Mi Amor de Secundaria

Capítulo 37.— La razón

Christian Harrison.

El hospital se veía tan desierto a estas horas.

Caminé por los pasillos blancos en pasos largos mientras que metía mis manos en los bolsillos de mi pantalón y luego las sacaba, las metía y las sacaba otra vez, así sucesivamente debido al nerviosismo que venía sintiendo desde la llamada de mi padre luego de salir con la chica que me vuelve loco desde hacía tiempo.

Algo ocurrió con mi madre.

Me sentía realmente alterado, angustiado y preocupado. El simple hecho de imaginar algo malo ocurriéndole a la mujer que me dio la vida, que me dio cariño y que hizo tanto por mí me sacaba toda la calma y tranquilidad que me era posible mantener.

Doble en la esquina de uno de los pasillos y allá, al final, estaba mi padre, sentado en una de las sillas pegadas al suelo y contra la pared. Vestía uno de sus trajes formales, de esos que siempre suele usar debido a sus muchas horas de trabajo en la agencia.

Rara vez llego a verlo con ropa normal, siempre eran pantalones negros, camisa blanca, chaqueta negra y una corbata que resaltara sin ser vulgar. Luciendo así, era el típico hombre al que habría mucho que envidiar. Y así era porque todo el mundo solía juzgarlo como a la mayoría de los libros.

Solo se fijaban en su portada primero, jamás en su contenido.

Al llegar, él se levantó de su asiento y me miró con preocupación, casi pude sentirlo tan asustado como yo, pero no lo creía, ¿cómo podía sentirse preocupado por la mujer que engañó y dejó tirada en un hospital luego de enterarse de su intento de suicidio?

—Hijo.—Susurró, acercándose a mí para abrazarme. Lo dejé hacerlo pero no se lo devolví. Cuando me soltó, miró hacia la puerta de nuestro costado.

—¿Está ahí?—Le pregunté y él asintió.—¿Qué le pasó?

—Su presión arterial estaba muy alta.—Explicó con la cabeza baja.—Tuvo una insuficiencia cardíaca.

Mis pulmones se quedaron sin aire y un nudo enorme se formó en mi garganta.

La insuficiencia cardíaca era un problema que podría abarcar a muchos otros más, significaba que el corazón de una persona dejaba de bombear sangre con la rapidez normal y eso podía provocarle sobre-acumulación de sangre en los pulmones, en las piernas y otras cuántas partes del cuerpo. Si eso sucedía, incluso podrían hacerle un transplante de corazón.

Di dos pasos atrás, sentándome tambaleante en los asientos del hospital. Mi padre se sentó a mi lado y puso una mano en mi hombro, mirándome con su rostro se arrugó en preocupación.

—¿Cuál es el diagnóstico exacto?-Susurré tan bajo que mi padre me mira confuso, posiblemente sin haberme escuchado claro,—¡¿Cuál es el jodido diagnóstico?!—Dije levantando la voz.

Mi padre no respondió y me volteé para enfrentar su mirada. Sus ojos estaban clavados al suelo, haciendo que mi rabia creciera aún más. Su silencio no ayudaba, y su cobardía tampoco.

—Respóndeme.—Exigí.

Estaba siendo un hijo imbécil con él, pero se lo merecía, él y Mary merecían ser tratados así. Después de lo que hicieron, es por culpa de ambos que mi madre está en estos estados, y cuando parece que está recuperándose, dándome esperanza de su bienestar, alentándome también a perdonar a mi padre, ella recae, avivando mi ira con él.

—¡Habla!—Dije levantándome de mi asiento.—¡Vamos!, ¡Habla!, deja de ser un maldito–

No alcancé a terminar de sobrepasarme con mi forma de hablar, enseguida la mano de mi padre impactó contra mi cara en forma de bofetada. El eco del golpe resonó un segundo por el desolado pasillo en el que nos encontrábamos. Mi cara desviada ardía. Llevé una mano a la zona que me picaba mientras lentamente volvía mi vista hacia el hombre que acababa de golpearme. Y no esperé encontrarme con ojos arrepentidos y una expresión contraída en puro dolor.

—Yo... yo.... L–Lo siento... Yo no... No quise...—La voz de mi padre estaba quebrándose con cada intento de palabra que salía de su boca.—P–Perdóname hijo.... disculpa...

Dio dos pasos hacia atrás, sentándose en la silla más lejana a mí, mirándome totalmente sorprendido. La mano que usó para golpearme temblaba, igual que el resto de él. Tomo su cabeza con fuerza y se inclino hacia adelante, pareciendo totalmente arrepentido. No pude moverme, era la primera vez que recibía un golpe de él. Nunca me había levantado la mano a mí o a Elliot u Audrey, ni alguno de nosotros a él la voz.

Quise acercarme y decir algo, pero mi shock era mayor que cualquier intención que pasara por mi mente. Es entonces cuando un hombre mayor con bata blanca salió de la habitación donde se encontraba mi madre. El que supuse era un doctor se encontró con nosotros y un hilo de confusión trazo su rostro al ver a mi padre sosteniendo su cabeza con dolor y a mi anonadado en medio del pasillo. Recobré mis fuerzas y me incorporé, mirando al hombre que acababa de aparecer.

—Soy Christian Harrison, el hijo de Débora Morgan.

El doctor le echó un último vistazo a mi padre antes de centrar su atención en mí.—Por aquí.

Asentí y él me cedió paso dentro de la habitación donde esperaba encontrar a mi madre. La puerta se cerró detrás de mí y sentí alivio al no tener a mi padre detrás, necesitaba estar a solas con mi madre.

Y ella necesitaba estar con alguien que jamás dejó de quererla.

Contuve la respiración por un segundo al ver frente a mí una camilla, y encima de ella, llena de aparatos, tubos, bolsas y demás maquinaria médica, estaba mi madre.

Se veía tan débil, tan frágil, tan vulnerable.

Me acerqué a paso lento hacia ella, pude sentir mi leve temblor mientras observaba su cuerpo pálido y pequeño, estaba con un respirador y sus ojos estaban cerrados.

—¿Mamá?—Susurré con la esperanza de que estuviera despierta y me oyera, pero en caso de que no, no querría despertarla.




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