Mi amante, el príncipe de jade.

Una nueva monarquía

Nara había dispersado a sus criaturas por todo el lugar, como eran abominaciones, es decir cadáveres sin alma y corrompidos por la oscuridad, las criaturas del abismo morían únicamente cuando sus cuerpos deformen terminaban por descomponerse por el sol, cuando los gusanos dejaban sin carne los huesos y estos ya se desintegraban, los adefesios quedaban tendidos en el camino, así que Silfíri y la reina del abismo se dirigieron hacía el reino elfico para tomar el castillo.

—Probablemente nos toque pelear, los elfos son criaturas orgullosas y obstinadas, odian sentirse inferiores a los demás, por naturaleza tienen aires de superioridad, no dejarán que nadie más los gobierne, llevan revelándose por años al rey d todo, fingiendo servirle esperando su oportunidad para fortalecer y atacar.—le comentó Silfíri poniéndola al tanto.

—Esta es la oportunidad que estaban esperando, deberán decidir entre someterse a un rey tirano o una reina que solo quiere su libertad.

—¿Por que se interesa tanto por este pueblo olvidado? ¿Que gana usted con ayudarnos a sobresalir?

—Todos en este mundo buscamos una identidad, cuando la perdemos somos débiles, las criaturas buscan incansablemente ser parte de algo importante y que sus vidas no perezcan sin una buena causa, todos sin excepción queremos tener un propósito.—le dijo Nara con un temple sereno.

Y una vez que se encostaron a las afueras del castillo, los centinelas dieron aviso a sus superiores y a los ancianos sabios que dirigían el país cuando su gobernante se mantenía ausente (aunque en realidad eran ellos quienes gobernaban pues Silfi solo era una pieza de ajedrez en su tablero)

—¡Nos atacan! ¡Hay un demonio y una mujer en la entrada del palacio!

—¿Qué? ¡Prepárense para defender el castillo!

Los arqueros tomaron posición en las murallas y prepararon los cañones y las bolas de fuego, además de que el ejercito había sido llamado para pelear.

—Bajen las armas, no tengo intención de pelear contra ustedes, no les haré ningún daño.—les dijo Nara mirando a los soldados.

—¿Que es lo que vienen hacer aquí una bruja y un demonio?—la cuestionara los guerreros desconfiados.

Los sabios corrieron hacia la parte más alta y pidieron un telescopio para poder apreciar mejor a las visitas inesperadas.

—No puede ser…parecen ser Silfi y la emperatriz…—dijo uno de los ancianos extrañado.

—¿Que? Eso es imposible… ¡nosotros no tenemos nada que ver con la mujer de ese tirano! ¿por qué parece otra persona? Ella no tiene el cabello rojo y la gobernante no tiene dos cuernos enormes en la cabeza y no es un demonio ¿acaso te falla la vista? ¡Trae acá! —uno de los sabios le arrebato el telescopio y al enfocarlas bien, se dio cuenta de que si tenían un gran parecido a ellas, pero aun así eran otras personas.

—¡Ataquen! ¡Son impostoras! ¡Acaben con ellas!—gritó uno de los elfos más importantes del país y así lo hicieron los soldados y comenzaron a disparar las flechas y a lanzar las bolas de fuego.

Pero Nara extendió su mano derecha y con su poder detuvo los ataques dejando estáticas aquellas flechas y las desintegró en su niebla oscura junto con las bolas de fuego.

—Déjense de tonterías, les dije claramente que no iba hacerles daño no me obliguen a cambiar de opinión.—les dijo ella frunciendo el ceño.

—Dios…co…¿como hizo eso?…—se preguntaban absortos al ver la facilidad con la que mandaba a volar a sus soldados y ella misma abrió las puertas del palacio y junto con Silfíri entraron dentro de el.

Nara reunió a todos los habitantes del castillo a la fuerza, su neblina los envolvió y los juntó en el gran patio donde alguna vez el rey de todo tomó el palacio cuando lo conquistó.

—¡Aaaaaaay!

—¿Que quiere de nosotros?

Los elfos miraban a Silfíri horrorizados no entendían como se había convertido en un demonio.

—Es ella…se decían uno otros con impresión.

—Ahora que los más importantes están aquí, les diremos lo que haremos con este lugar.—les dijo Silfíri mirándolos con altivez.

—¿Cómo pudiste vender tu alma? ¡Mírate! ¡Eres un monstruo abominable! ¿Donde a quedado tu belleza ahora? ¿He? ¿Cambiaste de raza así como así? No tienes vergüenza ¡Ahora eres un demonio! Una cosa…solo tenías que hacer una simple cosa…convertirte en la amante del rey y ni siquiera eso hiciste bien ¡eres una inútil! Tú…—en ese mismo instante, Silfíri le cortó la cabeza con la delgada cola que le colgaba y que meneaba de un lado a otro con orgullo y al instante se quedaron todos enmudecidos.

—Será mejor que guarden silencio, de ahora en adelante tienen prohibido insultarme, les he conseguido algo mejor, mucho mejor que convertirme en una simple amante, ella es la respuesta a nuestras plegarias, la salvación que estamos esperando, Oberlod por fin se librará de su enemigo.

Silfíri se hizo aun lado y Nara los miró a todos detenidamente.

—Ahora entiendo por que su raza ha ido en decadencia, la gloría de los elfos fue destruida por su propia gente, especialmente por sus gobernantes, si el pueblo tiene idiotas por dirigentes esta destinado al fracaso.

Los elfos la miraban de pies a cabeza, era idéntica a la mujer del rey de todo, pero su esencia era demoniaca, tan maligna que su sola presencia los hacía sentir pequeños y miserables.

—Han pasado tanto tiempo buscando librarse del yugo que los ahoga, han perdido su gloria y su dignidad dejando que el rey d todo los conquistara ¿donde ha quedado la gloria de los elfos? ¿Por qué ya no se escuchan sus canciones? ¿Por que ya nadie habla de ellas? Su honor esta muerto, pero incluso los muertos pueden levantarse y volver a vivir, esto es lo que vengo a ofrecerles, le daré fuerza a sus manos, su espalda no volverá a encorvarse, no volverán a agachar la cabeza otra vez.

—U…usted habla de libertad…¿pero quién es usted? ¿De donde ha salido nuestra salvadora? ¿La misma que nos promete libertad a caso está conspirando contra su propio marido?—externó uno de los ancianos dudoso y furioso.




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