Mi amante, el príncipe de jade.

Destinos entre lazados.

Se dice que nadie puede burlar al destino, que cuando las almas están predestinadas, no hay acción que pueda evitar que estas se encuentren, se atraen inevitablemente hasta que se obligan a re encontrarse como dos imanes poderosos que no pueden ser separados, el universo crea las circunstancias exactas, el tiempo se presta para la ocasión y no existe criatura que pueda frustrar tal acontecimiento, aun si los individuos no desean ser encontrados, la vida los llevará al momento exacto que cambiará sus vidas para siempre.

No había duda, la loba blanca no pensaba entregarse sin antes luchar por su libertad, asomaba sus colmillos enormes y afilados, era bastante grande, pero dejaba ver por su pelaje que aun era una cachorra, la criatura se abalanzó contra Aspen furiosa, aparecía estar rabiosa.

—Que Aura tan extraña, tienes el aspecto de no pertenecer a estas tierras, las bestias no son bellas como tu, sin embargo, un ser de luz jamás podría gruñir de esa forma ¿eres la guardiana de las montañas? ¿Un espíritu o una bestia celestial?.—el príncipe no terminó de hablar cuando ya tenía a la loba encima de él queriéndole arrancar la cara.

Ella le lanzaba mordidas esperando arrancarle un pedazo.

—Como si pudieras hacerme algo.—exclamó Aspen soltando una risa espontánea.

La mente de Carin era como el agua turbia y agitada de un río revolcado por la cruel lluvia, el duelo que estaba enfrentando por la muerte de su familia la tenía bloqueada, como si no recordara que tenía una forma humana, el dolor por la perdida la había destrozado, sus ojos parecían más los de un animal que los de una persona.

Ella estaba frustrada y más se airaba al ver que no podía matarlo, cansado del juego, Aspen la abrazó pegándola hacía él y la apretó con fuerza, pero no la suficiente como para matarla, pero le quebró las costillas haciendo que ella pegara un fuerte aullido, el cual llegó ha oídos de su entrañable príncipe Hades.

Fue semejante ha una invasión al corazón, como si un extraño metiera su mano en su pecho para estrujárselo sin remordimiento, Carin tenía algo que movía el corazón de Hades, no importaba cuantas veces se negara a ese sentimiento, al más mínimo grito de ayuda, él corría para salvarla, porque estaba en sus venas, porque era su instinto, porque era suya y él le pertenecía a ella.

—¡Es ella! ¡Es Carin!—exclamó Hades a voz en cuello y le jaló las riendas a su corcel infernal y este se fue a toda prisa, mientras sus hombres y los del imperio vampírico lo seguían.

—Espero que esa criatura este bien, ese aullido fue de dolor…—declaró Babani con preocupación.

—Vamos, correré tan rápido como pueda.—le dijo Almond, mientras subía a su esposa a uno de sus hombros, eran tan musculosos y anchos que ella cabía sentada en uno de ellos y Babani se sostuvo con fuerza mientras su hombre corría con una velocidad impresionante.

—¡Adelante!—expresó Leonardo y todos se prepararon para lo peor, pero jamás se imaginaron encontrar semejante escenario.

Aspen y Carin se miraron fijamente, ella esta tirada en el suelo completamente empapada y él príncipe la observa reconociendo el dolor que había en sus ojos.

—No es necesario que me digas nada, tus ojos reflejan que no quieres vivir, pero no pienso dejarte morir, ahora eres mía.

Aspen pronunció el hechizo del contrato almico y mientras cortaba la palma de su mano para firmar aquel acuerdo de almas, la mirada de ambos se volvió una sola, unidos por la esencia de su total existencia, el príncipe se acercó a Carin y su sangre la sanó devolviéndole la cordura y dandole mucha calma, un lugar al cual pertenecer, ahora ambos compartían el lazo familiar que los volvía uno solo.

El lugar se iluminó creando una columna de luz que llegó hasta el cielo y delante de sus ojos, la loba abandonó su forma bestial dejando a la vista su forma humana, sus cabellos rosas y sus ojos verdes que brillaban casi como los suyos, el príncipe se quedó perplejo al ver que se trataba de una mujer.

—Tu…eres Carin…—exclamó mientras ella lo miraba fijamente.

—Me convirtió en su familiar…príncipe Aspen…—le dijo Carin mientras las lagrimas le caían de los ojos y al instante se desmayó en sus brazos quedando a su cuidado.

Aveces nos volvemos los villanos de una historia mal contada, cuando Hades llegó, encontró al príncipe Aspen con Carin en brazos y un portal brillante que estaba frente a ellos, el cual estaban apunto de cruzar.

—¡Quítale tus sucias manos de encima!—gritó Hades mirando con un gran desprecio al hermoso príncipe que yacía empapado bajo la lluvia.

Aspen desvió su mirada hacia él y lo vio de manera despectiva respondiendo con soberbia.

—Ella me pertenece, la he convertido en mi familiar.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Hades y sus ojos se abrieron de golpe y desde sus adentros gritó.

—¡Noooooo! —Cuando estaba apunto de levantar la mano contra él, el rey del inframundo apareció envuelto en un torbellino de cuervos infernales que lo jalaron junto a su corcel y el resto de sus hombres a lo profundo del país de los muertos.

Esto dejó impresionados a todos, Eira los había llevado a su reino antes de que iniciaran una guerra necesaria, el príncipe Aspen cruzó el portal y desapareció delante de Leonardo, Babani, Almond y sus hombres, dejándolos aun más perturbados.

—No puede ser…—externó Leonardo preocupado por las con ciencias negativas que esto traería, lo que más le angustiaba era que Lía pudiera sentirse afectada de alguna manera y añadió con el ceño fruncido.—llénanos al castillo Babani, que se a la mayor brevedad.

—¡Si señor!

Babani creó unas runas voladoras donde todos se subieron y a toda velocidad y envueltos en burbujas que los cubrían de la lluvia, partieron de prisa al reino vampírico, mientras que el príncipe de jade aparecía en medio de los pasillos del palacio principal con Carin en sus brazos y caminó tranquilo a la vista delos guardias.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.