Mi amante, el príncipe de jade.

La espada de los dioses.

 

Aquellos pasos decisivos llamaron la atención de Muraty, sabía que era una mujer por la silueta bien definida, esas curvas y esa delgadez le hicieron creer que se trataba de alguien débil y confundió a esa enmascarada con una de las  prostitutas que servían para distraer y entretener a los hombres adinerados como él, pero dudó al ver su vestimenta, era más como una guerrera, con esa mascara estaba seguro que se trataba de una asesina a sueldo ¿pero quién sería capaz de amenazar a un elegido de Dios? Se preguntaba el sacerdote así mismo de manera fugaz, pues aquella dama no se detenía, su cabello blanco llamó su atención, tanto así que estaba hipnotizado.

—¿Quién eres tú? ¿Que haces aquí?

—Vengo asesinarte en nombre de los santos del cielo.—le respondió Beel sacando su espada.

—¿Qué? ¿Que no me estás viendo? Soy un enviado de Dios ¡su elegido! ¡No te acerques! No sería bueno lastimar a una dama.

Le dijo Muraty apretando los puños colocándose en posición par pelear puño a puño contra Beel, al ver que este quería pelear por su vida, ella aceptó tratarlo como un costal antes de cortarle la cabeza.

—¿Enserio vas a pelear a puño limpio contra mí? Jajaja, te doblo en peso y tamaño, soy más fuerte que tu, te romperé las costillas, te romperé la nariz, sería un desperdicio masacrar ese escultural cuerpo.—le dijo Muraty relamiéndose los labios como un animal.

Beel guardó su espada y se puso en posición de pelea y comenzaron a luchar cuerpo a cuerpo, fueron inútiles sus intentos de golpearla, Beel lo superaba por mucho y lo despedazó.

Le rompió los dientes, la nariz, los pómulos, las muñecas y lo dejó bañado en sangre rogando por su vida, mientras que su víctima veía todo desde su silla, Clarens no daba crédito de lo que sus ojos estaban viendo, estaba claro que era una asesina, pero para él, esa mujer era su heroína, un ángel que lo había librado de la muerte, del monstruo que lo torturaba.

—¡Por favor déjame vivir! No sé quién te mandó, quién te contrató, pero yo puedo darte el doble…no…¡el triple! Lo que tu quieras…pero por favor no me mates.—rogaba Muraty tembloroso, encharcado en su propia suciedad, su sangre, su orina y su sudor lleno de terror y angustia.

Beel se acercó a él decidida aniquilarlo, no titubeaba, lo quería muerto.

—!Por favor! ¿Quien eres? Yo te puedo pagar más…lo juro…

—Yo soy la espada de los dioses, tu serás mi primer acto de justicia.—Beel se quitó la mascara dejando a la vista sus ardientes ojos carmesí, esas mismas llamas que parecían el infierno de los pecadores, donde al reflejarse en ellos, Muraty pudo ver su condena.

Y así terminó Beel con su vida, le cortó la cabeza colgándola en unas cuerdas de acero afilado y se la colgó como hombrera mientras la sangre le escurría por el torso, volvió a colocarse la mascara y desapareció dejando a clareos atónito.

—Era un ángel de la muerte…—se dijo así mismo mientras miraba el cuerpo decapitado del sacerdote.

La misión aun estaba incompleta, faltaban dos pecadores más de los cueles debía encargarse, el sacerdote Brisey y el sacerdote Olimpio, el segundo era el más sucio de todos, el se enriquecía del dinero recaudado de las líneas de prostitución que lideraba en nombre de la “purificación” decía que un pecador podía expiar sus malos caminos si contaba con el suficiente dinero de pagar por su adeudo, podía darlo como ofrenda o purificarse con el cuerpo de una prostituta sagrada.

Estos últimos criminales se encontraban en el mismo templo inmoral disfrutando de sus caminos chuecos disfrutando del dinero y el placer que obtenían acosta de otras personas, incluso obligaban algunos feligreses de baja cuna a entregar a sus hijas al negocio de placer purificador que tenían, diciéndoles que el cielo los bendeciría con riquezas celestiales pues estaba dando una ofrenda de amor por los perdidos y muchos de ellos aceptaban.

Así que no todas las mujeres ahí estaban por voluntad propia, Beel entró como una sombra, sigilosa como una serpiente astuta, sin tropiezos entro al nido de los alacranes, Olimpo y Brisey estaban con dos mujeres sentadas en sus piernas, presumiendo su asquerosa personalidad sucia y corrompida.

Beel no les dió ni tiempo de respirar, les lanzó dos dagas en la cabeza salpicando a las mujeres con su sangre y todos se asustaron y comenzaron a huir por sus vidas, pero Beel no dejo que abandonaran el lugar antes de que les diera una advertencia.

—Este es el castigo que recibirán todos aquellos que ofendan a los dioses celestiales, la muerte será su única recompensa.

Una vez dicho esto, les cortó las cabezas a Olimpo y a Brisey he ido lo mismo que con Muraty, se las colgó como hombreras, como trofeos que quedaban a la vista de todos y así fue como la fama de “La espada de los dioses” se comenzó a esparcir por todo el continente, de boca en boca corría el rumor de que había una asesina a sueldo como ninguna otra, con cabellos blancos y una mascara de obsidiana que ocultaba su belleza mortífera.

Una valkiria que defendía de los cielos con su brillante armadura y su espada lista para arrebatarle la vida a los pecadores.

Beel yacía en la madrugada, empapada bajo la lluvia que no deja de caer con insistencia, tenía el rostro descubierto y estaba muy pensativa.

—He cumplido la misión…lo hice sin demora, mi señor estará complacido.—se dijo así misma satisfecha por su trabajo, así que pronunció las siguientes palabras en voz alta y con mucha devoción.—Solicito ser encendida al cuarto cielo, he cumplido con la misión que me han encomendado.

De pronto, se abrió un gran túnel de luz, pero al cerrar sus ojos, no sintió que fuera llevada por el, eso la dejó extrañada, pero en cuanto abrió sus ojos para ver que estaba pasando, se encontró con Teldrasil delante de ella y su corazón se detuvo de golpe, sentía que sus estomago era un enjambre de abejas.




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