Mi amante, el príncipe de jade.

El amor en su máximo esplendor

El aire se estremeció con un susurro cálido que le daba alivio al corazón agitado, como si el mundo contuviera el aliento. Frente al trono destrozado y los escombros de unas horas tortuosas, el espacio se rasgó con un gemido de luz y sombra: un portal se abrió como una herida en el velo de la realidad.

Lía y Valeska, endurecidos por el luto y las plegarias que creían no habían tenido respuesta, se aferraron el uno al otro. La corona temblaba en las sienes del monarca; los labios de la reina se entreabrieron con la incredulidad de una pesadilla demasiado cruel para ser cierta y un sueño tan bueno que no podía ser verdad . Del otro lado del umbral, surgieron siluetas: primero una figura erguida, altiva, con los ojos encendidos por el fuego de la batalla, portando unas ropas desgarradas por los vientos del purgatorio, venía abrazado de otra sombra alta y misteriosa, apoyándose como un bastón después de una larga jornada, Luego, otra forma, delicada pero firme, que acunaba entre sus brazos un pequeño cuerpo envuelto en ropas celestiales y a su vez, cuatro sombras más.

Eran ellos.Sus hijos. Los niños que el enemigo les había arrebatado, los que el demonio había despedazado en cuerpo y alma, a los que pensaron que habían devorado, extinguido...estos ahora regresaban, maltratados pero vivos, como promesas imposibles de la eternidad que se había apiadado de ellos.

El rey de todo destrozó su orgullo y cayó de rodillas, no por debilidad, sino porque la fuerza del amor lo doblegó más que cualquier espada. Un sollozo escapó de su pecho como un trueno ahogado. La reina, mármol hecho carne otra vez, avanzó tambaleante, extendiendo las manos como alas de ángel roto, las lágrimas corriendo por sus mejillas como ríos que por fin encontraron su cauce.

Y en medio del salón, donde tantas veces se había llorado a los muertos, floreció un instante de luz celeste: esperanza nacida del abismo. El hijo, aquel que fue partido en dos por las garras del infierno, se inclinó ante su madre con una dignidad resucitada. La hija, con el mejor regalo, sostuvo a su criatura como un símbolo de lo que el mal no pudo destruir.

La oscuridad retrocedió. Las campanas calladas durante horas se alzaron en un clamor. Y los corazones, endurecidos por el dolor, se quebraron solo para renacer.

No salían las palabras, parecían a toradas, como si la emoción, la alegría y el asombro se pelearan por ver quién pasaba primero, nuestros reyes estaban en shock.

—Mamá, papá….aquí tienen al hijo que habían perdido, por favor denle todo el amor que no pudieron, llénenlo de besos infinitos y que su vida sea aun mejor que la nuestra…se lo merece…—exclamó Minerva con lagrimas en los ojos, la pobre había llorado demasiado, pero ahora las lagrimas que le corrían por la cara, eran de dicha.

El pequeño Ban emitió un quejido tierno, esos que los bebes de brazos suelen soltar como flechas que penetran el corazón humano, Lía se agarró el corazón y en un llanto desenfrenado estiró sus brazos con timidez y Minerva se lo entregó.

—¿Es…mi bebé? Mi niñito…—sollozaba Lía temblorosa.

—Si mamá…es tu hijo Ban, ha regresado a tus brazos.—dijo Aspen conmovido.

Ban sacó su manita como si se estirara y entonces los ojos de Valeska se abrieron de golpe, como si lo hubiese llamado por su nombre, como si le hubiese dicho “Papá” y emocionado acercó su mano para sentir aquella piel tierna como los primeros retoños en primavera y Ban le agarró el dedo con fuerza, sus ojitos verdes voltearon a verlo y en ese mismo instante Valeska se rompió y comenzó a llorar como nunca antes lo El rey, orgulloso monarca de mil batallas, retrocedió como si lo hubiera herido una espada invisible.

El corazón, endurecido por años de guerra y conquista, dio un vuelco brutal. Se venció, no ante otro rey, ni ante un enemigo, sino ante aquel niño que acababa de arrebatarle el cetro del alma.

Las lágrimas brotaron sin permiso. Lentas al principio, como si le costara recordar cómo llorar. Luego, incontenibles, pesadas, saladas, manchando el oro de su armadura. No le importó. Ni los cortesanos que lo observaban, ni los susurros exaltados, ni los cronistas que quizá escribirían sobre su deshonra. Nada. Porque su hijo, su pequeño príncipe sin corona, acababa de volver del abismo.

El recién nacido movió su diminuta mano y aferró el dedo de su padre con la fuerza de una promesa eterna.

En ese instante, se cruzaron las miradas.

Ojos sin malicia encontraron ojos vencidos. Y algo in descriptible, algo que dormía en el pecho frío del monarca, despertó. No fue poder, no fue orgullo. Fue amor. Crudo, desgarrador, sublime. Un amor que quemaba como luz en una cripta.

La tiranía se quebró. El trono en su interior cedió lugar a una cuna.
Y el rey, por primera vez en su vida, fue sólo un hombre.Un padre.

El amor de un padre no nace de sí mismo, nace en el instante en que deja de ser hombre para convertirse en refugio. Cuando renuncia a la exclusividad de su yo para convertirse en “nosotros” Cuando mira a su hijo y, sin palabras, comprende que ya no es el centro de su vida, sino apenas la sombra que sostendrá la luz de otro.Y lo acepta. No como castigo, sino como redención, no sabe a lo que se enfrenta, al desprecio que se tendrá así mismo cuando vea que lo hizo llorar, cuando sienta que no puede sanar su corazón roto, ser padre le consumirá el alma, pero esa alma, su corazón y todo lo que tiene jamás será más importante que su propio hijo.

El rey —ese hombre forjado en ambición, en sangre, en acero— lo entendió al sentir el peso diminuto de su hijo en los brazos. Nada de lo que había conquistado:
ni los reinos, ni los aplausos, ni las espadas dobladas ante su nombre, le sirvieron cuando el pequeño lo miró. Y en esa mirada, sin juicio ni temor, se deshizo el orgullo que lo había mantenido erguido toda la vida.

Amar a su hijo no fue un acto. Fue una renuncia. A sí mismo. A sus sueños. A su nombre tallado en mármol. Porque entendió, en el centro de su alma, que la verdadera grandeza no estaba en los estandartes que llevaban su escudo, sino en convertirse en un muro de carne y hueso entre el mundo cruel y esa vida recién brotada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.