Los gritos de Ban no permitían que nuestros amigos tuvieran un minuto de paz, sus brazos rompían una y otra vez las raíces que crecían por la magia de Berea para mantenerlo inmovilizado, cada vez era más difícil contenerlo.
—¡Alteza…no aguantaré mucho!—exclamó la escriba con sus manos extendidas tratando de contener al titán maldito Lírica permanecía detrás de ella apoyando su cabeza en su espalda para que no colapsara.
Bajo el cielo iluminándose de vez en cuando por relámpagos rojos, la Reina de las Brujas alzó los brazos, rodeada por un halo de luz. Su poder, denso como la niebla de los pantanos, se vertía en torrentes dorados sobre el cuerpo destrozado del guerrero, cuyas entrañas aún humeaban tras el golpe infernal. Con cada palabra en la lengua olvidada de las estrellas, los huesos rotos crujían al re acomodarse, la carne se tejía con precisión milagrosa, y la sangre regresaba a sus venas como si la muerte se hubiese equivocado de nombre, todo lo que Gia plasmaba en su mente ocurría tal como lo imaginaba.
Frente a ellos, la bestia demoníaca rugía con una furia que quebraba la cordura. Su voz era un aullido de tormentas y fuego, un eco de los abismos más profundos. Cada alarido sacudía el suelo y abría grietas en la realidad misma, desangrando el aire como si el mundo no pudiera soportar su presencia.
Mientras tanto…
Sobre la columna más alta de Alestis (el reino de los celestiales), donde los vientos hablan con voces armoniosas, se erguía el ángel de corazón perverso. Teldrasil permanecía como un vigilante.
Observaba el caos con ojos brillantes de placer: abajo, el reino vampírico y la ciudad celestial se desgastaban mutuamente en una danza de fuego, acero y sangre. Era su obra maestra, su sinfonía de venganza. Todo había comenzado con un susurro, una mentira, un secuestro.
Sonrió. Aquella sonrisa no tenía alma. Era delgada, retorcida, una herida abierta sobre un rostro hermoso y envenenado. Se lamió los labios como un perro hambriento.
Una cúpula resplandeciente, como un domo de cristal divino, se alzó sobre la ciudad celestial. Su hermano Azazel, el amado por los coros del Empíreo, había conseguido lo imposible: proteger a los suyos y rechazar al enemigo. El ejército del rey de todo era arrastrado de nuevo a sus tierras, derrotado... por ahora.
Teldrasil estaba demasiado ocupado disfrutando de sus maldades como para distraerse con eso, al fin de cuentas su hermano había limpiado el desastre que él había causado, sabía que tarde o temprano se enfrentaría a su enojo, pero no pudo importarle menos.
Simplemente se giró hacia su espejo. Un artefacto que le mostraba el mundo, tallado en los restos de un espejo de agua bendita, ahora ennegrecido como obsidiana líquida. Con un gesto de sus dedos, lo activó, murmurando las sílabas prohibidas de un idioma que solo él conocía
—Muéstrame la sangre de mis enemigos... —susurró con ansias.
Pero lo que vio fue esperanza, La reina de las brujas había profanado su cerrojo y no solo ella esta ahí para salvar a los príncipes, también había llevado refuerzos y entonces su sonrisa se torció.
—¿Que demonios hace esa bruja ahí? ¿Como diablos logró entrar? ¡Maldita! ¿Creen que pueden arrebatarme mi victoria? ¿Creen que pueden salvar a estos condenados?
Sus alas se abrieron con un estrépito de huesos al quebrarse, y la columna tembló bajo su furia. Alzó las manos y comenzó a entonar las ultimas letras del rezo maldito que había robado, tan antiguo que las piedras lloraban al oírlo.
—Te invoco, progenie de las fauces, tú que nunca fuiste nombrado... ven. Ven a mí, portador del fin. ¡Que los abismos se abran y liberen a sus criaturas más voraces!
Del suelo, del aire, del tiempo mismo comenzaron a rasgarse grietas. De ellas surgieron formas imposibles: bocas sin rostro, cuerpos hechos de huesos ajenos, lenguas que hablaban sin garganta. Eran las criaturas abismales, pesadillas que ni siquiera el Infierno había osado guardar. Y ahora, estaban hambrientas.
Y antes del caos…
La bruja elemental, de rodillas y con las manos hundidas en la tierra negra, temblaba. de su espalda brotaban raíces colosales, espinosas y vivas, que se enroscaban alrededor del demonio, conteniéndolo con desesperación. El sudor le recorría la frente, sus labios murmuraban conjuros entrecortados, y en su pecho, el corazón latía con un ritmo desbocado. Sabía que si flaqueaba, aunque fuera un segundo, el monstruo los devoraría a todos.
—Mi reina…susurró Berea con agotamiento…
—Resista ama….—murmuró Lírica quién podía sentir la furia de aquel espíritu en pena.
El estruendo fue apocalíptico. Las raíces de la bruja elemental, ennegrecidas por el fuego infernal, se resquebrajaron como varas secas. Un crujido gutural rasgó el aire y el demonio emergió entre escombros y espinas, cubierto de sangre ajena, su piel encendida con la furia de los condenados. Con un solo rugido —áspero, profundo, lleno de dolor y odio visceral— hizo temblar al purgatorio y enmudecer a las almas en pena. La incertidumbre se deslizó como un veneno por las gargantas de los héroes y junto a él cientos de seres infernales emergieron, nuestros amigos se quedaron perplejos ante tal escena.
—¿Que está pasando? —se preguntaron mientras la tierra debajo de sus pies temblaba.
Gia había logrado sanar a Emm y este se sentía más fuerte que nunca, ni siquiera tuvo tiempo de agradecerle, Aspen y Gia no pudieron abrazarse, pues sus enemigos parecían multiplicarse, el amor tendría que esperar para después de la batalla.
—Son seres del abismo.—expuso Emm tomando posición para la batalla.
—Ja, realmente ese bastardo nos quiere muertos…no le vamos a dar el gusto de vernos caer…—dijo Aspen con el ceño fruncido, pero sabía que solo los estaban distrayendo, sabía que el verdadero problema sería Ban y añadió.—encárguense de esos engendros y déjenme a Ban a mí, volveré hacer un contacto almico con él…es la única manera…