Christian Harrison.
Mis manos se vuelven puños en un intento de liberar todo el enojo en mí al ver a mi hermana pequeña ahí, a unos metros de nosotros, viéndome tan fijamente.
Podría ignorarla si estuviera solo, como lo he hecho desde que me enteré de la maldad que hizo, pero ahora estoy con Erica, y me niego en lo absoluto a dejar que Audrey hable con ella, no luego de todo lo que sé.
Sin decir nada, me levanto de mi lugar antes de que ella decida acercarse, pero instantáneamente Erica se voltea hacia mí de nuevo y me ve con las cejas levantadas en una expresión preocupada.
—¿Qué vas a hacer?—Me pregunta, levantándose también de su silla, pero antes de responder, la tomo por los hombros y la obligo a sentarse, inclinándome hacia ella.—¿Christian?
—Tranquila, solo voy a ver lo que quiere.—Le respondo con una media sonrisa, esforzándome por calmarla.—Tú solo espérame aquí, ¿de acuerdo?
Ella duda un momento, mirando al suelo y haciendo una mueca, así que la tomo del mentón y la beso de la manera más calmada y rápida que me sale, logrando una sonrisa por su parte junto con un asentimiento de cabeza.
—Está bien.—Acepta finalmente.
—Volveré pronto.—Le aviso y antes de incorporarme, aprovecho para susurrar algo en su oído.—Y luego te mostraré cosas muy interesantes, Ana.
La veo tensarse y sus mejillas volverse de color rojo mientras la paso por un lado, sintiéndome orgulloso por haber conseguido eso pero rápidamente mi felicidad se va cuando me centro en la persona hacia la cual camino. No tardo en alcanzarla y cuando lo hago, Audrey baja la vista sin poder sostener la mía. Se queda en silencio un momento, mirando hacia sus costados y causando que mi paciencia se agote, sin embargo, me limito a esperarla un poco más hasta que finalmente me ve directo, una sonrisa leve formándose en sus labios.
—Hola, hermanito.—Dice tímidamente mientras sus ojos azules se esfuerzan por verme sin nerviosismo.
—Hola.—Cito con frialdad, pero ella mantiene su sonrisa y un breve silencio.
—Estuviste muy bien en el partido de básquet.—Continúa luego de unos segundos.—Felicidades por la victoria y el trofeo.
—Gracias.—Contesto de igual manera que anteriormente, haciendo que el nerviosismo de Audrey sea más notable.
Sin embargo, parece no darse por vencida, porque sigue con la misma expresión de que nada malo sucede entre nosotros, y eso me está quitando toda la tolerancia que me ayuda a seguir con esta conversación absurda.
—Así que...—Comenta lento, pensando con cuidado sus palabras.—¿Qué te está pareciendo el Festival?
—Audrey.—Respondo cansado, cerrando los ojos un momento y respirando hondo antes de seguir.—¿Qué es lo que quieres?
Finalmente su sonrisa se borra y sus ojos dejan de verme tiernamente, hasta pienso que por un momento se humedecieron pero no llego a verlos ya que ella se voltea, dándome la espalda y soltando un fuerte suspiro.
—Sígueme.—Me indica y comienza a caminar lejos de mí, dejándome con preguntas en la boca.
—¿Por qué?, ¿Qué es lo que planeas?—La cuestiono, pero no me responde, solo sigue su camino.—¡Audrey, maldita sea, espera!—Le grito con el ceño fruncido y sin poder hacer más nada por frenarla, la sigo a regañadientes.
Ella continúa su camino y yo la sigo de manera más normal, intentando hacer una escena ante los ojos de todo el Instituto y de la persona más importante ahí, Erica. Por un momento solo pienso en ella, pero no me volteo para verla, simplemente confío en que se fue con Madison y no vio que me estaba yendo. Y si lo hizo, me hará caso y se quedará donde le dije.
Audrey y yo llegamos a la entrada de la carpa, que en este caso es la salida, y la atravesamos sin vacilar. El viento invernal de la noche no me afecta, pero ella se abraza y continúa, dirigiéndose hasta el instituto. Cuando entramos, Audrey da unos pasos más hasta llegar a las primeras escaleras que vemos. Se sienta en ellas y toca un punto a su lado, invitándome, pero yo solo ignoro su acción.
—No puedes quedarte ahí parado.—Me dice con un tono divertido pero yo no me inmuto.—Pareces una estatua.
—Ve al punto o volveré por donde vine.—Le ordeno, cruzándome de brazos y quedándome frente a ella.—No me importa dejarte sola aquí.
—Que cruel estás siendo conmigo, Christian.
—¿Vas a decirme que no lo mereces?—Pregunto molesto, mi mente llenándose de recuerdos que alimentan cada vez más mi enojo.—¿Que la culpa de todo lo que sucedió entre Erica y yo no la tienes tú?, ¿Que lo que hiciste fue por buenas intenciones?
—No, no y... sí.—Su última respuesta me hace reír, pero ella permanece con una expresión neutra.—Me merezco tu forma de ser ahora conmigo, al igual que acepto la culpa de lo que pasó, pero créeme que lo hice por buenas razones.
—Tus enfermizos e infantiles celos de hermana menor no son una buena razón.—La contradigo, alzando un poco la voz.
—No fue por eso que lo hice.—Murmura mirando el jugueteo que hace con sus manos sobre su regazo.
—Claro.—Digo entre dientes.
—Christian...—Susurra con los ojos brillantes.
—¿Qué?, ¿Ahora que vas a decir?—Le pregunto sin paciencia, mirándola de mala manera y sin importarme levantar el tono.—¿Acaso piensas meter a nuestra madre en tu mierda de justificación?
—¡No quería que terminaras lastimado!—Grita con el ceño fruncido, provocando que lágrimas rueden por sus mejillas. Yo permanezco neutro, pero no puedo evitar sentir un poco de asombro al verla así.—Yo solo... solo quería cuidarte. No pretendía lastimarte, sino todo lo contrario. Quería... quería protegerte.
—¡¿Progeterme de qué?!, ¡¿De Erica?!, ¡¿Es una broma?!
—¡De terminar con el corazón roto, idiota!—Masculla con la voz temblorosa, apretando sus manos en puños.—Yo siempre he sabido de tu amor por Erica, Christian, desde tu primer año.
Su confesión hace que mi expresión se suavice, e inesperadamente ya no siento enojo, sino sorpresa y confusión. Ella continúa luego de tranquilizar su temblor.