Mi cuerpo está temblando sutilmente y no sé si es por la emoción o los nervios de por fin poder ver a la madre de mi novio.
Claro que, no iba a ser la primera vez que la viera, ya la conocía, pero esta situación iba a ser diferente. Iba a ir a visitarla al hospital, estar en su zona más íntima y verla en su estado más delicado, aquel que posiblemente solo veían sus familiares, y además, me ponía los pelos de punta toda esta situación tan formal luego de saber que nuestro primer encuentro no es el mejor de todos los encuentros entre suegra y nuera.
Muevo mis piernas con inquietud, poniéndola una sobre la otra y luego quitándola para volver a hacer lo mismo, a la vez que mis manos estiran el cinturón que reposa sobre mi pecho de manera poco sutil.
—Así que te inquieta ver a mi madre.—Dice Christian a mi lado, en el asiento de conductor, con la vista al frente y una única mano manejando el volante. Lo veo sorprendida pero él continúa con sus ojos fijos al frente.—¿Adiviné la razón de tu nerviosismo?
—Pfff, ¿Qué?—Hago la pregunta, alargando la palabra y volviendo mi voz más aguda.—Nah, para nada.
—¿Y por qué tiemblas?
—Porque entra mucho viento en la camioneta y me dan escalofríos.—Respondo directamente.
Buena excusa. Dice mi subconsciente orgulloso de mí.
Christian frena su vehículo frente a un semáforo en rojo y sus ojos caen en mí junto con su estúpida sonrisa burlona.
—Todas las ventanas están cerradas.
Mala excusa. Corrige mi maldito subconsciente.
—Mierda.—Susurro sin poder evitarlo y rápidamente le sonrío al precioso y demasiado observador chico frente a mí.—Quiero decir, ¿tienes algún agujero en tu camioneta o....
—Erica.—Insiste él, volviendo su vista al frente y moviendo su vehículo nuevamente tras la aparición del color verde en el semáforo.—¿Por qué estás tan nerviosa?, ya la has conocido.
—Pero no es lo mismo, Christian. La primera vez que conocí a tu madre fue porque ella vino hasta mi casa para aconsejarme indirectamente sobre mi relación contigo luego de habernos peleado.
—Sí, fue para hablar contigo, ¿y eso por qué es malo?
—Por Dios, ¿acaso no piensas en que posiblemente ese terrible, desastroso y horroroso primer encuentro influyó de mala manera su opinión sobre mí?
—Es posible que no.
—¿No?, pues entonces te diré que cuando quiso pasar a mi casa, yo no quise dejarla hasta que comenzó a marearse y no pudo quedarse de pie por sí sola.
La seguridad en el semblante de Christian cambia.—Oh, bueno, ya no sé qué decir.
—Soy un desastre.—Bufo ocultando mi rostro entre mis manos, inclinando la cabeza hacia adelante y soltando un fuerte suspiro frustrante.
Al mismo tiempo, siento como el vehículo de Christian se detiene y pienso que ya hemos llegado a nuestro destino, pero permanezco en mi posición actual hasta que una mano separa las mías y otra me toma del mentón, obligando a ver hacia arriba.
—Si mi madre fue a tu casa aquel día fue porque ella sabía sobre ti, porque pese a saber de mi problema contigo, quiso ir principalmente para conocerte, y estoy seguro de que le caíste bien porque en lugar de reprocharte cualquier cosa como lo haría una madre celosa, te aconsejó de la mejor forma que pudo como me contaste. Así que no vuelvas a decir que eres un desastre, no te atrevas, porque eres una novia increíble, y si existiese la posibilidad de que mi madre no crea eso, no me importa, porque yo sí lo creo y nadie puede cambiar eso, ¿entendiste?—Yo asiento lentamente y él me sonríe.—Bien, ahora solo sé tu misma y estoy seguro de que vas a encantarla, así como lo has hecho conmigo durante años, Erica Beckett.
—Serás un gran psicólogo algún día.—Le susurro, poniendo una mano sobre el lado derecho de su cara.
—Eso espero.
—Definitivamente, lo serás.—Le confirmo y me acerco lentamente hasta besarlo, él me corresponde sin dudar y luego de unos segundos nos bajamos de la camioneta para adentrarnos en el hospital tomados de las manos.
Los pasillos blancos y las luces del mismo color encandilan mi vista, pero no tarda mucho hasta que logro adaptarme.
Los hospitales siempre me han parecido deprimentes, pero por otra parte, también muy interesantes. Son lugares donde hay cientos de historias diferentes en cada habitación, ya saben, saber qué fue lo que les sucedió a las personas en las camillas para que acabaran aquí, tanto médicamente como emocionalmente, puesto que algunos aquí deben haber acabado así gracias a sus propias causas.
Así como la madre de Christian.
Sacudo un poco mi cabeza, intentando retirar ese triste pensamiento de mi mente, pero por cada puerta enumerando cada habitación, vuelvo a recordar el motivo de su estadía aquí y pienso en lo que me gustaría poder comprender lo que sintió cuando decidió acabar con su vida.
¿De verdad valía la pena haberlo hecho?
¿Solo pensaba en la infidelidad de su esposo con su mejor amiga?
¿Acaso no se le pasaron por la cabeza los hijos que dejaría atrás si su intento de suicidio funcionaba?
No es como si pudiera entender todo el dolor que atravesó a la pobre mujer para estar motivada a acabar con su vida, pero tampoco puedo entender el camino que eligió. Sí, el amor duele, la vida duele de muchas maneras diferentes, pero eso no debería ser un motivo para acabar con ella, sino para seguir luchando. Del sufrimiento se puede aprender, levantándose de cada caída, de cada golpe bajo, de cada dolor que uno siente y seguir adelante en busca de la felicidad, la cual tampoco es para siempre, pero es por eso que deberíamos intentar sentirla con más ganas, porque los pequeños momentos son los que hacen que nuestra vida tenga sentida.
Son dos minutos de felicidad los que pueden cambiar todo un día de tristeza.
Pero eso, lamentablemente, la madre de Christian no lo sabía cuando eligió hacer lo que hizo. Aparentemente, la depresión se apoderó tanto de ella que no pudo ver todos los momentos felices que tuvo, tiene y tendrá con sus hijos.