—¿Ya puedo?—Suplica Madison, mirándome con ojos de cachorrito y haciendo puchero.
—No.
—Solo uno pequeño.
—Dije que no.
Ella suspira decepcionada,— No entiendo por qué no me dejas, es un imbécil.
En el baño de chicas, Madison está apoyada sobre la pared, sus piernas cruzadas y su mirada en mí, mientras yo estoy sentada sobre los lavabos, abrazandome las piernas y metiendo mi cabeza entre mis rodillas.
Vinimos aquí durante el receso porque necesitaba contarle lo sucedido luego del discurso sin que Mason estuviese por ahí y durante 5 minutos ha estado preguntándome si puede ir a golpear a Christian.
—Porque su lindo rostro no tiene la culpa de que sea un imbécil.—Le digo, sin sacar mi cara de entre mis piernas.
—¿No?, seguro se cree mucho porque sabe que es guapo.— Reprocha Madison, sentándose a mi lado y dándome un abrazo.
—No puedo creer que me haya tratado así.
—Eres demasiado buena para seguir embobada por ese idiota.—Me consuela, corriendo un mechón de mi cabello detrás de mi oreja.
Yo solo puedo sonreírle pero me duele.
Duele la forma en la que lo dijo y duele aún más enterarme después de 4 largos años el idiota que realmente es. Creí que sabía qué tipo de persona era, porque más allá de que me atrae, lo admiraba. Creía que era una persona buena y merecedora de toda la atención que el instituto le brinda, pero había tanta frialdad en esos ojos azules que me encantaban.
Realmente me encantaban.
—Ya,— Dice Madison, sacandome de mis pensamientos.—Sé que te hará sentir mejor.— Se baja del lavabo, tomando mis manos y haciendome bajar también.
—¿Qué?
Ella sonríe,— Tu sabes qué.
Levanto una ceja confundida y ella estira de mi brazo, obligandome a salir del baño. Caminamos por los pasillos hasta salir fuera del Instituto.
—¿A dónde vamos?— Cuestiono, aún siendo arrastrada.
—Ya verás.
Caminamos por el patio de atrás del Instituto donde hay varios alumnos disfrutando de su almuerzo sentados en los bancos que hay esparcidos por aquí. Seguimos caminando hasta que puedo ver las canchas de básquet. Nos detenemos y Madison me suelta.
—Taran.—Dice mientras abre sus brazos, mostrándome la cancha.
—Sigo sin entender tu punto.—Le digo, cruzandome de brazos.
—¿No lo recuerdas?— Me da la espalda y toma un balón de básquet que había en medio de la cancha.
Niego con la cabeza y Madison voltea sus ojos. Se posiciona en el centro del lugar y posiciona sus brazos y manos alrededor del balón, inhala profundamente mientras cierra los ojos por un segundo para luego abrirlos y mirar al aro molesta.
—¡Malditos cordones de tampón!— Grita y luego tira el balón, encestado un tiro limpio al aro.
Abro mis ojos sorprendida viendo a mis alrededores, confirmando que no hay nadie cerca para escucharnos.
—¿Qué haces?—Le pregunto acercándome a ella.
—Terapia vía básquet.—Me guiña un ojo y eso me hace entenderlo todo.
Madison y yo tenemos un tratamiento contra el estrés o cualquier cosa que nos hiciera sentir mal, lo llamamos "La terapia vía básquet". Cada vez que nos sintamos mal tomamos un balón de básquet e insultamos lo que nos molesta en ese momento, luego encestamos y si entra en el aro, significa que el problema dejará de angustiarnos.
Sonrío,— Cómo pude olvidarlo.
—Tanto tiempo acosando a un tarado te hizo olvidar cosas.—Bromea, yendo a buscar el balón para entregarmelo,— Puedes seguir tú, yo tengo que hacer algo, pero te veo en clase.
—¿Qué haría sin ti?
—Para eso estamos las Madison.— Me da un pequeño abrazo y se va corriendo, dejandome sola en esa cancha de básquet, alejada de los alumnos.
Miro el balón por unos segundos entre mis manos, moviéndolo. Luego echo un vistazo a mi alrededor para comprobar que no haya nadie mirando desde las pequeñas tribunas a los costados de la cancha.
—Estúpida preparatoria.— Digo en alto para luego lanzar el balón, el cual entra perfectamente en el aro.
Me dirijo hacia él y lo tomo para volver al centro de la cancha.
Lo reboto un par de veces mientras pienso en todo lo que me molesta e inquieta. Tengo una lista pero no es tan grande, realmente tengo tolerancia a todo y es tanto una bendición como un castigo, se podría decir.
—Maldito corazón.—Digo, más alto que antes, posicionando una de mis piernas más adelante que la otro, flexiono mis piernas y tenso mi brazo derecho, con el que sujeto la mayor parte del peso del balón mientras que con el otro brazo apunto. Lanzo, encestando nuevamente.
Corro a por el balón una vez más y me dirijo un poco más atrás del punto central de la cancha rebotando el balón.
—Había olvidado lo bien que se sentía esto,—Me digo a mi misma sonriendo.—Siento como todo mi estrés se va.
Siento satisfacción ante mi juego cuando su cara invade mi mente y su voz hace eco en mi cabeza.
No me interesan los sentimientos que tengas hacia mí.
Mi corazón se arruga y mis ojos arden mientras intento contener las lágrimas, después de recordar el momento en el que mi amor de preparatoria me rompió el corazón.
La terapia vía básquet sirve para estrés y corazones rotos, así que adelante.
Me permito llorar en silencio mientras inhalo y posiciono mis brazos para volver a encestar. Sonrío sintiendo las lágrimas rodar por mis mejillas y durante un segundo pienso las palabras correctas para desahogarme.
—Querido Christian Harrison,— Sonrío.—¡Ya no quiero ser tu maldita Anastasia Steele!— Grito con todas mis fuerzas, sin importarme que alguien escuche desde lejos y luego tiro el balón.
La pelota impacta a un costado del aro, rebotando hacia las tribunas de la cancha. Mi mirada la sigue frustrada por no haber encestado y cae detrás de los asientos, atravesandolos.
—Al parecer no veo que estés de mi lado.—Digo mirando hacia el aro molesta, luego vuelvo a ver a las tribunas vacías y camino hacia ellas derrotada por mi suerte.