Mi amante el villano (libro 3)

Brujas en la hoguera 2

 

La gente se encontraba alborotada, aquel tumulto agresivo y violento tenía como objeto de odio a la nieta del granjero donde Lía y Eira habían ido a pedir alojamiento, era tanta la violencia que si Eira no intervenía la hubiesen matado a golpes, como testigo había un cura de aspecto burdo, con sus expresiones reflejaba la alegría y el placer que le provocaba ver aquel acto repulsivo de violencia he injustica, a sus ojos era un espectáculo que dibujaba una aterradora sonrisa en su rostro, el hecho de ver tanto desprecio contra esa muchacha le parecía excitante.

 —¡Ya fue suficiente! —exclamó Eira interponiéndose entre el gentío y la chica, al ver su interrupción, el cura se enojó tanto que se le salía la baba al hablar.

—¿Quién te crees que eres para entorpecer la justicia de Dios? ¿no te das cuenta de que estas defendiendo a una hechicera? —lo interrogó el cura con las venas de su cien resaltadas.

—¡Así no es como Dios actúa! Se supone que es un mensajero suyo y actúa cobardemente alimentando el odio de estos ignorantes, en sus ojos puedo ver el mal que lo corrompe y hace lo mismo con esta gente. —le dijo Eira furioso.

—¡Katherine! Hija… — dijo el señor Fray quien se ahogaba en angustia.

—Katherine estaba sangrando, la habían apedreado y golpeado, el cabello lo tenía enmarañado y estaba temblando, al ver que aquel extraño la defendía, no lo podía creer, sentía que debía detenerlo, no quería que muriera defendiéndola de algo de lo que no podía comprobar que era inocente, era su palabra contra la del padre Holowar.

—Por favor déjame…deja que me maten de una vez, si te quedas te harán daño, me acusan de brujería, nadie puede salvarme y si intentas protegerme morirás… murmuró Katherine adolorida.

—¿Qué? ¿acaso tú quieres morir? ¿estás de acuerdo con las mentiras de este charlatán? — le preguntó Eira indignado al ver sus heridas.

—¡Miren como conjura al demonio! este debe ser otro brujo que intenta invocar al maligno para traernos desgracias a todos! ¡maten también a ese desgraciado! —gritaba el padre Holowar a voz en cuello.

Era viejo y gordo, calvo y de alma perversa, sus dientes eran tan amarillos y podridos que su aliento era insoportable, lleno de verrugas y lunares llenos de pelos, tan horrible era por fuera como por dentro, aquel hombre de Dios corrompido por sus malos deseos, miraba a las mujeres como objetos de placer y deseo.

 En su cuenta corría la muerte de quince mujeres en menos de un año, asesino, mentiroso y manipulador charlatán, que había traído desgracias a Valle de cobre dese que tomó control de la parroquia dos meses después del antiguo cura.

Holowar acosaba a las mujeres que le parecían atractivas, las miraba de manera morbosa y pervertida, las citaba en el confesonario para tocarlas y obligarlas a satisfacer su bajos deseos, las amenazaba para que estuvieran dispuestas a complacerlo  en todo, se aprovechaba de su necesidad, su vulnerabilidad y su pobreza, si accedían les daba comida, medicamento y perdonaba la vida de sus madres, amigas o hermanas, siempre y cuando se mantuvieran sumisas, pero si se negaban, las acusaba de brujería y morían de la peor manera.

Al fin y al cabo ¿Quién dudaría de un enviado de Dios? En tiempos donde la fe era indispensable para sobrevivir ¿Quién desobedecería a los representantes divinos?

Holowar había asesinado a tantas inocentes que preferían su dignidad a sus chantajes y las acusaba públicamente de ser amantes de satanás, decía que si las dejaban con vida su brujería terminaría corrompiendo a todo Valle de cobre y solo en la hoguera purgarían y expiarían todos sus pecados.

Este hombre era el verdadero villano de la historia, había una entidad extraña, algo parecido a un espíritu demoniaco, pero no era para nada como Eira o Lía conocían en el inframundo, esta cosa solo era la sombra del verdadero mal y no era la primera vez que lo sentían, así como una persona con un perfume fuerte pasa y deja su estela de olor, así era aquella entidad, por donde pasaba, esa estela de maldad se anidaba en el corazón de las personas de mal corazón y las corrompía aun más, aumentando su maldad en todo su esplendor.

Eira y Lía podían ver como Holowar despedía un aroma extraño parecido al azufre y una bruma negra emanaba de su cuerpo, ambos estaban extrañados por no poder identificar que era lo que pasaba.

Aquella bruma tomaba la forma de la maldad, en este caso tomó la forma de un demonio que era una sombra, susurraba cosas extrañas, seduciendo a sus portadores, dándoles todo lo que pedían a cambio de que fueran tan malos y perversos como para destruir la vida.

Esta entidad, le propuso un trato a Holowar, a cambio de darle rienda suelta a sus deseos y hacer mucho daño, él lo haría ver como un hombre piadoso de la verdad, le daría la razón para que nadie dudara de él.

Lo que el ente hacía, era que en las madrugadas se aparecía en la plaza y tomaba la forma de las difuntas que habían sido asesinadas por Holowar y el pueblo, una vez que lo hacía, sacaba fuego de las manos y de la boca lanzaba sangre y todo tipo de maldiciones profanas, mataba animales, gallinas, perros, gatos y anunciaba públicamente que eran brujas.

Por eso Valle de cobre estaba lleno de miedo, por todos los horrores que veían por culpa de esa cosa perversa y extraña que de manera burlona tomaba la forma de las mártires.

—Por favor…si sigue cubriéndome, también saldrás herido. —exclamaba Katherine entre lágrimas.

—Es obvio que esta mintiendo, sabemos que no eres una bruja, si dejas que este desgraciado se salga con la suya, dejarás a tu abuelo desamparado ¿eso es lo que quieres?

Katherine miró a su abuelo y al verlo lleno de impotencia, deseo aferrarse a la vida con todas sus fuerzas.

—No puedes resignarte a que te arrebaten la vida de esta forma, no cuando tienes a alguien que depende de ti. —le dijo Eira con seriedad.




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