Mi amante, el príncipe de jade.

Pactos y juramentos

Berea se había ganado la admiración de todos los caballeros presentes, incluyendo la de Arial, Emm y Eren quienes habían bebido tanto que el piso se les movía, Aspen y Gia regresaban juntos de la mano y una vez que vieron a sus amigos en ese estado se quedaron en shock.

—¡Berea! ¿Estás bien? ¿Pero que les pasó? ¿Por que parece que un tornado arrasó con todo? —preguntó Gia y en eso, el aroma a licor les impregnó la nariz a ambos.

—¡Alteza imperial!—todos se pusieron de pie como pudieron y muchos se fueron de boca al tratar de hacerle una reverencia.

—Agg…déjenme adivinar, hicieron una competencia para ver quién era el mejor bebedor ¿quién ganó?

—Ella….

—¿Qué?—Gia y Aspen voltearon a ver a Gia y esta tenía hipo y las mejillas rojas.

—Buenas…noches…altezas…jiji ¿vienen de darse amor? Jejeje….-—les dijo Berea callándose de borracha he inmediatamente Arial le tapó la boca.

—Arial ¿tu también bebiste? —Gia se acercó a él y este sonrió diciendo que no esta tan mal como Berea.

—¡Eren! ¿Que pe asó? ¿Por qué está sangrando tu pecho?—le preguntó Aspen al verlo desaliñado.

—Perdió ante mi y tuvo que marcarse el pecho con mi inicial jiji.

—Cierra la boca borrachita jeje…—Arial volvió a taparle la boca y Berea se le recargó por que ya no podía ni con su alma.

—Alteza, es un honor contar con su presencia.—dijeron al unísono Calipso y Galadriel, Aspen se sentía apenado de que les hubieran arruinado su boda, aunque ellos se habían divertido mucho con el espectáculo.

—Lamento lo sucedido, estoy seguro que estos ebrios no dudarán en limpiar su desorden.

—No se preocupe por eso majestad, nuestros amigos nos han dado una velada inolvidable, es una lastima que debamos dejarlos, pero ya sabe que es nuestra luna de…—Calipso le dió un codazo a su esposo y carraspeó la garganta.

—Le agradecemos a usted y a sus padres la generosidad que nos mostraron, larga vida al príncipe heredero y así vinculo.—pronunció Calipso con elegancia.

—Deseo que su matrimonio sea fructífero y su descendencia sea igual de valiosa que ustedes, que tu vientre pueda engendrar a una bruja poderosa o aun guerrero invencible.—les dijo Aspen con amabilidad.

—Lamento decepcionarlo su alteza, pero mi vientre es estéril, aun que soy un zombi perfecto (un cadáver que después de muerto no se pudre) no puedo albergar vida en mi vientre…—confesó Calipso apretando los labios.

—Aun así agradecemos su bondad majestad.—añadió Galadriel con una sonrisa ligera.

Al escuchar esto, Gia dio un paso al frente y tomó la mano de Calipso y con dulzura le pidió hablar con ella a solas.

—Ahora que lo recuerdo, no te he dado tu regalo, me gustaría dártelo en privado, es un detalle sorpresa para ambos ¿puedo robarme a tu esposa un momento?—le preguntó Gia a Galadriel y el aceptó.

Lejos del bullicio de la fiesta, más allá de los caminos floreados y los candelabros brillantes, Gia condujo a Calipso por un sendero oculto entre ramas antiguas y flores que solo florecían a la luz de la luna. El viento murmuraba en voz baja, como respetando el silencio sagrado del momento. La noche envolvía todo en una calma hechizada, mientras las estrellas parecían inclinarse, expectantes.

Llegaron a un claro donde la hierba crecía suave y plateada. Allí, la bruja de la mente se volvió hacia su mentora: su piel ceniza entre pálida y grisácea, sus ojos apagados, su cuerpo reanimado por hechicería, pero su alma viva, amorosa, intacta. La tomó de las manos, con esa ternura que solo Gia transmitía y le habló:

—Has sido guardiana de muchos, cuidadora de todos los que nadie quiso. Tu amor no conoce barreras, y tu lealtad ha sido más firme que cualquier conjuro. No hay duda en mí: serías una madre maravillosa. No porque puedas dar vida... sino porque sabes sostenerla, protegerla, amarla.

—Mi señora…sus palabras son un consuelo para mi codicioso corazón, añoro más de lo que puedo poseer.—expresó Calipso entre lagrimas y bajó la mirada. En su pecho se agitaba un deseo enraizado, más profundo que los conjuros, más doloroso que la muerte misma.

Entonces, Gia se inclinó con suavidad. Apoyó su mano sobre el vientre frío de su mentora, donde la carne no palpitaba ni soñaba. Cerró los ojos y murmuró palabras en una lengua que no se hablaba desde hacía siglos. La magia no estalló ni rugió: fue como un susurro de agua en el desierto, una brisa en el rincón más estéril del alma.

El vientre se calentó. La muerte cedió sin irse. Y la vida, tímida, volvió a tocar la puerta de su matriz.

La zombi no cambió: su piel siguió gris, sus ojos velados y románticos. Pero algo en su interior floreció. Por primera vez en su no-vida, una lágrima rodó por su mejilla. No era de tristeza. Era de esperanza.

—Ahora puedes soñar con ser madre—dijo la bruja, con una sonrisa quebrada por la emoción—. Y tus sueños podrán latir cuando tu vientre comience a abultarse.

Calipso no podía creer lo que escuchaba, pero lo sentía, sus ojos se llenaron de emoción, sonreía a medias por que los pucheros por el llanto le ganaban.

—Mi señora…¿acaso yo….podré ser madre?—preguntó para quitarse toda la duda.

—Lo serás cuando te sientas lista.—afirmó Gia mientras la abrazaba y añadió.—feliz regalo de bodas.

—Muchas gracias alteza…jamás tendré como pagarle…

Por otro lado…

La luna colgaba alta y gorda sobre el borde del bosque, derramando su luz plateada sobre las copas de los árboles y sobre el claro donde tres figuras reían sin contención. Habían huido de los pasillos de piedra, de los salones silenciosos y de las miradas que todo lo juzgan. Aquí, bajo el cielo abierto y con la hierba fría bajo los pies descalzos, podían ser simplemente ellas.

Minerva e Isabela llevaban camisones de seda que atrapaban la luz como el agua atrapa el sol. Tenían el cabello suelto, las mejillas sonrosadas, más por el vino que por la sangre, y reían con esa risa medio elegante, medio salvaje, que solo sale cuando una está peligrosamente feliz, incluso se oían graznidos y seguido de eso una tos por tanto reír.




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