Mi amante, el príncipe de jade.

Una princesa entre nosotros

Ella era diferente al resto, podía cambiar las joyas por un arma, los tacones por botas todo terreno, sus anillos por guantes de pelea y todos sus vestidos por pantalones, ella no era igual a las doncellas que la rodeaban, las cosas banales no le importaban, ningún hombre podía impresionarla con sus riquezas, su padre era el dueño del mundo, ningún guerrero podía hacer que ella lo admirara, su abuelo era el señor de los cazadores, ella no podía perder el aliento por ningún chico apuesto, su hermano era el hombre más bello del mundo, ella no era como las otras princesas, ella no se quedaría sentada tomando el té mientras otro caza por ella, Minerva era la depredadora numero uno de ese lugar y quería que todos lo supieran.

La rosa del imperio vampírico daba pasos firmes mientras se adentraba al interior del bosque negro, sus sentidos se habían agudizado, sus ojos miraban a su alrededor mientras que su olfato le decía a donde dirigirse, Minerva tenía el cabello recogido en una coleta y estaba de muy mal humor, haber escuchado que Sereniti y Hades se habían besado hizo que le ardiera la sangre.

—Ya sé que no debería estar enojada, el bastardo y yo no somos nada, pero de igual manera siento colera y me voy a desquitar con lo primero que vea ¿que diablos le ve a esa cucaracha marina?

No había recorrido ni medio kilometro cuando una bestia le salió al encuentro, era un jabalí gigante, sus cuernos sobresalían en gran manera, sus ojos eran rojo brillante y sacaba humo de sus fauces, parecía estar rabioso, tenía sangre en el hocico y eso significaba que había herido a alguien de gravedad, los ojos de ambos s cruzaron y ninguno bajó la mirada, ambas bestias eran orgullosas.

—Que mala suerte cerdito, ahora mismo estoy que me lleva el diablo…—exclamó Minerva frunciendo el ceño, el jabalí emitió un chillido agudo y la embistió.

El ruido de aquel alboroto sacudió el jardín donde estaban las mujeres d ella nobleza y se estremecieron asustadas.

—Dios mío…eso se escuchó muy cerca…—dijo una condesa cn la piel de gallina.

De pronto, la cabeza de aquel jabalí calló bruscamente frente a las mujeres, que pegaron un grito horrorizadas.

—¡Ay!

—Demonios, quién sea que lo haya cazado, debió darle mucho miedo en sus últimos momentos, los ojos del jabalí están bien abiertos, pareciera que vio el infierno.—expresó Beatriz sorprendida y todas se pusieron de píe para ver aquella criatura.

—Que horror…esa cosa es espantosa…

—Guarden la calma, ninguna bestia entrará aquí, están a salvo.—le dijo Lía sin entender quién había lanzado eso ahí y esta apenada.

—Tiene razón alteza, usted es la misma bruja que derrotó a Bitchancy y al dios de la destrucción, estamos más que a salvo jajaja, además la general también esta con nosotras.—dijeron las damas llenas de alivio y siguieron disfrutando del té.

Pero las cabezas de las bestias seguían siendo arrojadas una tras otra, todo tipo de monstruos aterradores que hacía que las invitadas perdieran el apetito, pues a muchas la sangre de esas cosas les había salpicado la cara y sus vestidos.

—¿Quién está haciendo esto?—se preguntó Lía confundida y nadie le supo dar respuesta.

Como Minerva traía su hechizo de protección nadie podía olerla y ni siquiera Beatriz sabía que ella era la que los estaba masacrando, pero se daba una idea por la brutalidad con la que estaba cercenados.

—¿Ocho cabezas ya?—exclamaban las mujeres mientras se abanicaban el cuerpo.

—Cielos…que cazador tan fuerte…

—Ya me enamoré jajaja, ojalá que ese hombre fuerte me entregue todo eso jiji.

Las princesas murmuraban entre risitas deseando ser escogidas por ese misterioso cazador.

—¿Acaso será mi príncipe quién está lanzando todas estás cabezas? Son bestias del inframundo, cada una posee una fuerza descomunal, su ira es inmensa y por es son agresivos y salvajes, solo alguien con gran fuerza podría asesinarlas con tal fiereza…¿oh serán Hades y Denise?…bueno Denise queda descartado, él posee un poder de hielo infernal, no hay rastros de eso en las bestias y el príncipe Hades les hubiera dejado la inicial de su nombre para marcarlas, entonces ¿quién será tan formidable cazador?.—se preguntaba Carin en sus adentros mientras miraba a esas bestias ser apiladas y arrojadas unas a otras.

—Creo que dejé ir a un depredador aun más peligroso que estas bestias…estoy segura de que es Minerva…no encuentro un olor familiar en esas cabezas como para darle un nombre al cazador que les arrebató la vida.—pensaba Beatriz mientras veía absorta la escena.

—Que brutalidad ¿quién ha sido tan tosco para arrojarnos estas aberraciones en la cara? Me estoy aguantando las ganas de vomitar desde hace rato…—se decía a sí misma Isabela esforzándose al máximo para no Mostar su asco ante la sociedad.

—Debe tratarse del rey, solo tu tío podría hacer este tipo de cosas tan estrafalarias jejeje.—exclamó Magnolia quién ya no aguantaba las ganas de vomitar.

—¿Te encuentras bien madre? ¿Quieres una copa de sangre fresca?—le preguntó Isabela ordenado que le trajeran una y así pudo recuperarse mejor.

Hubo algunos nobles que regresaron a gritos buscando entra a la zona segura, no serían castigados por decretar, pues al final era una competencia, estaban mal heridos y rogaban por ser sanados.

—¿Y esos gritos?— se preguntaron las mujeres volteando a todos lados y cuando vieron que los guardias estaban acompañando a un grupo de hombres se sorprendieron, pues eso daba a entender que aquel bosque era peligroso y las mujeres que vieron a sus maridos desertar sintieron mucha vergüenza.

—Lamentamos esto su alteza, pero estos caballeros han pedido ser auxiliados por usted.—dijeron los soldados apenados al ver la situación.

—Claro, tenemos a la mejor sanadora con nosotros, mi suegra.—expresó lía sonriendo apenada y añadió.—¿Crees que pudieras ayudarlos?

—Por supuesto ¿cuantos heridos son?—preguntó Ginebra con una sonrisa amable.




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