Mi amante, el príncipe de jade.

Una rosa roja y una rosa negra

La mujer que me causaba tanta intriga me había mandado llamar, ni siquiera había sentido las uñas de Silfri enterrarse en mi antebrazo, el solo echo de pensar que volvería a verla me tenía llena de una curiosidad molesta, deseaba hacerle tantas preguntas, quisiera saber por que su presencia me causa tanta melancolía, es como escuchar una sinfonía depresiva, mi corazón se encoge como si sintiera una tristeza infinita y a su vez, no puedo dejar de mirarla, por que su apariencia es la belleza misma de la muerte y lo desconocido.

—Apresúrate, caminas muy lento para ser una loba, muévete, no quiero hacer esperar a mi ama.—le decía Silfiri con enojo.

—Me da mucha pena escucharte, pasaste de ser alguien importante a una esclava.

—¿Mira quién lo dice ¿acaso tu no lo eres? Hipócrita.

—Mi Principe me ama, él no me obliga hacer cosas malas.—le dijo Carin mientras le lanzaba una mirada fiera.

—Eres una descarada, esa altivez te la podría bajar de una bofetada, no sé por que mi ama esta siendo tan condescendiente contigo, eres de esas chicas que fingen ser dulces pero en el fondo son unas zorras vivaces¿eres así verdad?—le preguntó Silfirí mirándola con desprecio.

—Yo no soy como tú.

—Jajaja, ya entiendo, sé por que estás tan enojada ¿te molestó que tu príncipe no correspondiera a tus sentimientos lobita?

—¿Qué? —Carin se crispó con aquellas palabras y frunció el ceño.

—¿Por que esa cara? Jaja escuche un par de cosas, el hechizo de ocultación de mi ama es tan efectivo que tu querido príncipe no ha podido dar contigo, pude escuchar algunas cosas interesantes desde la cómoda noche, cosas como “te amo, pero no como amo a la bruja de la mente” jajaja o “lamento no corresponder a tu sentimientos”

—Eso no fue lo que dijo…—expresó Carin avergonzada.

—Estoy parafraseando tonta.

—No tenías derecho a escuchar nada…—expresó Carin aparentando los dientes.

—En todo caso, no me fastidies con tus comentarios sobre mi vida y lo que supuestamente sabes de mí, puedes dejar tu lastima aun lado, he conseguido algo mejor que una corona y eso no lo podría comprender una mocosa como tu.

—No importa lo que digas, seguirás dándome lastima.—replicó Carin con molestia.

—Cállate o te rompo la boca, bien podría aguantar un regaño de mi ama, pero valdrá la pena la desobediencia.

Bajo la sombra espesa de un árbol viejo, cuya corteza hendida parecía llorar savia negra, la reina abisal aguardaba. Su figura, inmóvil y solemne, era la de una diosa caída, tallada en sombras. Llevaba un vestido de seda negra que se deslizaba como humo venenoso sobre su piel pálida. Los brazos cruzados sobre su pecho no hablaban de paciencia, sino de sentencia. Había en ella una belleza tan perfecta como antinatural, una hermosura regia que rozaba lo espectral.

No necesitaba hablar. Era como si las tinieblas la hubieran moldeado, como si el crepúsculo se hubiese resignado a tomar forma humana. Sus ojos verdes, fieros, imposiblemente brillantes ardían en su rostro como dos luciérnagas atrapadas en la eternidad de una cripta.

Cuando Silfiri se inclinó reverente para anunciar su llegada le dijo:

—Ama, la prisionera está aquí.— Nara alzó la mirada. Fue un gesto leve, pero en su quietud había una violencia latente, como si el simple movimiento del cuello pudiera desatar tormentas.

Sus ojos se cruzaron con los de Carin. Y en ese instante, el mundo pareció detenerse.

La joven loba sintió cómo algo gélido y afilado le atravesaba el pecho: no era acero, sino una suerte de espada invisible, tejida con la esencia misma del pavor. No hubo sangre, solo la certeza de haber sido marcada, poseída por una presencia antigua, ajena, que reinaba no solo sobre el cuerpo sino sobre las almas. La reina del abismo no sonrió. No lo necesitaba. Su sola mirada era un decreto.

Nara desvió la mirada hacía la tela manchada de sangre, entonces se dió cuenta que el agarre de Silfiri había sido fuerte y grotesco.

—Silfiri, ven aquí.—exclamó Nara y ella se estremeció, pensó que la golpearía por primera vez o que la castigaría delante de Carin por haberla rasguñado, así que se acercó con la mirada en el suelo apretando los dientes, pensando que sería avergonzada.

Una vez que Silfiri estuvo frente a su ama, Nara tomó un extremo de su manga y comenzó a limpiarle la mano, este gesto confundió a Silfiri.

—Ten más cuidado para la próxima, recuerda que te pedí encarecidamente que no la lastimaras.

—He, sí, lo lamento…

—Ve a descansar, come algo, yo me encargaré de ella.

—Pero es una necia, la sacará de quicio, necesita que le jalen las riendas y…

—Estoy segura de que no causará problemas ¿no es así?

Carin no dijo nada, cuando Nara le hizo una señal con la mano para que se acercara, ella caminó sabiendo que sería mejor mantenerse a ralla.

—Acércate más no te haré daño.—Carin frunció el ceño y dio unos pasos más, pero al verla tímida, Nara la jaló del brazo hacía ella.

—¿De verdad no quiere que me quede? —insistió Silfiri y Nara le dijo que se fuera y entonces ellas se quedaron solas.

La tarde rojiza en la estancia era densa, casi tangible, como si respirara con vida propia. Una única antorcha chisporroteaba en la pared de piedra, proyectando sombras alargadas que danzaban al ritmo de un fuego cansado. La reina del abismo estaba de pie frente a la prisionera, más cerca de lo que el miedo hubiera permitido, tan serena como el filo de una guadaña recién afilada.

La herida en el antebrazo de la loba blanca aún sangraba, roja y sucia, como una promesa rota. El dolor palpitaba con fuerza bajo su piel, pero ella no osaba moverse, atrapada entre el espanto y la fascinación. La reina alzó una mano blanca, impecable, como esculpida en mármol nocturno, y la posó sobre la carne abierta con una suavidad inquietante.

Entonces ocurrió.

De entre sus dedos surgieron dos figuras serpentinas, hechas de una sombra líquida que parecía reptar más allá de la materia. Las pequeñas bestias oscuras silbaron un cántico sordo y se abalanzaron sobre la herida y mordieron.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.