Mi amante, el príncipe de jade.

Demasiado salvaje.

La familia real era un misterio, pero él lo era aun más, nadie podía describir al príncipe del gran imperio, su belleza no tenía precedentes, decían que era un témpano de hielo que no mostraba ningún tipo de emoción, rara vez se dibujaba una sonrisa en su rostro y cuando sonreía, lo hacia de una manera maliciosa, como si se acordara de alguna travesura o de algo indecente, nadie sabia mucho de él, su comida favorita, su color favorito, sus manías, nada, todos estaban asustados, pues algunos testimonios hablaban de un ser que permanecía detrás del heredero, una criatura de otro mundo que estaba pegado a él como su propia sombra, la oscuridad lo abrazaba alejándolo de la luz, prácticamente era un extraño en el palacio, hijo de los monarcas, un prodigio de una magia peligrosa.

Las sirvientas lo vieron caminando en el pasillo, con esa mirada aterradora, nadie eras capaz de acercársele, su cuerpo despedía una bruma demoniaca, algunos decían que el dios de la destrucción vivía dentro de él, así que ellas se llenaron de miedo y se encogieron de hombros, ninguna de ellas tuvo el valor de interceptarlo.

—¡Vámonos de aquí! Si nos ve nos castigará junto con la loba.—se dijeron entre ellas y corrieron a toda prisa para lograse del castigo venidero.

Parecía que Carin estaba en problemas y así lo era, el príncipe se sentía molesto por el alboroto que estaba causando su familiar, había escuchado los cuchicheos de la servidumbre y por supuesto que era inaceptable que alguien fuera feliz en unos días tan grises para el imperio y su familia y con paso firme se dirigió hasta donde estaba su loba blanca y su semblante endurecido cambió en el momento en el que la vio brincar de un lado a otro, saltando con todas sus fuerzas lanzando mordidas a las mariposas que revoloteaban a su alrededor.

Esa fue la primera vez que el príncipe comprendió que tenía a su cargo una niña y no pudo evitar ver a Ban reflejado en aquella cachorra, los ojos de Aspen se abrieron poco a poco hasta que se dejaron ver brillantes y llenos de vida, ver a Carin disfrutando de su libertad lo hizo sentirse cómodo.

—Jajajaja ¡voy a devorarlas a todas! Jajaja.—decía Carin mientras corría por todos lados.

Hasta que entre tanto alboroto, el fango salpicó la mejilla del príncipe y un gran silencio se apoderó del ambiente.

—¡Majestad!—exclamó Carin avergonzada y al ver el semblante del príncipe se llenó de miedo.

—¿Pero que haz hecho animal?—exclamó uno de los mayordomos del palacio que venia buscando al príncipe, pues era la hora de la copa de sangre, un aperitivo para los vampiros.

—¡Lo lamento! Estaba jugando…me dejé llevar…—exclamó Carin con la cabeza agachada y apunto de llorar.

—¡Mira nada más! ¡Has ensuciado el hermoso rostro del príncipe! Ahora verás…—el mayordomo levantó su mano contra Carin y rápidamente Aspen se la detuvo con tal fuerza que el mayordomo se dobló.

—Perdón…—insistia Carin temerosa.

—Mi señor…—el mayordomo miró al príncipe y este le clavó la mirada haciendo enmudecer de inmediato y un gran tumulto de sirvientes se junto para ver lo que sucedía.

—No te atrevas a ponerle la mano encima ¡nadie puede castigar ni corregir a mi familiar! ¡Solo yo decido que hacer con ella! ¿Entendido? Cualquiera que se atreva a molestarla se las verá conmigo ¿Esta claro?—les preguntó Aspen a voz en cuello y todos asintieron con la cabeza.

—Si majestad.—dijeron al unísono y se fueron con la cola entre las patas, desde ese momento nadie intentó meterse con Carin.

—Perdóneme mi señor, no lo volveré hacer…—confesó Carin y comenzó a gimotear y se acercó lentamente a su señor para ser castigada, pero en lugar de recibir un golpe, recibido una caricia en la cabeza.

—No te voy a regañar, solo estabas jugando, se que solo sigues tus instintos, me había olvidado de que solo eres una cachorra, no me molesta que te diviertas, yo no puedo prestarte mucha atención y aun no es el momento de presentarte a Ban, debes sentirte sola, así que tienes mi permiso para jugar cuando quieras, solo avísame y te daré un lugar para ti sola, supongo que mis posiciones son tuyas ahora, mi madre jamás se mostró hostil con sus familiares y yo tampoco lo haré, así que si aun tienes ganas de jugar, hazlo, yo me quedaré aquí contigo.

—¿De verdad?—le preguntó Carin conmovida.

—Ya te dije que si.

—¡Gracias principe! ¡Le tarare regalos espéreme!

—¿Que tipos de regalos?—se preguntaba mientras la veía correr y entonces Carin se echó un clavado al estanque y sacó victoriosa un sapo enorme y lleno de verrugas y corrió a echárselo a los pies y este le brincó en el regazó.

—Ay que asc….—Aspen no terminó de hablar por que vio lo feliz que Carin estaba y la dejó ser, así como el sapo le trajo muchos regalos, flores, mariposas y troncos, esa fue la primera vez que el príncipe pasó tiempo con su pequeña loba.

—Mi señor es bueno, me defendió de ese mayordomo…—pensó Carin en sus adentros y su corazón rebosaba de alegría.

—¿Que hace mirando de lejos? Podría unirse y divertirse con ellos.—expresó Leonardo mientras se quedaba a una distancia considerable de ellos.

—Yo siempre miro de lejos.—le respondió la princesa Minerva sin despegar la grada de ellos y estas palabras le causaron pena a Leonardo.

—Beatriz se encargará de hacer las barreras por tu madre, solo en lo que ella despierta, así no se perderá de nada.

—Ya no quiero usarlas.

—¿Disculpe?—exclamó Leonardo confundido.

—He sido prisionera de mi poder durante toda mi vida, condenada a un confinamiento que me separa de mis seres amados, siempre he sido espectadora de los afectos físicos, el siempre tacto me es un lujo, quisiera saber que se siente tocar la mano de alguien sin provocarle la muerte, quiero abofetear a mi hermano son causarle un dolor mayor al de una simple cachetada.

Leonardo compendia que Minerva estaba celosa de la interacción de su hermano y su familiar, se culpaba por su lejanía, por no ser capaz de abrazar a su madre y de ver la expresión de dolor en el rostro de su padre cada vez que le daba un beso, la princesa esta cansada de mirar de lejos.




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