Mi amante, el príncipe de jade.

Entre las venas

La luna sangraba sobre los campos arrasados, una esfera herida que lloraba silenciosa sobre la tierra rota. En el corazón del Valle Sombrío, donde la niebla se aferraba a los árboles como almas errantes, resonaban campanas forjadas en plata brillante. Campanas que no anunciaban muerte, sino un amor que desafiaba cualquier adversidad, por fin la boda de Galadriel y Calipso se estaba llevando acabo.

Las ruinas restauradas de una antigua catedral, adornada con rosas blancas y enredaderas, servían ahora como un altar sagrado. Sus vitrales centelleantes, reflejaban la luz cálida de antorchas encantadas con promesas de amor eternas. Rosas negras colgaban de los arcos góticos, y el incienso hecho de canela molida y mirra flotaba espeso con elegancia, como si el aire respirara deseo.

Calipso, de ojos como lunas eclipsadas, vestía un manto tejido con delicadeza, su vestido era un encanto y un Belo negro trasparente le cubría el rostro. Esmeralda su familiar sobrevolaba dejando caer pétalos de rosas sobre su recorrido nupcial, haciéndola ver magia. Galadriel, marcado por el nerviosismo y los sentimientos de alegría, portaba un traje gris de ceniza y sal. Sus manos, curtidas por la sangre enemiga, se entrelazaban como si nunca hubieran conocido la guerra. Un elfo de la Guardia Carmesí. Una mujer zombi de la Legión del Alba. Jurados enemigos, ahora eran unos amantes consagrados.

Los pocos asistentes eran testigos silentes: amigos de guerra, soldados que aún recordaban el amor más que al olor de la sangre, todas las fuerzas especiales del rey estaban ahí, honorables y firmes, criaturas del crepúsculo con ojos como espejos rotos, también se encontraban sus damas de honor con vestidos verdes como las esmeraldas, Beatriz era su dama elegida, la mujer que tanto admiraba la llevaba del brazo para entregársela a su amado, Almond había sido escogido para dar unas palabras en honor a los novios, bendijo la unión con un discurso hermoso y lleno de anécdotas dignas de unos compañeros de batalla.

Babani caminaba detrás de ella con flores, al igual que Gia y Lía, a quienes no les importaba su rango, ellas sonreían alegres para ella.

Galadriel no pudo contener las lagrimas, al verla vestida de novia, se conmovió profundamente.

—Que hermosa.—pensó el elfo al verla tan elegante, parecía una princesa, era sin duda la flor más bella.

Calipso alzó la mirada y sus ojos se unieron en una danza visual de admiración y plenitud.

El primer beso selló un juramento más fuerte que la lealtad al trono. Un pacto entre dos almas que eligieron amarse, incluso si al amanecer no les garantizaba una eternidad juntos, porque el amor, en su forma más pura y brutal, no conoce la desesperanza. Solo sabe resistir.

Y mientras en Alestis los ejércitos se alineaban, en ese rincón perdido del mundo, nació una esperanza. Una unión que tal vez no sobreviviera al alba… pero que esa noche, bajo la lluvia de cenizas y estrellas caídas, fue más real que cualquier victoria.

Después de la ceremonia, tuvo lugar la celebración, el rey les mandó vino como cortesía, además de que él les regaló todo el banquete, además de esto, como regalo de bodas les regaló unas tierras para que pudieran aceptare cuando dic dieran formar una familia.

—Felicidades a los novios, hacen una pareja increíble, sabía que terminarían juntos, del amor al odio solo hay un paso jeje.—les dijo Lía mientras los abrazaba.

—Alteza, es un honor que haya asistido a nuestra humilde ceremonia, dígale al rey que estamos agradecidos por su generosidad.—expresó Galadriel con una reverencia.

—Mi esposo reconoce su esfuerzo, le tiene una gran estima a sus soldados, arriesgan sus vidas por el bien del pueblo y la familia imperial, nada es suficiente para agradecer su labor.

—Gracias majestad, su calidez se siente aun en los tiempos más fríos.—manifestó Calipso con una sonrisa.

—Me alegra mucho verlos como marido y mujer, aunque fuimos compañeros por poco tiempo, vivimos experiencias inolvidables, además, ver a mi amigo casarse con el amor de su vida no tiene pecio.—sonrió lía con dulzura recordando los momentos que vivió al lado de Galadriel.

—Usted me salvó, me dio una nueva vida, gracias a usted soy el hombre que soy ahora, por que creyó en mí.

—No, eres quienes por tu valentía y gran corazón .

Calipso miró al bebé que Lía cargaba en brazos, era tan bello que sus ojos se iluminaron al ver sus mejillas regordetas y sonrosadas.

—Es hermoso…—dijo en un suspiro, al ser un zombi, sabía que jamás podría engendrar un hijo y Lía le permitió cargarlo y ella se enamoró de esa sensación, la sensación de cargar a un bebé recién nacido.

—hemos pensado en adoptar, queremos tener un angelito en casa muy pronto jeje.—dijo Galdriel sonriente.

—Eso es un acto muy noble, seguro que serán unos padres maravillosos.

—Gracias alteza.

Gia había visto la expresión melancólica en el rostro de Calipso y como trataba de disimular su dolor con una sonrisa rota y desgarrada.

—¿Que le pasa a Calipso? Parece triste…—le preguntó Gia a su madre mientras seguía observando a la novia.

—Aveces no se puede tener todo en esta vida cariño, Calipso tiene la apariencia de una mujer de carácter difícil, pero es dulce y suave por dentro, pero al ser un zombi, no puede tener fruto en su vientre, jamás podrá darle un hijo a Galadriel y eso le pesa mucho, lo rechazó muchas veces por ese motivo.

—¿De verdad?

—Galadriel fue muy insistente, no se dió por vencido, incluso en una de sus ultimas batallas antes de que formalizaran su relación, ella decidió mentirle diciéndole que ya no lo amaba y el permaneció firme en su amor por ella, no había día que no intentara conquistarla de nuevo, hasta que ella se rindió a su amor, a Galadriel no le importó el hecho de que Calipso no pudiera tener hijos, le dijo que ella era mejor que cien hijos y le propuso matrimonio.

—Es triste y hermoso a la vez, solo el verdadero amor sobrevive a los obstáculos.—exclamó Gia entre suspiros.




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