Bajo rápidamente las escaleras y casi me tropiezo en un par, pero me incorporo sosteniendome de las paredes del pasillo y me encamino hasta la cocina con la mayor velocidad que me es posible.
Mis pulmones se quedan sin aire mientras mi corazón se agita desesperado dentro de mi pecho mientras un único pensamiento invade mi mente ahora.
Van a quemarse las galletas.
Susurro oraciones en forma de rezos para que las galletas que dejé horneando no se hayan puesto totalmente negras.
Betty va a estar decepcionada de mí.
No es que vaya a meterme en problemas por dejar que se quemen, pero sí voy a sentirme culpable, ya que hoy durante la mañana le dije que podía encargarme de hacer sus famosas galletas, las cuales cocina una vez a la semana, mientras ella iba en busca de un pedido al centro de la ciudad.
—Y recuerda,—Me dijo con suma seriedad mientras se colocaba el saco rojo.—Ya ajusté la temperatura, así que debes dejarlas estar veinte minutos, ni un minuto menos porque pueden quedar crudas por dentro, y ni uno más porque van a quemarse por completo, ¿lo entiendes?
Estiré los brazos mientras cerraba los ojos con fuerza,—Ajam.—Dije soñolienta puesto que me había levantado hacia unos minutos atrás.
—¿Me repites lo que dije de los veinte minutos?—Me preguntó luego de llevarse su bolso de cuero al hombro. Yo solté un bostezo largo el cual la impacientó más.—¡Erica!
—Lo siento.—Me disculpé y pestañeé repetidas veces, intentando estar más consciente.—Ya desperté.
—¿Oíste lo que te dije o no?—Gruñó ella.
—Mmhm...—Balbuceé.—Ah, dijiste que las galletas deben estar en el horno cuarenta minutos luego de que lo encienda.
—¿Y?
—Ni un minuto más porque pueden quedar crudas y ni uno menos porque pueden quemarse.—Dije con algo de fatiga encima. Betty me vio con una ceja arqueada y una expresión preocupada, abrió la boca para decir algo pero la tome por los hombros y la acompañé a la puerta.—Tranquila, estará bien, ve a hacer lo que debas hacer.
—¿Segura?—Preguntó preocupada.
—Ajá. Ya, shu shu.—Le dije con una sonrisa mientras sacudí mi mano en el aire mientras ella daba pasos lejos de la casa.
—¡Volveré al mediodía!—Me avisó antes de subirse al taxi que la esperaba frente al jardín e irse.
Cerré la puerta y fui a la cocina a encender el horno, planeaba quedarme a esperar ahí, pero a los cinco minutos subí a mi cuarto y me di una ducha.
Sin embargo, la ducha duró más de lo que esperé.
Mientras mi recuerdo de esta mañana concluye, llego a la entrada de la cocina y mi mirada ve el humo que envuelve el lugar, proveniente del horno al otro lado de la mesa isla.
Doy pasos rápidos hacia este mientras siento las lágrimas de culpa agolparse en mis ojos.—Betty va a odiarme, Betty va a odiarme, Betty va a—Rodeo la mesa isla y dejo de hablar cuando me encuentro a quien menos esperaba ver.
—Buenos días, Erica.—Dice mi nombre a la vez que me ve por un segundo, el mar azul característico de los Harrison en sus ojos, sin embargo, los de Elliot son azul más claro.
Él me sonríe y fija su mirada en la bandeja que saca del horno abierto, del cual sigue saliendo humo, pero cuando las galletas están a la vista, estas están en su color perfecto.
—Las salvaste.—Digo aliviada al ver el marrón de esas galletas con chispas de chocolate.
Elliot se incorpora nuevamente, haciendo que levante la cabeza para verlo, y él empuja la puerta del horno, cerrándola mientras sostiene la bandeja de galletas recién hechas en sus manos, las cuales protege con guantes de cocina.
—Vi el humo e intuí que debía sacarlas.
—¿En serio?
—No.—Dice divertido.—Emma me dijo que revisara que las galletas de Betty no se quemaran.
—Y ella cómo sabe que—
—Betty se lo dijo.—Me interrumpe.
Aprieto los labios ante su confesión, evitando decir otra palabra. Debería sentirme ofendida, pero agradezco que Betty le haya avisado a Emma, y esta le haya avisado a Elliot, incluso si esas acciones prueban que no confían en mí para hacer galletas.
Aunque estén acertados.
—¿Podrías ayudarme con esto?—La voz de Elliot interrumpe mis pensamientos y cuando lo veo, él estira su mano hacia mí, confundiéndome.—Con el guante.—Aclara al notar mi expresión.
—Oh, claro.—Le respondo y no tardo en desabrochar su guante para quitárselo, un leve escalofrío recorre mi mano cuando toco la suya por un segundo.—Ya está.
—Eso es.—Él toma el guante que le quite y lo deja sobre la mesa isla, colocando la bandeja caliente sobre este.—Ahora solo dejemos que se enfríen y ya estarán listas.
—Wow, parece que sabes lo que haces, debes ser muy bueno en estos temas culinarios.—Le digo expectante de sus actos.—Yo habría dejado la bandeja sobre el mármol sin ninguna protección debajo.
—No creo eso.—Comenta mientras se apoya contra la mesa isla.
—¿En serio?—Digo esperanzada, apoyándome contra la mesada al lado del horno, quedando frente a él.
—Habrías dejado que las galletas se quemaran directamente.
—Oh.—Contesto y luego contraigo mi expresión en una de dolor a la vez que toco mi pecho.—Eso dolió.
Elliot ríe y yo lo acompaño. Desde que nos conocimos lo he visto muy frecuentemente en casa, a pesar de que papá y mamá no lo conozcan, su presencia constante aquí no es preocupante puesto que ellos nunca están.
Lo mejor de todo es que es realmente agradable.
Es carismático, me trata bien, es gracioso y sobre todo ya tenemos esa confianza que los novios de las hermanas mayores deben tener con las hermanas menores.
Aunque debo admitir que a veces es difícil no quedarse impresionada con él, porque claro, el problema está en que es un Harrison, y por ende, es inhumanamente guapo.
Su cabello negro, su rostro bien perfilado con facciones marcadas, sus ojos azul claro, y su cuerpo claramente es bien definido puesto que la ropa que usa habitualmente cuando está en esta casa permite que lo vea.