Mi amante, el príncipe de jade.

El rey estúpido

 

Silfi era una princesa que descendía del linaje directo de la realeza elfica, antes de que los dioses gemelos tomaran el poder, los elfos eran una de las criaturas que se negaban a ser dirigidos por un gobernante que no fuera de su propia raza, eran una especie muy hermosa, orgullosa y solía creerse superior, tenían aires soberbios y discriminaban a otros pueblos porque se consideraban una raza suprema al igual que los vampiros.

La familia “Coutles” era la única rama de emperadores y emperatrices que los elfos reconocían como verdadera, sabían que el rey de todo era consciente de ese dato y para no llamar la atención, levantaron al elfo Legnas como su soberano, esta fachada debía parecer autentica, eligieron a un vanidoso ególatra para que fungiera el papel de rey y no eran tontos, sabían que, si su plan fracasaba, el único que saldría perdiendo sería su supuesto rey.

 Solo rodaría una cabeza y quizás algunas muertes más, que serían insignificantes he irrelevantes, un sacrificio que estaban dispuestos a soportar, pero el verdadero linaje de la familia real de la casa “Coutles” seguiría intacto para el verdadero levantamiento.

Silfi era tan hermosa que la consideraban la joya del pueblo élfico, decían que incluso era más hermosa que la bruja que tenía por esposa el rey de todo, Silfi también era joven, demasiado en comparación de otros elfos que vivían quinientos años y aun eran considerados jóvenes, ella solo tenía veinte años de existencia, su piel era tan blanca, suabe y tersa que no se saltaba los baños en leche y miel, era como un maniquí, un exhibidor de la soberbia y vanidad de los elfos que la presumían como un trofeo digno de admirar.

La princesa siempre tenía un semblante apagado, vivía con la tristeza y el miedo de pertenecer a un pueblo que solo la usaban como una atracción, sabía que la entregarían al mejor postor, así como se la habían entregado a Legnas como regalo, poco les importaba su dignidad, sabían que su supuesto rey era un despiadado y trataba de forma hostil a la princesa, aun siendo ella la verdadera realeza.

—El rey de todo se aproxima, cada vez se acerca más al castillo ¿Qué debemos hacer? —preguntó un general al rey Legnas y este respondió de manera tajante.

—Ataquémoslo de inmediato, bombardeémoslo, usemos todas lar armas contra él y sus acompañantes, aprovechemos que no vienen preparados para un ataque sorpresa y asesinémoslo de una vez por todas. —dijo el rey con un semblante despreocupado.

—¿Quiere que lo ataquemos? Es el rey de todo ¿y si viene preparado? —expresaron algunos miembros del consejo preocupados.

—¿A caso no me escucharon? ¡dije que acaben con él de una maldita vez!

—¿Eso no nos traerá problemas a futuro? —preguntó uno de los ancianos mirando a su rey.

—¿Y entonces usted quiere ser uno de los primeros en lamerle las botas a ese vampiro chupa sangre? Oh, mejor aún, ofrézcale su decrepita sangre a ver si le gusta.

—No me refería a eso majestad, debe haber alguna otra forma de… — de pronto, Silfi interrumpió la conversación con su aportación, su voz suabe y delicada se apodero del sonido, con la mirada en el piso se hizo oír.

—¿A caso un rey no debería recibir con educación a otro monarca? Esto es cuestión de etiqueta, si queremos que el rey de los vampiros nos tome enserio debemos reflejar que somos iguales ante él, no debemos bajar la cabeza, tenemos que demostrarle que esta en el imperio de un rey semejante a él, no hay por qué ser groseros, démosle la bienvenida, pero no como sus súbditos, si no como un reino aliado, así dejaremos en claro nuestra postura sin ser descorteces.

—¿Qué dijiste? —Legnas miró fijamente a Silfi y el desprecio comenzó a relucir en él. —No recuerdo haberte pedido tu opinión en este asunto, recuerda que, si estás en esta sala, solamente es para decoración del lugar ¿o acaso has escuchado alguno de los otros muebles hablar? ¿he?

Silfi apretó los labios, le hervía la sangre que Legnas la tratara de ese modo.

—Te estoy hablando princesa ¿no vas a responderle a tu rey?

—Usted no es mi rey… —murmuró Silfi llena de enojo.

—No te escucho ¿Qué dijiste? ¡habla más fuerte! ¿no te dije que no hablaras si no te lo solicitaba? ¿Qué se dice cuando alguien comete un error?

—Lo…lo siento…

—Lo siento ¿Qué?

—Lo siento majestad…

—Muy bien, ahora mantente callada o tendré que disciplinarte.

Silfi se sentía humillada, apretó sus puños clavándose las uñas en las palmas de sus manos, soportar a un esposo como Legnas era una tortura, no la trataba como a su reina, si no como a una esclava.

—Mi señor, considero que mi hija por primera vez ha hablado con sabiduría, debería tomar su consejo como un regalo del gran amor y respeto que le tiene, en realidad ella no le ha faltado al respeto, pues mire como no despega la mirada del piso como se lo ordenó, mi considerada hija ya ni siquiera sabe cual es el color de los muros de este salón ¿no es acaso una esposa devota?

—Al parecer no la educó tan bien como presume ¿Qué buena esposa habla sin el permiso de su marido?

—Ella solo quiere salvarlo de un desaire mayor ¿Qué haríamos si el rey de todo resulta ser tan poderoso como los rumores que se esparcen por toda la provincia de Aberlord? ¿no demostraría su sabiduría si cuidara a su pueblo de una guerra en la que aun no estamos preparados para enfrentar? Además, la paciencia es una virtud que todo rey debe codiciar, el rey estará en nuestras manos una vez que entre a nuestra fortaleza, entonces si podremos actuar y asesinarlo, pero él debe atacarnos primero para que no seamos causados de rebeldes, si el rey de todo es ofendido puede extinguir a nuestra raza ¿entiende lo que digo?

El padre de Silfi se llamaba Magnea y era un zorro astuto, manipulador y malicioso, se vestía con un traje de oveja, cuando en realidad era un lobo rapaz.




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