Cuando cierro la puerta detrás de mí, mis ojos encuentran a los hermanos Harrison que aguardaban aquí con anterioridad, por lo que no me sorprendo hasta que veo de reojo como una persona camina en nuestra dirección y me volteo para observarla acercarse con dos vasos de plástico de esos que hay a un lado de los dispensadores de agua esparcidos en el hospital.
—¿Emma?—Pregunto confundida, no por el hecho de que esté con nosotros puesto que es la novia de Elliot, pero sí porque esté en el hospital, aunque claro, descarto mi conmoción cuando soy consciente de que ella tiene derecho de estar aquí tanto como yo o más.
—Buenos días, E2.—Me saluda con una sonrisa cuando nos alcanza. Elliot se levanta para recibirla y Emma le extiende uno de sus vasos.—Toma, cariño.
El mayor de los Harrison le sonríe.—Gracias, hermosa.
Sus intercambios de palabras afectuosas hacen que Christian y yo nos demos una mirada incómoda entre sí, dándonos a entender de que estamos un poco de más ahora mismo, así que él se levanta y coloca una mano sobre el hombro de su hermano.
—Erica y yo nos iremos a la cafetería a desayunar y luego nos iremos, así que saluda a mamá de nuestra parte.—Le avisa él a Elliot.
—Lo haré, hermano.—Confirma el mayor con una sonrisa.
Christian y yo nos despedimos de Elliot y Emma antes de alejarnos de aquel pasillo, encaminandonos hacia la cafetería de la que mi novio habló. Cuando llegamos, veo como esta tiene las mismas paredes blancas que el resto del edificio, solo que es una sala abierta con varias mesas grandes y personas detrás de un mueble con vidrio donde atienden a los clientes del lugar.
—¿Quieres un café?—Pregunta él, señalando con un gesto de cabeza al último lugar mencionado y yo asiento.—De acuerdo, te traeré uno, tú ve a sentarte.—Me indica antes de alejarse de mí para ir a ordenar nuestro desayuno.
Obedeciéndolo, busco con la mirada una mesa para nosotros y cuando la encuentro, cosa que no me es difícil ya que el lugar no está ni cerca de llenarse, doy pasos hacia ella hasta llegar y sentarme, ocupándola.
Veo a mi alrededor soltando un suspiro, observando a las personas que cruzan el lugar o que, como yo, están aquí para desayunar luego de visitar a un pariente o persona con la que tuviera alguna clase de relación.
Por otra parte, veo también a algunos pacientes rondar por aquí, entre ellos personas que van en silla de ruedas las cuales son motorizadas por una persona detrás que las empuja.
Hay algunos que no tienen discapacidad para caminar, pero las vendas en sus cabezas, brazos u otras partes de su cuerpo son lo que me hacen identificarlos como gente que está siendo tratada aquí.
Mientras mi mente se pierde intentando imaginar cómo es que cada persona a la que observo pudo haber acabado aquí, recordando también el bizarro y horroroso programa Mil Maneras de Morir, alguien aparece frente a mí con dos vasos de café en sus manos y mecánicamente mi vista sube hasta sus ojos azules, abandonando todos mis pensamientos.
—Gracias.—Le digo cuando me da uno de los vasos luego de sentarse frente a mí y le doy un sorbo, sintiendo un gusto totalmente ajeno al café.—¿Qué es esto?
—Capuccino.—Contesta con simpleza.—No había más café instantáneo, así que tuve que elegir por ti. Apuesto a que lo hice genial.
—Hubiese preferido un espresso.—Miento haciendo una mueca de disgusto antes de tomar otro sorbo, pero casi me ahogo cuando Christian se inclina repentinamente hacia mí.—¿Qué ha–
Antes de que pudiera acabar la frase, él estampa sus lindos y suaves labios contra los míos durante unos segundos hasta que lo empujo para separarlo. Él lame mi labio inferior antes de volverse hacia atrás con una carcajada.
—¿Qué demonios haces?
—No es cierto.
—¿Eh?
—Lo del espresso.—Me aclara él y yo aún confundida, me dispongo a hablar pero Christian se me adelanta.—Relame tus labios.
Con el ceño fruncido, le obedezco por alguna extraña razón y cuando lo hago, siento un gusto familiar. Amargo, pero con una pizca de dulzura, como si de azúcar se tratara. Es entonces cuando comprendo y lo hago notar en mi rostro, porque Christian sonríe al verme.
—¿Tengo razón?—Pregunta arrogante pero no me da tiempo de contestarle ya que continúa.—Claro que sí. Por lo que acabo de probar, es mucho mejor el capuccino.—Dice ladeando la cabeza.—Tú capuccino.
No digo nada al respecto, solo me dispongo a rodar los ojos y continuar con mi bebida que, aunque no lo haya admitido, sí fue la mejor opción luego del café.
Nos quedamos en silencio unos minutos, cada uno disfrutando de sus vasos mientras vemos pasar a la gente, oyendo conversaciones entre ellos y los gritos de las personas que trabaja detrás del mostrador de la cafetería.
—Así que... ¿Qué fue lo que tu madre te dijo?—Vuelvo a hablar.
—Me agradeció por ir a verla tan rápido, que me extrañaba y me comentó alguna que otra cosa sobre su condición. Nada fuera de lo normal al principio.
Frunzo el ceño.—¿Al principio?
—Digamos que extrañarme no fue el motivo principal por el que le pidió a Elliot que me solicitara venir.
—¿Y entonces?
—Fue para un encuentro entre ella, mi padre y yo.—Explica con una expresión molesta, sin embargo, su tono de voz no parece serlo.—Lo que me sorprendió más que nada fue descubrir que ambos lo planearon, querían hablar conmigo de algo.
—¿Sobre qué fue?—Lo cuestiono intentando ignorar la sorpresa que yo tambien siento por el hecho de que sus padres hayan acordado algo.
Él se tensa ante mi pregunta y deja su vaso sobre la mesa, pasando una de sus manos por su cabello. Sus ojos clavados a la mesa, como si estuviera recordando la situación. Finalmente, Christian alza la vista y mi corazón da un vuelco cuando sus ojos azules me ven con una intensidad que pocas veces he tenido la oportunidad apreciar.
—Tengo una beca para ingresar a Cambridge.—Confiesa directo.