Mi amante, el príncipe de jade.

Inesperado

La emperatriz por fin había despertado y la alegría había vuelto en el castillo, el rey se había despedido de las ropas negras y el luto (aunque no literalmente, pues ese era el color que siempre vestía) pero su sonrisa había regresado, el amor de su amada bruja, ahora esta con él y los días de dolor habían quedado atrás, además aquel reencuentro familiar había traído consigo nuevas aventuras y futuras relaciones.

Eira se encontraba tomando vino y mirando fijamente a Valeska, con una sola mirada, eran capaces de maldecirse y demostrarse cuanto se odiaban, sin embargo, ambos priorizaban la paz y por el bien de Lía, trataban de no matarse.

—Lamento que mi esposo no te haya dicho nada de mi condición, debiste preocuparte mucho, por favor discúlpalo, Valeska ha estado pasando por mucho, se que nadie me cree cuando digo esto, pero mi amado tiene buen corazón y haberme tenido entre la vida y la muerte, le causó un gran estrés, no supo como tratarlo.—le dijo Lía a su querido amigo mientras él fulminaba con la mirada al rey.

—Esto ha sido un golpe de realidad para mí, estuviste apunto de quedarte atrapada en esa pesadilla para siempre y me alegro de que estes aquí, ya no me interesa si ese vampiro me dio aviso o no, lo único que me importa es que estas a salvo.—le dijo Eira mientras le agarraba las manos y de pronto, una manzana le golpeó en la espalda, era Valeska que con una sonrisa fingida y algo diabólica, se disculpó.

—Lo lamento…se me resbaló….

—No te preocupes, yo también tengo las manos de jabón jejeje.—le respondió Eira con la vena de la cien palpitándole.

—Ustedes dos están muy raros.—les dijo Lía quién podía sentir una aura oscura emanando de ambos reyes.

—Ven, déjalos, Giny y yo queremos consentirte.—le dijo Beatriz llevándosela del brazo.

—Pero…

—Créeme, no se matarán, tu estás de por medio, creo que en el fondo los dos te tienen miedo jejeje.—le dijo su madre mientras la alejaba.

Ginebra miraba con detenimiento a Eira y Valeska y no pudo evitar preguntarse, si Alejandro y Fernando hubieran podido llevarse bien sin tener que llegar a la guerra, pero llegaba a la conclusión de que su hijo y ese rey del inframundo tenían un corazón más suave que el de aquel héroe que se corrompió en el pasado.

—A pesar de que se llevan tan mal, no creo que esa rivalidad dure para siempre, quizá el destino los sorprenda y terminen siendo unos grandes amigos, después de todo, creo que no son tan diferentes.—se dijo Ginebra así misma mientras se le escapaba una risita burlona.

—¿De que te ríes madre?—le preguntó Emir mientras le daba un beso en la mejilla.

—De nada, solo esta haciendo conjeturas en mi cabeza jaja ¿como estás mi vida? Te veo más sonriente y eso me hace muy feliz.—le dijo Ginebra mientras le acariciaba el rostro.

—Me siento afortunado de tener una familia tan grande y aunque es algo peculiar, es mía.

—Tienes razón, somos una gran familia, no importa lo interfectos que seamos o los problemas a los que nos enfrentemos, siempre estaremos juntos para apoyarnos.

—La familia es para siempre.—externó Emir mientras rodeaba a su madre con sus brazos.

Por otro lado, Alejandro había llevado a Minerva a dar un paseo, ella se sentía muy feliz de estar con su abuelito, como le llamaba en secreto, pero tenía miedo de lastimarlo, así que como con todos a su alrededor, la princesa guardaba su distancia considerablemente, tenía una apariencia amargada y reservada, pero era más tierna y dulce de lo que creían.

—No tienes que caminar tan lejos de mí, si te pedí pasar un tiempo a solas, fuera para convivir contigo, no quiero que vayas detrás de mí.—le dijo Alejandro con una sonrisa brillante.

—Lo lamento abuelo, no quiero parecer grosera, pero será mejor así, un solo rose de mi cuerpo y podría poner en riesgo su vida.—le dijo Minerva con seriedad.

—Pero ahora mismo tienes puesta la barrera que tu madre te coloca ¿verdad?

—Si, pero puedo romperla voluntad, puede ser con una emoción fuerte, un susto, una alegría que pueda sobre pasarme, no quiero que me mal interprete, no es que no quiera estar cerca de usted, al contrario, estoy feliz de que nos haya visitado, lo mismo que mi abuela, pero…, por ahora, soy incapaz de controlar mi maldición.

Alejandro hizo caso omiso a las palabras de su nieta y se acercó a ella, mientras le daba una rosa.

—Toma, es para ti, pero incluso tu eres más bonita.

— Ay…gracias…—Las mejillas de Minerva se ruborizaron, admiraba mucho a su abuelo, al igual que su hermano, era un héroe para su familia, el simple hecho de llevar su sangre era honroso para ellos.

—Cuando era el rey de los vampiros y Ginebra llegó a mi vida, tenía miedo de lastimarla, ella era muy frágil y delicada, aveces con solo abrazarla, le dejaba moretones en el cuerpo y me rehuse por mucho tiempo a poder demostrarle mi afecto de manera física, ella era humana y yo un ser sobrenatural, ella era mi universo y por nada del mundo quería hacerle daño a la razón de mi existencia, pero tuve que entender que no podía negar mi naturaleza, al menos en ese momento yo era un vampiro y aprendi a dominar mi sed de sangre por ella, fue difícil al principio, pues varias veces me alimente de su sangre y me sentía fatal cuando lo hacía, me venían olas de arrepentimiento, ira y frustración, pero el secreto de superar obstáculos está en no rendirse.

Minerva escuchaba atentamente a su abuelo y su corazón se sentía cálido y más atención le ponía.

—Guao, con razón todos están tan obsesionados con el abuelo, quitando de lado que parece un hermoso ángel, es tan cálido y sabio, tan hermoso que su belleza física no le hace justicia a la de su corazón.—pensaba minerva en sus adentros

—Ahora mi corazón le ha hecho más espacio al amor y me he sorprendido de lo grande que puede ser, ahí viven muchas personas y tu ocupas uno de los lugares más importantes y amplios.

—Awww abuelito… ¡perdón! Abuelo…lo siento, me dejé llevar.—se disculpó minerva avergonzada.




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