Mi amante el villano (libro 3)

Un pacto secreto.

 

Lucia no podía verlo a los ojos, quería salir corriendo de ahí, no tenía idea de que su madre ya le había contado a Reynar sobre la muerte de Laila, no sabía por donde empezar, no quería que terminara odiándola, así que, aunque caminaban juntos, ella guardaba su distancia.

—¿Sigo cayéndole mal? Esta a unos pasos de guardar dos metros de distancia, es evidente que no me soporta. —se dijo Reynar así mismo y suspiró mientras añadía. —Lamento hacerte venir aquí, solo quería saber como estabas, pero veo que mi presencia te pone muy incómoda, me alegra que te hayas reencontrado con tu madre, si necesitas algo, no dudes en buscarme. —Reynar sonrió ligeramente mientras se alejaba, pero Lucia lo detuvo.

—¡No es eso! no se trata de ti… —exclamó Lucia agarrándose el pecho, preparándose para todos los insultos que venían.

—¿Entonces por que te escondes de mí? Ni siquiera me miras a los ojos, se que no somos amigos, pero…

—Laila murió…no sabía como darte la noticia, pero fue mi culpa…debí ayudarla, hacer algo al respecto, tratar de ahuyentar al monstruo no se…ser menos cobarde. —las lagrimas salieron incontrolables del rostro de Lucia.

—Si hubieses hecho eso…abrían muerto las dos. —expresó Reynar con tristeza.

—¿Ya no sabías? —le preguntó Lucia confundida.

—Tu madre me lo dijo unos días después de su llegada.

—Lo siento Reynar…perdóname…se que ustedes…que tú… —Lucia se tapó el rostro y lloró amargamente. —insúltame si quieres, empújame, dime algo, no merezco otra cosa, pude haberla salvado o pude morir yo en su lugar, al fin y al cabo, su vida era más valiosa que la mía, entenderé que me odies con toda el alma…

De pronto, Reynar la tomó del brazo y la jaló hacia él pegándola a su pecho y la abrazó dejándola absorta.

—Deja de decir tonterias, jamás podría odiarte, la muerte de Laila me dolió profundamente, es verdad que sentía algo por ella, me hubiese gustado que tuviera un futuro diferente, aunque yo no estuviera en el, pero murió salvándote la vida, estoy seguro de que ya no eres la misma chica de antes, se te nota en la cara y en el dolor que guardan tus ojos, deja de decir que hubieses preferido morir tu también, eso no tiene ningún sentido.

—Lo siento tanto…—Lucia se desahogó en los brazos de Reynar y se refugió ahí hasta que su corazón descansó.

—¿Ya estas mejor? —le preguntó él tratando de verle la cara, pero Lucia se lo impidió sumergiendo la cabeza en su pecho con fuerza mayugandolo —¡Auch! —expresó Reynar adolorido.

—Ni se te ocurra verme ahora, siento los ojos muy hinchados. —externó Lucia entre pucheros.

—¿Entonces te sigo abrazando? —le preguntó Reynar sin saber que hacer.

 Lucia al darse cuenta de que se estaban abrazando se llenó de vergüenza y lo aventó para entonces salir corriendo.

—¡No te atrevas a seguirme! —gritó ella con la cara completamente roja.

—¿Qué le pasa a esta mujer? Ella fue quien no se despegaba. —exclamó Reynar frunciendo el ceño.

De pronto, Osmar le salió al encuentro y comenzó a burlarse de él, pues hacia rato que los estaba espiando.

—Ay si, ven a llorar entre mis pectorales definidos jiji, déjate consolar por mis brazos fuertes jajajaja.

—¿Osmar? ¿Qué diablos haces aquí? ¿me estabas espiando? —lo interrogó Reynar ruborizado.

—Ay pequeña Lucia, déjame limpiarte las lagrimas y darte un besito, mua, mua, bebé. —Osmar se agarraba la mano y la besaba para burlarse de él.

—¡Deja de hacer eso chismoso! ¡Estas equivocado! ¡lo estas mal interpretando todo!

—¡Ay! Era broma jajaja.

Reynar comenzó a perseguir a Osmar con un palo de madera y así se perdieron de vista, por otro lado, Ginebra y Magnolia caminaban por el campo verdoso tranquilamente, Magnolia debía encontrar el momento perfecto para plantearle la posibilidad de adquirir la perla a cambio de darle información sobre sus hijos, pero le estaba siendo más dificil de lo que creía, por que Ginebra era una mujer muy dulce y amable y le daba pena sobornarla.

—¿Por qué mira a todos lados? —le preguntó Magnolia a Ginebra al verla tan nerviosa.

—Nadie nos esta prestando atención ahora, ven, perdámoslo de vista.

—Eh, si… —Ginebra y Magnolia se fueron entre los árboles y ahí Ginebra se sintió con más libertad.

—Listo, ya estamos solas, seré sincera contigo, la verdad por la que te pedí este tiempo, es para preguntarte sobre mis hijos, por favor dímelo todo, hasta la cosa más insignificante y simple, quiero saber que hacen en sus tiempos libres, que preferencias tienen, si son felices, si los tratan bien, si de casualidad se han enamorado, como es su carácter, cuéntamelo todo. — le dijo Ginebra mirándola con intensidad.

—¿Qué tan honesta puedo ser yo con usted? ¿Qué tan confiable puede llegar a ser? —le preguntó Magnolia clavándole la mirada.

—Te prometo que lo que me digas quedará solo entre tu y yo.

—Necesito que me lo jure, porque lo que le voy a decir puede poner mi vida en peligro si se lo cuenta a otra persona, no importa si se trata de su esposo, júreme que, si acepta mi propuesta o la rechaza, no le dirá a nadie lo que le dije.

—¿Qué pasa? ¿Por qué tanto misterio? ¿mis hijos están bien?

—La razón por la que vine no solo fue para recuperar mi humanidad, deseo someterme a la abstinencia por que planeo tener un hijo del príncipe Emir, deseo darle decendencia.

—¿Qué?

—No puedo hacerlo ahora por que usted sabe bien que los vampiros somos estériles, necesito convertirme en humana para poder embarazarme de él, es mi sueño más grande.

—Pero…no es una garantía que sobrevivas a la abstinencia ¡es muy peligroso! ¿mi hijo no te echó del castillo verdad? No te abandonó…Emir no es así.

Cuando Magnolia vio que Ginebra creía en el buen corazón de Emir, supo que estaba con la mujer correcta y que solo ella podría ayudarla en su plan.




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