Aquella cabalgata parecía ir en perfecto estado, el día era brillante, como el sol no les afectaba en lo absoluto, podían atreverse a ir más a allá de los limites reales, los príncipes eran aventureros por naturaleza, no le temían al peligro y antes de cruzar se miraron mutuamente.
—¿Quieres ir más lejos? Escuché que había un bosque por las tierras que nuestro padre le da a sus fieles como recompensa.—le preguntó el príncipe Aspen a su Hermana y a esta le brillaron los ojos como diamantes.
—¡Me parece buena idea! Y si te sientes más atrevido podemos cruzar las tierras altas y matar a todos los monstruos que encontremos jajajaja.—externó Minerva con una sonrisa malvada.
—Ay… si que te urge sacar tu veneno…—le dijo Aspen con una mueca y añadió.— tienes razón, será mejor que descargues tu energía mortal sobre los monstruos que hay en el camino, no quiero que me toquen tus dedos frívolos.
—¿En serio fue tan doloroso? ¿Tanto que ahora le tienes miedo a mis dedos? Jijiji.—Minerva lo molestó fingiendo que lo tocaba y el príncipe se irritaba haciéndose a un lado.
—Deja esos dedos puntiagudos y concéntrate, las bestias pueden salir en cualquier momento.
—No te preocupes por tu bienestar, estoy encerrada en el escudo de nuestra madre, estás a salvo, además, no siento nada, ni el aire que ondea tu cabello, o el sol que calienta tus mejillas, mucho menos podría sentir un zarpazo de oso sobre mi espalda.—expresó Minerva mientras apretaba las riendas del magrodo.
—Bájate del magrodo.—le ordenó Aspen con voz firme.
—¿Qué? ¿Para qué? Ya te dije que estoy blindada.
—¿Por que eres tan necia? Solo bájate.
—Ash, como quieras, ya te dije que estoy…—Minerva entendió que el príncipe la había bajado para proteger al magrodo y que ella pudiera cabalgarlo sin estar cubierta por la armadura de su madre y por dentro se conmovió y trató de contener su jubilo.
—Puedes deshacer el hechizo de protección cuando quieras ¿verdad? Entonces rómpelo de una vez, disfruta del aire, del sol y toca todo lo que quieras, no importa que se marchite o se pudra, al fin y al cabo, tú no tienes la culpa de haber nacido tan tóxica.—le dijo Aspen con serenidad.
—Diablos, no sé si debería ofenderme o enternecerme ¿alguna vez fuiste capaz de decir palabras más tiernas?—le preguntó Minerva entre pucheros.
—Shh, guarda silencio, ¿no encuentras la quietud sospechosa? Mantente alerta, gamos a dejar atados a los magrodos en este lugar, será más seguro para ellos que llevarlos al otro lado.—exclamó Aspen mientras ataba a los magrodos.
—Ya te pareces al abuelo, siempre están vigilando, disfruten de la vida, ustedes que pueden.
—¿De que hablas? Yo disfruto de la vida.
—¿Enserio? Siempre tienes cara de amargado, rara vez te veo sonreír, te la pasas estudiando, ejercitándote, aprendiendo otras lenguas y haciendo todo lo que mi padre o la corte te piden, me sorprende que te hayas dado el tiempo de pasear conmigo, O, espera…no me digas que saliste a orearte por que te puso caluroso ver el nuevo cuerpo de tu lobita, jajajaja ¿es eso?—le dijo minerva para molestarlo y Aspen abrió los ojos en grande, no podía creer que su hermana fuera tan insolente.
—¿Que? ¿De que estas hablando?
—¿Es verdad? Jajajaja, por todos los cielos hermanito…si que eres un pervertido jajaja, tu cara esta toda roja jajajaja.
—¿Como te atreves? —la cuestionó el príncipe con las orejas rojas.—¡yo soy el príncipe heredero! ¡Cargo con todo el peso del imperio de nuestros padres! ¿Crees que puedo darme el lujo de no hacer nada como tú? ¿Crees que por mi cara bonita me darán todo? ¡No quiero nada regalado o por herencia! ¡Me lo ganaré yo mismo! ¡Con mis propios méritos y sacrificios! ¿Jugar? ¿Divertirme? ¿Tomar el té? ¿En que me ayudaría eso si no a quitarme el tiempo?
—Ay, ya…solo bromeaba…—exclamó Minerva al verlo tan alterado.
—No todos gozamos con el privilegio de ser holgazanes como tú, ¿y me llamas amargado? Eres tú quién rara vez sale de sus aposentos, no tienes amigos, no convives con nadie, apenas si le diriges la palabra a nuestra madre, ni si quiera los animales se te acercan y…
—¡Ya cállate!—minerva lo abofeteó y cerró los ojos tan fuerte que apretaba los puños y vaciaba su corazón sin frenar su lengua, mientras que su hermano caía al suelo retorciéndose de dolor.
—Mi…minerva…—exclamó el príncipe experimentando nuevamente aquel dolor indescriptible, pero su hermana mantenía los ojos cerrados mientras se desbordaba.
—¿Crees que me gusta ser así? ¿Acaso piensas que yo quise nacer con esto? ¡Maldito mocoso mimado! Odio la soledad más que nada en este mundo…odio mi incapacidad de poder relacionarme con las personas que amo… ¿acaso crees que me gusta estar encerrada en mi cuarto? ¿Que disfruto de mi aislamiento? ¡No lo hago por gusto! No quiero…yo…yo quisiera saber que se siente acariciar un gato, saber lo que se siente vivir como una persona normal, pero todo lo que toco muere…la hierva bao mis pies esta seca y tengo miedo de estar condenada a vivir así para siempre…no sé…yo no sé como detenerlo…ojalá nunca hubiera nacido… de haber sabido que me tocaría esta vida tan miserable…hubiera preferido no ver la luz…
—Mi…ner…va…
Minerva abrió los ojos y cuando vio a su hermano retorciéndose en el suelo corrió hacía él y se tapó la boca con las manos.
—Oh, no… ¡hermano! Lo siento tanto…me olvidé…lo olvidé por completo…por favor perdóname…perdóname Aspen …—decía Minerva entre lagrimas, entonces el príncipe estiró su mano hacia donde estaba su tobillo y se aferró a el con todas sus fuerzas.
Minerva no entendía por que su hermano actuaba de esa forma y cuando intentó retroceder, Aspen la agarró más fuerte.
—¡No! ¿Que haces tonto? ¿Acaso quieres morirte?
Aspen se puso de píe como pudo y se aferró a su vestido rasgando inevitablemente y escaló hasta abrazar su cintura y se aferró a ella con todas sus fuerzas y la abrazó.