Mi amante, el príncipe de jade.

Inevitable

Aquel gesto fue el enrosque final de una asfixia disfrazada en abrazo, la serpiente por fin había dado su mordida más letal, sus colmillos esparcieron el veneno sobre el alma moribunda de la reina del abismo, jamás se había sentido tan dichoso, nunca había disfrutado tanto del poder de sus palabras, el enemigo se había aliado de la forma más cobarde y más ruin de una hechicera poderosa, alguien que sería su boleto dorado, que le abriría el camino para su golpe final, Teldrasil quería que ella acabara por lo menos con Lía, la caída de un titán le daría ventaja sobre sus enemigos.

Aquel tiro de fecha había sido la invitación a una batalla inevitable, la reina del abismo estaba lista para encarar a la titán que le había causado tanto dolor.

Mientras esto sucedía, un mayordomo le fue a informar a Nara lo que había sucedido con Carin y como había salido sin permiso ni custodio de sus aposentos designados, ella se fue de paso con el semblante sombrío.

—¿Mi señora? ¿Irá a castigarla usted misma? ¿Quiere que la señorita Sílfire se encargue de ella?

—No es necesario, la veré más tarde.

—Pero…

—Preparen un ejercito de cinco mil hombres, coloquen las banderas de guerra, este listos para salir a primera hora, el ejercito del rey de todo está en camino.

—¿Tan rápido?

—No teman, crearé un ejército de descarnados tan numeroso que no se darán a basto, el reino élfico cuenta con mi protección.

—Como ordene mi señora.

La reina del abismo se fue erguida, con la mirada al frente, no parpadeaba, no tambaleaba, tampoco había duda en sus acciones, ella no conocía el miedo a la batalla, su cuerpo estaba preparado para darlo todo en ese enfrentamiento y mientras el reino élfico se preparaba, Nara se dirigió hacia el gran salón donde la esperaba Silfiri con su queja.

—Ahora sí no te escapas de su látigo, la reina no perdonará que te hayas escapado.—le dijo Silfiri con un tono amenazante.

—No me escapé, sigo aquí.—le respondió Carin con tranquilidad.

—¿Que te pasó he? Tienes un aire asquerosamente armónico ¿haces yoga o algo así? ¿Tienes paz interior o que? —le preguntó Silfiri entre muecas.

—Me acepté a mi misma, eso es todo.

—Mmm, que raro…

Mientras ellas hablaban Nara entró al gran salón con su presencia imponente ya frió las puertas de par en par mientras sus tacones anunciaban su llegada desde el otro lado, ambas guardaron silencio y cuando Carin vio la expresión sombría de la reina, soltó un suspiro deseando que no fuera demasiado tarde para salvarla de si misma.

—¡Alteza! Le dije que la loba sería un problema, la muy tramposo se saló de los aposentos que le designó y ahora dice que se quedó por su proa cuenta, yo creo que está tramando algo, debería castigarla con severidad para que no vuelva hacerlos hasta que…—Nara la interrumpió con esa voz firme y seductora y se dirigió a Carin diciendo:

—Ya no es necesario que sigas aquí, puedes irte cuando quieras.

—¿Qué? Pero…—Silfiri tenía cara de extráñese y miraba a ambas para intentar a averiguar que sucedía.

—He decidido quedarme, necesito hablar con usted, por favor concédame un poco de su tiempo.

—Ahora te lo estoy dando.—le respondió a secas.

—Por favor alteza, desista de sus deseos de venganza, déjenos ayudarla, mi amigo y yo podemos guiarla en este proceso, sé que debe ser terrible vivir en agonía e incertidumbre, pero si me da tiempo, puedo ayudarla a encontrar su propósito, déjeme acompañarla en su proceso de..

—No necesito tu ayuda, otro celestial ya me ha abierto los ojos confirmando la verdad que tanto me aqueja, llegó el momento de encarar a la bruja que me hizo todo esto, le devolveré toda esta agonía al mil por uno.—expresó Nara con el ceño fruncido.

—¿Qué? ¿Un celestial? ¿Acaso azazel vino averla?

—Teldrasil me ha contado todo, todo sobre los demonios titanes y la verdad sobre esa mujer que me creó con el único propósito de convertirme en el recipiente de su dolor, él me ha mostrado ele amino, solo la muerte puede liberarme de su agonía, la muerte de esa mujer será mi paso a una vida verdadera.

—No…eso no es verdad ¡no le crea nada a ese mentiroso! ¡Lo único que quiere es utilizarte para destruir a los titanes!

—¡Nadie nunca volverá a utilizarme!—gritó Nara enardecida.

—Alteza..escúcheme…

—Ya es tarde para tus sermones, puedes irte, huye ahora antes de que el alba traiga consigo la destrucción, te dejo en libertad, nadie te molestará en el camino, ordenaré que are den provisiones y una escolta que te ayude a cruzar la frontera, pero si decides quedarte, no me hago responsable si algo llega a pasarte.

—Me rehuso a creer que tenga un mal corazón…si tan solo me dejara ayudarla…

—Vamos Silfiri, debemos prepararnos para la batalla.—la interrumpió Nara de golpe.

—Si señora.

El corazón de Carin se encogió al pensar en todo el caos que esto desataría, quiso buscar a Teldrasil para encararlo y así lo hizo, usó su poder para dar con él a pesar de que había sido muy difícil por lo bien que se escondía.

Por otro lado, en ese espeso bosque alejado del ojo humano donde Teldrasil se mantenía escondido con Beel, ella se encontraba muy preocupada, porque se había olvidado de Ishika y no sabía nada de él desde hacía unos días, Teldrasil estaba visitando a otras criaturas invitándolas a revelarse contra el rey de todo, contaminaba sus mentes y corazones e influenciaba a aquellos que tenían resentimientos con él de los tratos que había tenido cuando era la bruma oscura, por esa razón Beel estaba sola.

—Ishika…¿donde estás? Jamás imaginé que el tiempo que pasé con mi señor en esa esfera de luz sería tanto ¿habrás pensado que te abandoné? O acaso él…—Beel apretó los puños, tenía miedo de que Teldrasil le hubiese hecho algo.

Aquella sospecha la hizo sentir culpable, pero algo en su interior comenzaba a alertarla acerca de la verdadera esencia del celestial al que amaba, así que Beel se colocó una capa dejando de lado su armadura para no llamar la atención y se colocó su mascara para no revelar sus ojos rojos y no alarmar a la gente que la pudiera ver, Beel recorrió los caminos, los alrededores, incluso visitó los pueblos más cercanos en busca de su aprendiz, pero no había rastros de él por ningún lado, no hasta que se atrevió a preguntarle a unos pueblerinos sobre él.




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