Mi amante, el príncipe de jade.

Heridas abiertas.

Las palabras de Leonardo, fueron como un golpe más al corazón de los príncipes que se sintieron inmersos en sus muchas emociones, dicen que nadie valora lo que tiene hasta que lo pierde, pero ellos ya habían perdido demasiado, recién habían regresado y solo fueron contadas las veces que sus ojos contemplaron a la persona que los completaba, eran familia, más que hermanos y en el fondo de sus corazones, los tres sabían que solo se tenían ellos tres, como un triangulo perfecto, una fortaleza inalcanzable que les servia de refugio.

—Lamento el dolor y la confusión que esto puede traer para sus corazones, si de algo les sirven mis palabras, les aseguro que la familia Romani cuidará muy bien de Carin, sin importar que decida en el futuro, el reino vampírico la apoyará en todo y son libres de visitar y ella regresar a convivir con ustedes cuando lo deseen.

—Pues sus palabras no nos sirven de nada.—le dijo Hades mientras lo miraba con desprecio.

—Lo siento.

—¿Realmente podrá visitarnos cuando quiera? ¿Nosotros podremos verla cada que se nos plazca? Señor, ella es nuestra hermana y ahora es el familiar de su príncipe heredero de quién se dicen muchas cosas…

—Denise, basta.—exclamó Eira con voz firme.

—Solo digo la verdad padre.

—Lamentamos el comportamiento de nuestros hijos, su dolor debe justificarlos.—añadió Medea y despidió a Leonardo junto con Eira abriéndole un portal para que pudiera regresar a casa.

—Deseo que sus príncipes y ustedes puedan tener la paz que sus corazones necesitan.

—Gracias, por favor manténganos informados sobre la salud de Lía, debe estar pasando por mucho.—le dijo Medea con una preocupación genuina.

—La reina se encuentra inconsciente debido aun desmayo, duerme profundamente.

Eira siento que su corazón se comprimía, tenía el presentimiento de que no mejoraría, pero deseaba con todas sus fuerzas que sus instintos fallaran.

—Iré a verla pronto.—pronunció el rey del inframundo antes de cerrar el portal y Leonardo desapareció.

—¿Estás bien?.—le preguntó Medea mientras le acariciaba el hombro.

—Tengo el presentimiento de que todo se derrumbará pronto.—Medea lo abrazó sin tener la valentía de compartirle que ella sentía lo mismo.

Por otro lado, el príncipe Aspen y su hermana se encontraban sentados en el balcón de la habitación del príncipe, en su cama se encontraba Carin descansando, aun no despertaba de su letargo, el clima en el imperio vampírico era frio, lleno de llovizna y relámpagos, un clima preciosos para ellos, ademas de que los cuervos chillaban de frio mientras se acurrucaban unos con otros en las copas de los arboles y eso era como una canción de cuna.

—Jamás pensé que fuera tan callado, pero no me quejo, al menos aceptó seguir con la platica, parece que usted no tiene ojos para nadie que no sea nuestra madre.—le dijo Minerva mientras tomaba un sorbo de su té de sangría.

Ella era tan parecida a Lía, el cabello rojo intenso como las llamas del infierno, su piel pálida y puritana, aunque sus ojos eran tan rojos como la sangre de sus víctimas, seguía siendo la hija de su madre y Aspen la observaba sigilosamente aceptando que era muy bella.

—¿De verdad estaremos así toda la tarde?

—¿Toda la tarde? ¿Esperas estar en mis aposentos más de diez minutos?—le preguntó Aspen sorprendido.

—De verdad que es desconsiderado ¿no le causa pena que su hermana pequeña este pasando por tanto ahora?

—Ya eres toda una mujer, dudo mucho que te asusten los truenos.—dicho esto, un relámpago calló justo detrás de Aspen iluminado su figura.

—La verdad es que no, ni los relámpagos, ni los fantasmas y eso que hay muchos en mi habitación ¿ha escuchado de los postergáis? Me gusta atraparlos y dejarlos encerrados en mi alcoba para que me hagan compañía, están algo enojados al principio, pero después se acostumbran, solo intentan ahorcarte o apuñalarte mientras duermes o les das la espalda, no son tan malos.

—¿Puedes esclavizar espectros? ¿Que esa no es la calidad de la abuela? Que yo sepa no llevamos su sangre, no pudo habértelo heredado.

—Pues parece que al menos puedo privar de su libertad a estas cosas ¿se ha preguntado alguna vez que clase de criaturas somos? Es decir, se que somos vampiros , hijos de un dios y una bruja excepcional sin precedentes, pero…yo no sé quién soy.

—Somos titanes.—exclamó el príncipe sin reparo.

—¿Y que es eso exactamente? No sabemos nada de ellos, excepto que nuestra madre y nosotros somos los únicos que quedan.

—Los celestiales casi nos llevan a la extinción, cazaron a los nuestros por temor a ser erradicados, pero su hora llegó, los días de Teldrasil están contados, le espera una agonía de la que no escapará fácilmente, a él y a los que se le unan.

—¿Es verdad que arremetió contra él en su propio templo?—le preguntó Minerva sorprendida.

—Le marqué la cara a ese cerdo, debiste ver la expresión de dolor en su cara, la forma en la que le tronaban los huesos y le rechinaban los dientes con el dolor que le provocaba.—declaró Aspen emocionado y con los ojos brillantes.

—Parece que lo disfrutó.—le dijo Minerva levantando una ceja y al percatarse de que seguía mirando hacía donde estaba Carin, se exasperó.—presiento que dormirá hasta el día siguiente igual que nuestra madre.

—Me da igual si despierta ahora o entres días, lo único que quiero es librarme de ella, nuestra madre no esta de acuerdo con que la tenga como familiar, si hubiera sido la opinión de cualquier otro, la habría conservado solo por capricho, pero no quiero causarle más disgustos.

—¿De verdad usted solo piensa en nuestra madre?.—le preguntó minerva con el rostro entenebrecido.

El príncipe Aspen la miró extrañado y ella continuó.

—¿Esta ciego o algo así? ¿no ve que somos más en este maldito castillo?

Aspen frunció el ceño y le calvó la mirada con descontento.

—¿Acaso me odia por que yo maté a nuestro hermano? ¿Por eso finge que no existo como el resto del mundo? Usted y nuestra madre me detestan por eso ¿no es así? ¿Creen que soy un monstruo? Minerva se puso de pie lentamente y miró fijamente a su hermano, clavándole sus ojos carmesí mientras apretaba los dientes.—le recuerdo que usted fue quien lo convirtió en familiar.




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