarme las manos.

Cuando regreso, se encuentra cargando a uno de nuestros hijos en sus brazos, dándole una hermosa sonrisa a Emil. Me acerco a ellos, colocando me a espaldas de mi mujer. Dejo una mano en su cintura y mi otra mano va al rostro de mi hijo, acariciando su su mejilla suave y rojiza con mi pulgar.

Ojeo levemente la cuna y veo a sus hermanos dormir. Suspiro con una sonrisa y vuelvo a observarla con nuestro hijo.

Ella deja un beso en su frente y coloca su cabeza en mi pecho.

—Amo ser madre de nuestros hijos y es lo mejor que tengo —musita en una dulce voz.

—Yo igual, amo que seamos padres de estás tres criaturas.

Asiente y dejo un beso en su cabeza.



#3801 en Otros

En el texto hay: romace, trianguloamoroso, guardaespaldas

Editado: 30.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.