Mi Amor de Secundaria

Capítulo 50.— El hermano mayor

El silencio ha estado inundando por completo el interior del mercedes de Elliot desde que arrancó, permitiéndome ser capaz de pensar mientras veo todo el paisaje que atravesamos tras avanzar en las calles del vecindario.

Sin embargo, ya he pensado demasiado, por lo que mantuve mi mente en blanco todo el viaje, pese a que luego no podré pensar tranquila debido a la preocupada hermana que me espera tras llegar a casa con los ojos hinchados y las lágrimas secas en mis mejillas, además de que si Elliot se queda, va a contarle todo.

Ladeo mi cabeza de la manera más disimulada y lenta posible, mirando al conductor. Elliot mantiene la vista al frente, como si no se hubiese percatado de mi mirada sobre él, no sonríe, pero tampoco se ve molesto por la escena que hice junto a su hermano en su casa, sino que mantiene una expresión neutra, muy difícil de intentar entender.

Me pregunto cómo habrá conocido a Emma.

Él es agradable, pero hace rato, cuando me salvó de enfrentarme a su hermano, se veía como una persona totalmente distinta a la que conocí la primera vez que nos vimos.

¿Acaso siempre ha sido así de carismático?, ¿O solo fue la primera impresión?

No creo en la segunda opción, puesto que hasta hoy él ha sido de la misma manera. Sí, he de admitir que tiene ese encanto tan usual de un Harrison, además de que es sumamente apuesto, pero no me pareció un idiota, y eso era otra diferencia entre él y Christian.

El destino quiso atarme al hermano más problemático.

Estoy segura de que, si fuese Emma, estaría muy agradecida por tener a Elliot como novio. Pero no soy ella, sino su hermana, y ahora mismo agradezco tenerlo como cuñado.

—Erica.—Su voz interrumpe mis pensamientos, haciendo que me sobresalte y enseguida me enderezo en mi asiento, viendo como él sonríe.—Perdón, no quería sacarte de tu trance.

—Descuida.—Le digo, rascándome la nuca, algo avergonzada por haberme quedado viéndolo tan fijamente.—¿Qué sucede?

—Es que llevas mucho tiempo callada.—Me pregunta echándome un rápido vistazo antes de devolver la mirada en la calle.—¿Estás bien?

Tuerzo los labios, recordando todo lo sucedido por primera vez desde que subí al automóvil,—Sin ofender Elliot, pero no creo que esa sea la mejor pregunta que puedas hacerle a una persona que apenas si logra tener los ojos entrecerrados.

—Soy un asco en esto.—Me responde él con un tono divertido, haciéndome soltar una risita.

—Lo eres.—Le comento sonriendo levemente.

Hay una pequeña pausa en nuestra charla hasta que él decide hablar, sus ojos viéndome en otro rápido vistazo.—Pero debes admitir que soy bueno para algo.

—¿Ah sí?—Pregunto burlonamente, cruzándome de brazos.—¿Para qué?

—Hacer sonreír a las chicas lindas cuando están tristes.—Confiesa con seguridad a la vez que estaciona frente a mi hogar y se quita el cinturón, volteándose hacia mí y dedicándome una sonrisa.—Y tú eres muy linda cuando sonríes, Erica, así que te sugiero que lo hagas más seguido en lugar de gastar tus frágiles lágrimas. Sí, es cierto que a veces es bueno llorar, pero déjame decirte algo, mientras las lágrimas ablandan tu corazón, haciendo que puedas desahogar cada sentimiento reprimido dentro de ti, las sonrisas lo iluminan, logrando volverlo más fuerte de lo que es.—Me explica mirándome fijamente.—Y ambos sabemos que tu corazón es más fuerte de lo que crees, así que ánimo, porque sabrás cómo sobrellevar todos los problemas que tengas.

Sus comentarios me dejan boquiabierta, a la vez que la intensidad en sus ojos azules hace mi corazón palpitar con fuerza y quedarme sin aliento.

Pero no me malentiendan, no es por él, sino por sus palabras tan lindas. Yendo contra todo lo que me dijo, lágrimas nuevas brotan de mis ojos, empapando mis mejillas, y al verme así, Elliot desvanece su sonrisa, cambiando su expresión a una preocupada.

—Oh Dios, lo siento si dije algo malo, yo no soy muy buen–

Sin pensarlo dos veces, me quito el cinturón y envuelvo mis brazos en su cuello, abrazándolo. Él parece sobresaltarse ante mi acción, pero enseguida me corresponde, haciéndome sentir paz en sus brazos.

Incluso si no son los brazos en los que preferiría estar.

—Gracias.—Susurro, aferrando mis manos a sus hombros.—Muchas gracias por esas palabras.

—Cuando quieras.—Me responde él también en un volumen bajo. Dejamos pasar unos segundos de silencio, y Elliot vuelve a hablar.—Pero agradécele a tu hermana, aprendí a decir eso gracias a ella.

Suelto una risa y él me imita, quedándonos un rato más abrazados hasta que Elliot se separa de mí, me limpia las lágrimas que quedan en mi rostro y luego de respirar profundamente, sintiéndome un poco más relajada, me bajo del automóvil del novio de mi hermana mayor.

El frío aire del invierno golpea mi rostro causando que acomode mi bufanda alrededor de mi cuello, tapando cada posible hueco que pueda haber.

Doy unos pasos por sobre el camino hacia la entrada de mi casa cuando oigo un ruido agudo a mis espaldas que me hace voltear. Elliot alza la mano, sosteniendo unas llaves con un mini control que bloquea las puertas de su vehículo. Cuando termina de poner el seguro, rodea su coche y no tarda en llegar hasta mí.

—¿Vas a entrar?—Le pregunto curiosa mientras sigo caminando.

—¿No quieres que entre?—Dice fingiendo dolor, acompañándome.

—Creí que irías a la agencia o algo por el estilo, hoy dijiste que debías recoger unos papeles importantes de tu padre.—Explico, llegando a la puerta y sacando las llaves del bolsillo de mi falda.

—Aún tengo tiempo.—Me avisa y yo asiento, abriendo la puerta y entrando, esperando a que él pase. Cuando lo hace, la cierro y lo oigo hablar a mis espaldas.—Además tengo algo más importante que hacer ahora mismo.

—¿Qué?—Le pregunto, volteándome hacia él a la vez que me quito la bufanda por sobre la cabeza, pero cuando lo hago, algo tapa mi visión.—¡Pero qué–




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