Mi amante, el príncipe de jade.

La bruja de la mente 2

Todo comenzó con los problemas para poder dormir, no lograba llegar a la fase rem del sueño profundo que da un verdadero descanso y da entrada al mundo de los sueños, empezó como algo ocasionalmente y Mía pensó que se debía al estrés que le provocaba el no haber podido graduarse y hacer que sus padres estuvieran orgullosos de ella, pero lo que comenzó de manera esporádica se convirtió en algo de todos los días, “Las voces” “las voces no me dejan dormir” expresaba Gia con frustración, había risas, llanto, gritos, susurros, peleas, conversaciones en idiomas que jamás había escuchado, su problema comenzó a escalar hasta volverse incontrolable.

Almond y Babani se despertaban en plena madrugada al escuchar los ruegos y el llanto de Mía que decía “Por favor déjenme dormir” “guarden silencio” Gia intentó guardar su secreto durante un tiempo, pero se volvió más agresiva su situación, al grado de que ya escuchaba los pensamientos de sus padres en voz alta.

Claro que Gia no comentó más del asunto, pues ya había causado suficiente con la decepción de ser declarada como un persona normal sin derecho a la magia, una mujer común que no poseía poder alguno en sus venas, esto era una deshonra para su madre ya que ella era una bruja poderosa y respetada en el imperio, sin embargo, jamás se sintió defraudada por su hija, al contrario, ella la amaba tal como era y quería apoyarla siempre.

Aunque Babani y Almond se sintieron muy tristes con la expulsión de Gia, no fue por que no iba a convertirse en bruja, si no por que sabían que Gia amaba la magia y soñaba con convertirse en una increíble bruja, se quemaba las pestañas estudiando todos los hechizos y conjuros que le pedían, se desvelaba practicando aunque no conseguía muchos avances, pero llegó el punto donde la magia parecía haberse extinguido de su cuerpo.

Era evidente que todos estos eventos traumáticos habían afectado la salud emocional de Gia, quién pasaba mucho tiempo encerrada en su habitación, lamentándose por todo lo sucedido.

—¿Gia? Hija, ¿quieres ir conmigo al pueblo y comer en los puestos callejeros que nos encontremos? No le diremos a tu madre que comeremos golosinas, puedes comer todos los pasteles que quieras, tengo dinero suficiente para que te compres un vestido bonito.—le dijo Almond quien tocaba delicadamente a la puerta.

—Ahora no papá, no tengo ánimos de salir…—externó Gia con su animo decaído.

—Entiendo… ¿puedo pasar? Solo quiero haber contigo.

Gia guardó un profundo silencio y su padre suspiró con tristeza, le dolía mucho verla en ese estado.

—¿Puedo pasar? Solo te dejaré algo de fruta y me iré enseguida.

Almod abrió la puerta y cuando entró vio a Gia recostada en la cama, con la mirada perdida, se le notaba muy cansada, su padre se sentó a la orilla de su cama y posó su mano en los pies fríos de su hija y comenzó a frotárselos sonriendo ligeramente.

—Se lo mucho que deseabas convertirte en una bruja, estoy seguro de que no puedo ponerme en tus zapatos y quizá pienses que no entiendo por lo que estás pasando, pero, quiero que sepas que estoy aquí para escucharte, te amo y estoy orgulloso de ti sin importar que pase.

—¿Como puedes decir eso? No puedes estar orgulloso de mi sabiendo que soy ordinaria, me expulsaron de la academia de manera definitiva, nunca podré enlistarme por que no tengo magia en mi cuerpo, por mi culpa la gente murmura sobre ustedes, no tengas miedo en decir que los he decepcionado.

—Pero no me siento de esa manera y tu madre tampoco ¿y que si no puedes ser una bruja? Tu sueño es defender el imperio ¿no es así? Convertirte en una heroína capaz de proteger a los más débiles ¿piensas que solo con magia puedes ser un agente de cambio? Me decepcionaría si realmente pensarás que la magia es lo que te hace importante, mírame a los ojos Gia ¿realmente crees que no vales nada sin tu poder?

—¿Y que tipo de heroína puedo ser sin la fuerza suficiente como para proteger a los desvalidos? ¡mírame! Todo el mundo me señala…—expresó Gia entre lagrimas y entonces su padre frunció el ceño y la cargó en sus brazos sacándola de su habitación y llevándola afuera.

—Te mostraré que no necesitas magia para ayudar a los más necesitados.

—¿Que haces papá? ¿A donde me llevas?

—Iremos al pueblo, nos detendremos donde haya una necesidad y vamos a resolverla juntos.—le dijo Almond decisivo.

—¿Qué?

—Haré lo que tenga que hacer para sacarte de esa depresión y sensación de derrota, yo no tengo magia y soy capaz de salvar a muchas personas por que tengo músculos de acero.

Gia no pudo evitar soltar una risita con las palabras de su padre, se veía muy gracioso cuando se ponía serio y aunque insistió en caminar por su cuenta, su papá insistió en llevarla cargada en sus hombros como cuando era una niña, aquel momento fue muy sanador para Gia pues podía sentir el amor sincero de su padre.

Cuando llevaban una hora de camino, se encontraron con un grupo de hombres que intentaban arreglar el techo de una casa que había sido dañada por una gárgola que tenía días acechando su comunidad, iba y se comía sus gallinas y su ganado, pero ahora que se había acabado todo, iba por los niños del pueblo y la noche anterior la criatura había intentado llevarse a un recién nacido.

Al verlos, se asustaron por que Almond era enorme y parecía un gigante, además les pareció extraño que aquella joven tuviera el cabello azulado, pero como era muy b on iba y de aspecto llamativo bajaron la guardia.

—¿Necesitan ayuda? Mi nombre es Almond, mi hija Gia y yo vamos de paso, ¿necesitan algo?

Las personas se sorprendieron al ver que aquel gigante era tan amable y después de mirarse unos a otros, aceparon su ayuda y al examinarlo creyeron que sería un buen rival para derrotar aquella gárgola.

—¡Por favor ayúdenos guerreros! Emos sido asediados por un monstruo que nos atormenta, ha devorado nuestros animales y ha destruido nuestros cultivos, la bestia no ha saciado su hambre, pues ahora ha decidido llevarse también a nuestros hijos, nuestro pueblo no es un lugar donde habiten guerreros, solos somos campesinos, agricultores que se ganan la vida vendiendo granos para los otros pueblos, por favor acaben con nuestra miseria.—dijeron aquellos hombres postrados ante Almomd y Gia.




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