Gia corría tan rápido, que parecía que luchaba por su vida, sin miel, sin zapatos y sin su ropa, en su lugar vestía con el saco del hombre que la había avergonzado en gran manera.
—¿Como se atreve a humillarme de esa forma? ¿Como fue capaz de decirme semejantes palabras?—se preguntaba furiosa y con la cara caliente de lo roja y avergonzada que estaba, no podía olvidar aquellas palabras pronunciadas por el joven he engreído noble.
Recordando lo que le dijo…
—¿Una bruja? No me lo pareces, alguien tan salvaje como tú no podría ser una hechicera, más bien debes ser alguna granjera, una analfabeta de baja cuna, tus ropas están sucias y desgastadas y además, no vi ningún vestido por ahí, ¿segura que no te paseas en ropa interior por lugares encantadores para seducir a los hombres? Debes de ser alguna prostituta.
—¡Irrespetuoso! ¡Se merece lo que le pasó! ¿Como un hombre de alta cuna puede ser tan arrogante y grosero? ¿Salvaje? ¿Analfabeta? ¿Prostituta? ¡Que manera de hacer enojar a una chica! ¡Deseo no verlo nunca más y que la tierra se lo trague!—dijo Gia enardecida, jamás nadie la había hecho enojar de tan modo.
Siguió corriendo hasta que los calambres la amenazaron con punzadas cada vez más constantes y agudas, así que frenó en secó descansando sobre sus rodillas manteniéndose inclinada, apenas si podía hablar y aun así pegó un grito a voz en cuello que alteró a sus gallinas que corrieron despavoridas en cuanto lo escucharon.
—¡Por su culpa olvidé mi miel! ¡Ay que rabia!
El estomago le gruñía como una bestia, ella estaba hambrienta y ese noble le había robado la oportunidad de comer una de sus cosas favoritas, de pronto, un aroma delicioso le inundó la nariz.
—Que bien huele…—expresó mientras se deleitaba con aquel aroma, hasta que se dio cuenta de que se trataba de las ropas de ese soberbio.
Y ahora que su mente se había enfriado, pensó que se había metido en grabes problemas.
—Lo descalabré…él estaba realmente enojado, me miraba con rabia mientras la sangre le escurría por la frente…llevo sus ropas, podría acusarme de ladrona y entonces me cortarían la cabeza.—Gia tragó saliva y se llenó de miedo.—creo que me ti la pata…
Gia calló al suelo y se lamentó por lo sucedido, sin embargo no estaba arrepentida de haberlo golpeado, pues nunca le perdonaría que la hubiera visto desnuda y que además la hubiera humillado de ese forma.
—Diablos…parecía un vampiro, pero no tenía ojos rojos entonces que era? Un humano común y corriente no podía ser tan hermoso…que ojos tan verdes…
Pensó Gia mientras lo imaginaba y cuando se dio cuenta de que lo estaba admirando, sacudió la cabeza y se dio una bofetada.
—¡Gobiérnate Gia! No adules a tus enemigos…de verdad espero no volverlo a ver nunca.
Gia entró a su casa y se quitó arrojando el saco al suelo con fuerza, pero le remordió la conciencia pensar que era una tela muy cara y temía que algún día tuviera que entregarla, así que inmediatamente la recogió del suelo y la lavó.
Mientras ella limpiaba su casa, alguien llamó a la puerta.
—¡Ay! ¿Quién podrá ser?—Gia se sacudió la ropa y una vez que abrió la puerta, sus ojos se asombraron al ver al mensajero real que venía escoltado por los guardias.
—¿Se encuentra la hija de la bruja Babani y el guerrero Almond?—preguntó el mensajero con una cara larga.
—Eh, si, soy yo ¿en que le puedo servir?
—El rey mismo me ha enviado a dejarle esta invitación, él y la familia real la esperan mañana en una reunión privada, no llegue tarde, es delito capital dejar esperando al rey de todo.
—Ok…—dijo Gia tragando saliva y aquel mensajero se fue sin decir otra palabra.
Gia se recargó en al puerta y abrió la invitación que formalmente la mandaba llamar para agradecerle en persona por haber salvado la vida de la emperatriz.
—No puede ser…ya es mañana…no quiero ir…no sé por qué tengo tanto miedo, ojalá me enfermara de gravedad ¿si me lanzo un hechizo se notará? Claro que si, la reina es la más grande de todas las brujas, ella me descubría al instante, además, si no voy, mi familia puede ser castigada por mi culpa, ay no, voy a tener que ir…
Mientras tanto, los príncipes se encontraban llegando al palacio, ambos estaban manchadlas de sangre, querían llegar rápido a sus aposentos para que sus padres no los vieran y no los regañaran, pues aquella caminata había sido prácticamente a escondidas.
—¿Sigues enojado? ¿Quién era esa chica? ¿Como la conociste? ¿Andabas de miro y por eso te descalabró?
—No me menciones a esa salvaje, levantó la mano contra el príncipe heredero, merece ser castigada severamente, la próxima vez que la vea me las pagará.—exclamó Aspen con el ceño fruncido.
—Probablemente no sabía quién eras, de haberlo sabido se habría arrodillado ¿no crees?
—¿Acaso vive bajo la tierra para no reconocer a su gobernante?
—Ahora que lo dices, no se doblegó ante tu mirada, te veía fijamente a los ojos y estos no tuvieron ninguna influencia en ella.—expresó minerva pensativa.
—Eso fue por que no usé mi poder en ella, de haberlo hecho estaría muerta.—insistía el príncipe con enojo.
—A mi me apreció interesante, es una chica que no nos conoce, la buscaré la próxima vez.—dijo minerva con una sonrisa.
—¿Y tu para qué? No te metas en mis asuntos.
—Yo tengo mis propios motivos.
Los sirvientes que cuidaban a los magrodos, los recibieron aliviados y con una reverencia.
—Majestad, princesa, nos alegra saber que llegaron a salvo, su madre la emperatriz ha preguntado por ustedes, no supimos que decirle, debe estarlos buscando.—dijeron los criados apenados.
—Diablos…nos espera un sermón de dos horas.—declaró minerva soltando un suspiro.
—Minerva, Aspen ¿donde estaban?—les pregunto su madre a la distancia y al verla, los criados se inclinaron ante su presencia.
—¡Mamá!
—Mis ojos contemplan a la estrella más bella, mis ojos se alegran al mirar tu hermosura madre mía.—le dijo aspen estirando sus brazos para recibirla.