Mi amante, el príncipe de jade.

El grito del enemigo

Había sido un día difícil, tantas emociones, tanto dolor, sentimientos de perdida y reencuentros inolvidables, el alma estaba agotada, había acontecido un primer ataque de parte del reino vampírico ha “Alestis” el reino de los celestiales como respuesta al secuestro que Teldrasil había llevado acabo, sus actos no quedarían impunes, aunque Azazel había logrado regresar al ejercito del rey de todo y se había encargado de que no hubiera ninguna baja, es verdad que había heridos, pero ninguno de gravedad, el regente de la guerra se propuso enviarlos en esferas de luz a la tierra y así detener aquel ataque, pero la guerra no se retrasaría por siempre.

La noticia de lo sucedido llegó a oídos de Leonardo he Igorif, Beatriz parecía arder en llamas, estaba furiosa por lo que había pasado y la forma vergonzosa en la que los habían detenido.

—¡Esto es indignante! —dijo una voz de trueno.

La sala de guerra, erguida con columnas de ónix y tapices negros bordados con runas de sangre, se estremeció con el eco del alarido de Beatriz, Leonardo e Igorif se crisparon y supieron que lo que venía no era nada bueno.

—¡¡¡Cobardes!!! —rugió la bruja negra, y su voz se fragmentó en mil ecos, como si una legión de espectros gritaran con ella desde las sombras.

Su furia no era humana. Era visceral, telúrica, nacida en los abismos donde la oscuridad no se atreve a mirar. Su túnica carmesí se agitaba como una llama devorada por el viento, y sus ojos —dos carbones ardiendo— destellaban con un odio que podía fundir el acero más fuerte.

De un gesto torcido por la furia, disparó un relámpago azul contra el gran mapa del frente celeste. El pergamino estalló en llamas azuladas, ennegreciendo las rutas de sangre que sus tropas habían trazado. A cada paso que daba, el suelo se agrietaba con un lamento sordo, como si la tierra misma rehusara contener tanta rabia.

—Nos tomaron por sorpresa ¿Como es eso posible?… —escupió las palabras con asco, como si fueran veneno que le quemaba la lengua—. Nos trataron como niños dormidos. ¡¡¡Ellos comenzaron la guerra!!! ¿Por que se hacen los héroes?

Aulló, y sus aullidos hicieron vibrar las campanas del castillo, aunque nadie las había tocado. Las armas colgadas en las paredes se desprendieron, como si temieran la tempestad de su ira, Las palabras serían más leña a su fuego y Leonardo e Igorif tuvieron que esperar a que se desahogara.

De un manotazo, derribó la repisa de huesos donde posaban los trofeos El cráneo del primer caído rodó por el mármol, y al tocar el suelo, se quebró despavorido como si llorara en silencio.

—¡Se llevaron a los príncipes! ¡Mis nietos! ¡Hicieron llorar a mi hija! —vociferó, con la voz hecha un látigo cruel y doliente. Las sombras se arremolinaban a su alrededor, rosándole los tobillos, trepando por sus brazos como comensales insaciables de su furia.

Sus uñas —largas y negras como garras de cuervo— se clavaron en aquella escultura de mármol. Con una fuerza imposible, la arrancó de su base, la alzó sobre su cabeza como si no pesara más que un suspiro, y la arrojó contra los vitrales de la cúpula. Estallaron en mil fragmentos, y la luz de luna murió al atravesarlos, salpicada de rojo sangre.

Un silencio denso cayó, cortante como una guadaña. Y entonces ella habló, ya no gritando, sino con una calma aún más temible:

—Ellos jugaron con fuego.
Ahora verán lo que significa arder.

—Bienvenida cariño.—le dijo Leonardo acercándose para darle un beso en la mejilla.

—¿Cariño? Esposo mío… ¡no es un buen momento para tener tanta calma! Tengo que ir or mis nietos al inframundo y…

—¡Señor!—Igorif temía que Beatriz le arrancara la cabeza, así que se puso extremadamente nervioso, pero el le hizo una señal de que todo estaba bien.

—Entiendo como te sientes preciosa, pero si destruyes todo el lugar despertarás al bebé.—expuso Leonardo con voz suave y pacífica.

—¿Bebé? ¿De que bebé me hablas?

—Aun con esta tormenta, vino la calma, sin importar cuan corta sea, los reyes merecen disfrutarla.

—No entiendo nada.

Leonardo le contó lo que había pasado, Beatriz no podía creer que sus nietos estuvieran a salvo, que Gia los hubiera salvado, que el rey la hubiese aceptado y sobre todo…ese bebé.

Así que Beatriz corrió abriéndose paso como una gacela en campo abierto, no fue la única que estaba en shock, tocó la puerta con nerviosismo, temblorosa, como si la emoción le recorriera el cuerpo com electricidad.

—Adelante.—Exclamó Lía y cuando Beatriz abrió la puerta, sus ojos se iluminaron con aquella escena, su hija tenía el semblante enriquecido con las emociones que Ban la hacía sentir, estaba amamantando a su bebé y Beatriz se desarmó dejando todo su malestar atrás.

—Lía…

—Pasa mamá, ven, siéntate a mi lado, mira que hermoso es mi hijo, su llanto hizo que me brotara la leche como si estuviera recién aliviada jaja…jamás imaginé que experimentaría esto otra vez…el dolor de perder a un hijo es devastador, estaba muerta en vida, pero ahora tengo a mi Ban en mis brazos, eso me da la esperanza de que volveré a ver a mi Beel…¿verdad que si madre? Si este milagro ocurrió entonces es posible que si me aferro al sueño de reencontrarme con mi hija se haga realidad ¿verdad? Solo me falta ella…expresó Lía entre lagrimas.

—Si mi amor….ella volverá a tu lado y los días malos se apartarán de tu corazón, por ahora disfruta a tu hijo, dale el amor que creíste no podrías darle.

—Mamá…estoy muy feliz de tener a mi bebé…

—Lo sé mi vida, lo sé…

—Pero extraño a Beel…soy una malagradecida…por que a pesar de rebozar de alegría, mi alma solloza con su recuerdo, todos los días, todas las noches me pregunto ¿estará a salvo? ¿Dormirá en una cama cómoda? ¿Estará enferma? ¿Será feliz?….está…..¿esta viva? —Lía temblaba involuntariamente y Beatriz la abrazó para calmar su ansiedad.

—Te amo, te prometo que encostáremos la manera de traer a Beel de vuelta.




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