Mi amante, el príncipe de jade.

Melancolía

Carin se quedó en silencio. Las palabras se deshicieron en su boca como ceniza. Ninguna pregunta, ninguna defensa, ningún reproche pudo alzarse contra la marea que acababa de escuchar. La reina oscura seguía de pie, erguida como una estatua esculpida en noche, inquebrantable, intacta. Ni una lágrima se deslizó por su rostro. Ni una. Y, sin embargo, algo en ella dolía como si estuviera rota desde dentro, como si cada palabra que había pronunciado hubiese sido arrancada de su alma con garras.

Pero no fue la reina quien lloró. Fue la prisionera.

Sin entender cómo ni por qué, sus ojos comenzaron a humedecerse, primero como una niebla tibia que le empañaba la visión, luego como una lluvia inevitable que cayó en silencio sobre sus mejillas. Lágrima tras lágrima, sin un sollozo, sin un gesto que la traicionara. Lloraba no por miedo, ni por sí misma, sino por ella… por la mujer que tenía enfrente. Por la herida invisible que se arrastraba detrás de sus palabras. Por ese dolor inmenso que nadie más parecía haber visto, ni escuchado, ni abrazado.

Una pena profunda le caló el pecho, se le clavó en la garganta como una estaca de duelo. Era una tristeza punzante, de esas que no vienen del presente, sino de un eco que se arrastra desde otros siglos, desde otras vidas. Se sintió pequeña, insignificante, testigo de una tragedia que la excedía. Y, aun así, no pudo apartar los ojos.

Nunca había llorado por otro ser como ahora.
Nunca había sentido ese peso compartido, esa compasión sin razón, sin lógica, sin defensa.

La reina oscura no se movió. No la miró.

Pero en el silencio que se extendió como un velo, ambas supieron —sin necesidad de palabras— que algo había cambiado. Que entre la sombra y la lágrima, algo había nacido.

No confianza. Tampoco perdón. Pero sí… un reconocimiento. Un vínculo forjado en el abismo.

—No pienso hacerte ningún daño, en estos meses te lo he dejado claro, no te elegí por algo en especifico, si no hubieras sido tu, abría sido el príncipe, pero no quise causar un dolor de madre, fue eso y muchos sufrimientos más lo que me engendraron, yo jamás crearía un ser como yo, tan desdichado y sin alma, así que puedes estar tranquila, no lastimaré a ninguno de los hijos de tu reina, ni así esposo, ni a ninguno de sus seres queridos, solo quiero encararla a ella.

—¿Dices…que naciste del dolor de su majestad? ¿Como es eso posible? ¿Como la tristeza y la desesperanza, la amargura y el resentimiento pueden hacerse mujer? Eres de carne y hueso, es mentira que digas que no tienes alma cuando sientes tantas cosas…

—Será mejor que regreses a tus aposentos, la conversación terminó.

—Pero…

—¡Guardias! —Nara llamó a su escolta y les ordenó que se llevaran a Carin a sus aposentos y la encerraran, la loba blanca fue llevada a la fuerza, pero su cuerpo se ponía rígido para no irse, pero fue en vano, terminó siendo arrastrada mientras veía alejarse a la figura fantasmal que le había contado sus verdaderas intenciones.

Por otro lado, Eira y Valeska se encontraban hablando sobre la situación de Carin, lo cual los tenía sumamente preocupados.

—Lamento que Aspen esté pasando por esto, sabes que hemos hecho todo lo posible por localizarla, pareciera que se la ha tragado la tierra.—expresó Eira con pesar, él se sentía muy mal por su desaparición pues ella era muy querida por él y su familia, podía ver el dolor y la incertidumbre en sus hijos, después de todo era la hija de sus grandes amigos, Lilith y Vinland.

—Lo sé, igual nosotros, Gia usó su poder para ver el pasado y solo vió el agujero abrirse y a la entidad femenina que se llevó a Carin, después de eso no pudo rastrearla.

—¿Quién se la habrá llevado? Al principio creemos que se trataría de Teldrasil y sus hermanos, pero dices que ni Gia ni aspen sintieron la energía divina, si no más bien oscura, sin embargo, si fue un demonio el que se la llevó, pero no fue ninguno del inframundo.

—¿A que te refieres?—le preguntó Valeska confundido.

—Lo que se llevó a Carin fue un demonio creado.—dijo Lía quién abría la puerta del gran salón y esta acompañada de Gia.

—¿Un demonio creado?

—Hice el hechizo de regresión del tiempo varias veces y al estar en el recuerdo vivido, me di cuenta que Teldrasil no era el causante de su desaparición, solo teníamos la certeza de que se lo había llevado una entidad oscura, pero no había registros de que hubiera sido un habitante del inframundo, esto solo me deja esta hipótesis, que Carin fue secuestrada por un demonio femenino creado.—explicó Gia con seriedad.

—Solo hay una hechicera que puede crear cosas complejas, esta sería la única en su tipo..”una bruja de creación” o una “alquimista” —expuso Lía pensativa y añadió.—no tengo certeza de que sea así pero ya hemos oído hablar de la reina abisal, la misma que crea las abominaciones y arrasa con pueblos y ciudades enteras, esa a quiénes llegaron a llamar la reina de las brujas pensando que era el todo.

Las palabras de la emperatriz dejaron muy pensativos a Eira y Valeska.

—Lamento mucho decirles esto hasta ahora, pero no quería preocuparlos por que ni yo misma sabía que hacer, pero cuando estaba con Gia en los días recientes de la desaparición de Carin, una flecha me rosó el rostro, era un conjuro con una advertencia, la voz fantasmal me decía que si quería a Carin de vuelta, entonces fuera yo en su lugar, sin embargo no supe donde reunirme con aquella voz, después de eso no volvió a contactarme, hable al aire y le exigí manifestarse, pero fue inútil.—expresó Lía con gran pesar.

—¿No quería preocuparnos? Esa cosa esta tras de ti, no debiste guardar silencio ¿y si algo te hubiese pasado? ¿Que tal si esa flecha te hubiera atravesado el corazón? Haz estado sin protección todo este tiempo.—exclamó Valeska con molestia.

—No estoy expuesta, llevo un hechizo de protección, no va a pasarme nada malo.—dijo Lía revelando su escudo para tranquilizarlo.




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