Mi amante, el príncipe de jade.

Sindrome.

Quizá fui muy insolente, demasiado intensa tal vez, pero me las debía, de alguna manera tenía que enterarse de mi sentir, pude haber sido abofeteada por el futuro heredero de la corona, sin embargo mi hermano jamás me puso la mano encima, me puse de píe con tanta indignación, que con desespero salí de ahí antes de que esa habitación fría y amarga me consumiera por completo, como la protagonista de una novela gótica que esperaba ser detenida del brazo aunque le desgarraran la piel, pero esa acción pudo haberle costado la vida a mi hermano, pues en mi maldad o mi descuido, desactivé el escudo que protegía al mundo de mí.

Yo maté a nuestro hermano…pero tu lo convertiste en tu familiar…eso era algo que me repetía a menudo, quizá lo hacía para disminuir la culpa que vivía en mí, en mis adentros mi hermano no era mi señor, creí que tutearlo me haría sentir más cerca de él, se me olvidaba que es un témpano de hielo, áspero como una lija, buscar amor o consuelo en él, era igual a buscar a gua entre las piedras y los espinos, lo que bebía no era más que mi sangre diluida entre las penas que me agobiaban.

Cabe recalcar, que para este punto emocional, ni si quiera me había dado cuenta de que mi escudo ya no estaba, mi acción exasperó a mi hermano, quién al final, cumplió mis fantasías egoístas y se dignó a ir tras de mí para ser él quién pusiera en su lugar a mi rígido corazón, sabía muy bien que mi hermano poseía el fastidioso poder de encontrarme, aun si me iba al fin del mundo, él abriría un portal para ir por mí, sentía que no podía escapar ni de él ni de mi madre, de fiado a su infernal don.

La lluvia se soltó despiadada mientras el frió le hizo compañía, para el colmo la neblina comenzó a formarse como una espesa alfombra que dejaba un toque siniestro a nuestro ya tétrico hogar, diría que esta fue nuestra primer pelea como hermanos y si, yo la provoqué.

—¿A donde crees que vas insolente? ¿Crees que puedes dejarme después de iniciar una conversación que no pedí? —la cuestionaba Aspen mientras la seguía, adentrándose a los rincones repletos de misterios de aquel inmenso castillo.

—¿Para que iba a quedarme si usted no es capaz de pronunciar ni una sola palabra? ¿Como piensa enamorar a una mujer si las palabras le salen a cuenta gotas? Además es aburrido y no sabe escuchar.

—¡No me des la espalda malcriada!

—¡Déjeme en paz!—gritó Minerva mientras el príncipe habría un portal justo detrás de ella para hacerla volver hacía él.

Aspen extendió su brazo y la jaló del hombro para que lo mirara, pero al contacto con su cuerpo, la agonía se apoderó de él, dejándolo sumergido en un dolor infernal, tan solo fue un toque y su mano ya se había momificado, pudo sentir como ella le robaba la vida y este se desplomó al punto de casi caer de rodillas, sus pupilas se dilataron y sus venas se resaltaron agresivamente, comenzó a transpirar y su corazón estaba vuelto loco, la tía como un caballo despotricado queriendo atravesar su corazón y después su garganta.

—Hermano…Aspen….—Minerva no pensó bien lo que hacía su instinto la llevó a querer consolarlo o aliviar su dolor d alguna forma, pero al rosar ligeramente sus dedos en su cuerpo, vivió a ocasionarle un severo dolor que lo enmudeció por completo, después de la muerte de Ban, Minerva jamás volvió a lastimar a alguien gracias a los escudos de su madre, pero ahora que la reina s encontraba débil, su escudo había desaparecido dejando a la princesa al desnudo.

Minerva no pudo evitar sentir placer al arrancarle la vitalidad a su hermano, su cuerpo se sentía bien, nutrido, su cabello se puso más radiante, su piel más suave y tersa y sus ojos más brillantes, similares a las llamas del infierno, pero rápidamente sacudió la cabeza y la culpa nuevamente se apoderó de ella.

—Lo lamento…yo no quería que…—en ese mismo instante, una loba blanca le saltó casi encima haciéndola retroceder por la caída, Carin le gruñía furiosa mientras le mostraba los dientes, se colocó frente a Aspen por instinto, el instinto incontrolable de protegerlo.

—¡Alejése de él! Si le pone la mano encima se la arrancaré…—exclamó Carin dominada por su instinto protector.

Carin había despertado debido al dolor de Aspen, ni si quiera entendía porque estaba tan furiosa, o lo que realmente estaba pasando, solo sabía que destrozaría a todo aquel que se atreviera a lastimarlo.

—No te acerques a mí si quieres vivir…—declaró Minerva mientras se ponía de pie, mira a tu señor, siendo un dios se puso de esa manera con el solo rose de mi mano, imagínate lo que te haría a ti.

—Mi señor… ¿mio?—Carin salió completamente de la inconsciencia y comenzó a razonar sobre lo que había sucedido, no veía ningunas cadenas, sin embargo se sentía atada aquel hermoso príncipe y entonces recordó su primer encuentro.

—Tienes la mano muy pesada…—manifestó Aspen mientras se recuperaba y añadió entre quejidos.— pobre del hombre que se case contigo…dudo que exista alguien tan estúpido.

—Lo lamento, no fue mi intención lastimarlo…—exclamó Minerva con un nudo en la garganta y postrándose delante de él añadió.—aceptaré cualquier castigo, incluso si decide decapitarme lo aceptaré.

—¿Crees que voy a ponerte una mano encima sabiendo lo que duele?

El príncipe agarró una piedra y se la aventó en la cabeza a su hermana, era pequeña y apenas si la sintió.

—Ya estamos a mano.

—Pero…casi lo mato.—declaró ella desconcertada.

—Por supuesto que no, soy más fuerte que tu, solo fue como una quemadura para mí.

—Sus ojos se le pusieron en blanco y juraría que lo vi echar espuma por la boca.

—Ideas tuyas solamente.—manifestó Aspen mientras se sacudía las ropas.

De repente, Carin le lanzó una mirada desconcertante y se la clavó como si fueran espadas.

—Usted….

—Antes de que si quiera te molestes en reclamarme, si no te hubiera convertido en mi familiar, habrías muerto de hipotermia he inanición, te estabas dejando morir, tu eres más cruel que yo, además, yo tampoco te quiero a mi lado, es suficiente con Ban, apuesto a que no se llevarían bien.




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