Había tantos misterios, tanta maldad que se movía en la tierra, alguna en lo oculto, misteriosas entre las sombras, imperceptibles y siniestras, enemigos que ya estaban al asecho, declarados y vivaces esperando el momento oportuno para atacar, otros que con descaro desfilaban a plena luz del día haciéndose pasar por ángeles de luz benévolos y enmascarados, ocultando su verdadera naturaleza.
Beel se había convertido en una preciosa mujer de cabellos blancos y muy largos, sus ojos eran dos rubís brillantes que al contemplarlos te robaban el aliento era un demonio celestial que había sido enviada a su primera misión por Teldrasil, quién junto a Azazel la habían entrenado durante años para convertirla en un arma viviente que peleara por su justicia y llevara a cabo sus juicios de venganza.
—¿Enserio crees estar lista para la encomienda?—le preguntó Teldrasil a Beel mientras le acariciaba el rostro.
El la veía detenidamente, recorriendo cada facción de su bella cara, le parecía tan hermosa que le era imposible no perderse en su mirada, aunque tratara de disimular, aquel demonio hembra le parecía fascinante, era como su experimento, su trofeo su más grande logro, ella representaba su victoria, su triunfo sobre los Romani y los titanes.
—Estoy lista mi señor, haré cualquier cosa en nombre de la justicia divina.—le respondió Beel llena de convicción.
—Mírate nada más, ya eres toda una mujer, prácticamente he terminado de criarte y convertirte en lo que hoy eres, un verdugo divino que nació para condenar a los pecadores y purificar sus almas travez de la muerte, se te ha dado una encomienda noble, mi precioso diente de león, quiero que me hagas sentir orgulloso.
—Lo haré, daré lo mejor de mí para castigar a sus enemigos.—expresó bel apasionada.
—La gente te juzgará, te temerá, creerán que eres un monstruo cruel del infierno, pero sus desprecios deben serte indiferentes, yo te amo y tu hogar esta en el paraíso, si reivindicas tu naturaleza demoniaca, puede que un milagro termine convirtiéndote en una santa.
—¿De verdad?—le preguntó Beel con los ojos brillantes.—no deseo nada más que estar eternamente a su lado.
—Lo sé, tu devoción es un deleite para mí.
Teldrasil besó a Beel y la mandó a la tierra, específicamente a la ciudad de Mildron, donde Beel tendría su primera encomienda, terminar con la vida de el los tres cardenales de aquel lugar, quienes estaban abusando de las ofrendas que le daban al templo de Teldrasil a quien conocían como el dios libra, señor de la justicia, la sabiduría y el buen juicio, estos hombres se emborrachaban y usaban el dinero de los cofres para comprar prostitutas y vender sus servicios en los templos de purificación, usaban la excusa de que el hombre servia mejor a su dios si descargaban sus pecados en los cuerpos de pecadoras ya condenadas al infierno, creían que sus pecados se los pasaban a ellas y ellos quedaban purificados, las usaban como un bote de basura espiritual.
Pero solo eran excusas de hombres paganos que justificaban sus bajas pasiones en nombre de la divinidad, Teldrasil estaba furioso porque usaban su nombre para actos inmorales, quería que su mensaje llegara a todo Mildron y el terror se disipara junto con la fama de la asesina del cielo.
El clima no era el más soleado en esa región, el cielo estaba nublado y una insistente lluvia caía de él anunciando el desastre que se avecinaba, estaba por oscurecer, una luz brillante y segadora trajo consigo aun rayo deslumbrante en las afueras de aquella ciudad, se trataba de la espada de Teldrasil.
La Mirada de Beel reflejaba un abismo de castigo para los ofensores de su más grande adoración, ella usaba un traje completamente negro, al igual que una mascara de obsidiana y una capa negra que parecía estar desgarrada, apreciaba esa capa porque era la que Azazel le había regalado cuando recién empezó a entrenar con él.
Estaba lista para castigar a todos los que ofendieran el nombre del cielo.
Una vez que oscureció, Beel entró en la ciudad, claro que llamaba la atención el cabello blanco seguía siendo extremadamente raro, al tener su rostro cubierto la gente la miraba extrañada, por eso se puso la capucha, para pasar lo más desapercibida posible, esta caminando en un callejón de pierdas mojadas, la luna reflejaba su silueta en los charcos de agua, las tres iglesias que visitaría no estaba muy lejos, su primer objetivo estaba ante ella.
La primer iglesia la dirigía el cardenal Moraty, un hombre de sesenta años ya canoso y con manchas en la piel, tenía Vitiligo y era el más codicioso de los tres, se había hecho rico con las ofrendas del templo, el muy descarado ya no disimulaba, la gente comenzaba hablar mal de él y criticarlo, pues usaba todo tipo de joyas costosas, parecía que quería cambiar su piel por oro.
Estaba en busca del soplón que le había dicho algunos ciudadanos sobre sus ultimas compras ostentosas, su nombre era Clarens, a quien tenía ahora en sus manos y lo torturaba a los pies de la Fuente donde bautizaba a muchos niños pequeños.
—Por favor…déjeme ir…le juro que no dije nada malo…—exclamaba Clarens cubierto de sangre.
Moraty le había arrancado las uñas, le había mutilado las orejas y unos cuantos dedos del pie, iba por los de las manos, era muy sádico para ser un sacerdote.
—Cállate infeliz, te encargaste de ensuciar la mente de los feligreses y empieza a dudar de soltar su dinero para el templo ¿creaste que te saldrías con la tuya? ¿Que la justicia no te alcanzaría? ¡Pues te equivocaste! ¡El señor del buen juicio me ha revelado tu sentencia! Torturaré tu cuerpo para que tus pecados sean perdonados, tu cuerpo será mutilado, pero tu alma irá al paraíso jajaja ¿acaso no soy bondadoso?
—¡No por favor! ¡Noooo!
—Cortar dedos es más divertido de lo que creí, los próximos en la lista serán tus seres queridos, supe que tienes una hija pequeña, quizá la lleve al templo de la purificación y la venda como cesto de basura ¿como se llamaba esa mocosa? ¿Marila?